CONTRATAPA
Nación
Por Sandra Russo
Eran casi las ocho de la noche y hacía más de una hora que la sede central de la AFJP Nación había cerrado sus puertas. En el local, bien grande, todavía había apretujamiento de gente con formularios y biromes en la mano, caras desconcertadas y una ansiedad a prueba de todo tipo de confusiones: nadie sabía exactamente cuál era el beneficio de pasarse de cualquiera de las AFJP privadas a la única totalmente estatal. La palabra “pesificación” iba y venía, de boca en boca, aunque su real significado aplicado a los aportes jubilatorios de la última década todavía era esquivo. “Estos pesificaron”, se escuchaba. “Fueron los únicos que pesificaron”, se recalcaba. Esas frases sueltas dejaban colgando la idea de un tardío y curioso elogio del peso, después de años de la loa al dólar. Esos futuros aspirantes a jubilados no podían precisar qué era lo que ganaban con el pase agitado al Nación, aunque sí podría decirse que estaban allí impulsados por otro tipo de intuición: quedarse de brazos cruzados y en manos privadas les sonaba como el peor de los panoramas. Se ignoraba y se ignora todavía cuál es la quita que tendrán los aportes jubilatorios de quienes eligieron o fueron pasados de prepo al sistema de capitalización, pero quienes estaban allí y los que siguieron desde entonces atestando esa y las otras sedes del Nación, o atosigando a sus promotores, no sólo sospechan, ya saben que ellos no serán, dentro de unos años, aquellos viejitos hip hop que andaban en bicicleta, viajaban o salían de paseo con sus nietos después de haber entregado su dinero a las virtudes de la iniciativa privada.
La corrida hacia la AFJP del Nación había empezado un par de días antes, incluso antes de que el tema se constituyera en tal en casi todos los diarios y los programas periodísticos televisivos. Es uno de esos casos en los que es la sociedad la que avanza sin libreto, y fuerza a los medios a retroalimentarlo. Y también es uno de esos casos en los que las palabras y toda su contundente resonancia pasan al acto, masivamente, demostrando una vez más que esta época argentina está perforando, con punta de lanza, todos los supuestos de la década pasada.
Junto con el paradigma hegemónico muerto murieron también un puñado de palabras. No las palabras en sí mismas, claro, sino los universos de significados que encerraban. En un ensayito que John Carver escribió en homenaje a su primer maestro de escritura, John Gardner, el cuentista relata que una de las principales cosas que aprendió de Gardner cuando todavía no sabía que él mismo sería un escritor, fue que en literatura no existen los sinónimos. No es lo mismo decir “cara” que “rostro”, ni “pelo” que “cabello”. No es lo mismo “suelo” que “tierra” ni “roca” que “piedra”. Para ejercer la precisión en la escritura, es necesario bucear en cada palabra y en sus connotaciones específicas. Pero esas connotaciones mutan. Son políticas. Y si no, fijémonos en las connotaciones de las palabras “privado” y “estatal”.
Para investir esas nociones cuando se implementó la ley previsional, quiso la historia reciente y el manager de esa ley, Domingo Cavallo, que las palabras “privado” y “estatal” encajaran en dos regímenes separados, “de capitalización” y “de reparto”. La palabra “capitalización”, en una era de creyentes devotos y acríticos en el capital privado, de ensalzamiento rotundo al empresariado y al gerenciamiento, daba una idea de movilidad, de crecimiento, de acumulación. El “reparto”, en cambio, parecía encerrar apenas la posibilidad de cortar una torta para seis en treinta y dos.
Pero atrapadas en esas dos expresiones que a su vez implicaban dos maneras de hacer aportes previsionales, engrampadas, pulidas por los significados multifunción que decenas de funcionarios, banqueros y periodistas adictos propalaban cada día, estaban las otras dos palabras, las que hoy, junto con el sistema de capitalización, estallan en la contradicción entre lo que se quiso decir y lo que se hizo. Esto es, “privado” y “estatal”. Colegios privados, medicina privada, seguridad privada, secretaria privada, lo privado gozó estos años, semiológicamente, del espacio necesario y suficiente como para haberle hecho lugar nada menos que a las descomunales privatizaciones de los servicios públicos. Ese espacio le fue restado a lo estatal, que cargó con el desánimo, el desprecio, la minusvalía, el desmantelamiento. Hoy se están resignificando esas nociones, a la luz de los hechos. Que la “AFJP del Nación haya pesificado” y que eso se murmure de boca en boca es una síntesis de cinco palabras que nos enfrenta con una sigla hija del último régimen, una moneda que espera su revancha, y una mayúscula que nombra a un banco pero que acaso nombre, más allá de ese banco, una ilusión.