CONTRATAPA

La salida de Irak

Por Robin Cook *

Las terribles bajas en la caída del helicóptero Chinook dispararon expresiones de preocupación porque Washington no tenga una estrategia de salida de Irak. Pero esta ausencia no es tan sorprendente como reveladora. Para los neoconservadores, el motivo principal de la invasión fue asegurar una base para Estados Unidos en la región. Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz no perdieron el tiempo en elaborar una estrategia de salida porque siempre pensaron que entraban en Irak para quedarse.
Una consecuencia hasta simpática de su ilimitada confianza fue que siempre admitieron cuál era su objetivo, y la demanda neoconservadora para que exista una presencia estratégica norteamericana en la región es muy anterior al triunfo de Bush. El ataque a las Torres Gemelas afiló sus planes para Irak, no porque hubiera una molécula de evidencia de que Saddam tuviera algo que ver, sino justamente porque las evidencias contra Arabia Saudita hicieron urgente la necesidad de buscar bases alternativas. Inmediatamente después de la guerra, Rumsfeld cerró las bases norteamericanas en Arabia Saudita, ahora redundantes.
Un testimonio de la gravedad de la situación en Irak es que la misma gente que veía ese país como una buena inversión ahora está buscando la puerta de salida. Por desgracia, perdieron seis meses en los que se portaron como ocupantes permanentes, creando muchos resentimientos. Es imposible saber con precisión cuántas familias, pueblos y tribus iraquíes quedaron alienadas en el proceso, ya que las fuerzas de ocupación ni siquiera cuentan cuántos civiles matan. Y, todavía más llamativo, ningún soldado u oficial norteamericano fue arrestado por las innumerables veces en que iraquíes inocentes fueron acribillados por error, lo que incluye hasta una patrulla de policías iraquíes reclutados y entrenados por los norteamericanos, que fue emboscada y fusilada por tropas de EE.UU.
El peligro es que las fuerzas de ocupación queden atrapadas en una espiral en la que ataques cada vez más frecuentes sean contestados con represión cada vez más dura, aumentando la hostilidad general. Las tropas norteamericanas ya están llegando al estado mental en que ven a cada iraquí como un riesgo de seguridad. De ahí la práctica de traer de otro continente una suerte de ejército auxiliar de filipinos para limpiar sus cuarteles. Esto, en un país con un 70 por ciento de desempleo.
Lo que nos lleva a la otra gran fuente de tensión entre ocupantes y ocupados. Hay dos economías paralelas, una en la que la mayoría de los iraquíes dependen de ayuda externa para comer, otra en la que compañías norteamericanas ganan a lo grande. Esto se está transformando en un escándalo no sólo en Irak, sino también en los EE.UU. La revista Newsweek, que no es una publicación subversiva, preguntó la semana pasada por qué las autoridades de la coalición le están pagando a la Halliburton –con su ya famosa relación con el vicepresidente Dick Cheney– U$S 1,59 por galón de petróleo, si la compañía nacional iraquí pide 98 centavos.
Las reglas de contratación normales en contratos del Estado fueron suspendidas para la Halliburton, que recibió contrataciones directas sin concurso de precios. Los escándalos financieros que pueden estallar por la ocupación pueden ser tan graves como los de inteligencia que precedieron la invasión.
Saber si las autoridades de la ocupación están siendo estafadas por los contratistas es una pregunta legítima para los iraquíes, ya que su dinero también paga la cuenta. Es un escándalo que americanos y británicos no tolerarían en sus países que ya hayan pasado seis meses desde que la ONU autorizó a Irak a vender petróleo y todavía no exista una auditoría que controle qué ocurre.
El gobierno británico mantiene un silencio estremecedor respecto de Irak. Ya parece algo establecido que lo correcto es seguir adelante y no recordarle al público los errores cometidos hablando de Irak. Pero se nos dice que la principal razón para participar de esta guerra fue mantener nuestra influencia en el gobierno de Bush. Si alguna vez hubo una ocasión para usar esta influencia es ahora, para empujar a Washington a encontrar una salida digna de la debacle en Irak.
El imperativo central es fácil de identificar. El manejo de las necesidades iraquíes tiene que ser transferido a los iraquíes lo antes posible. Una ocupación norteamericana difícilmente será más popular a principios del siglo XXI que la ocupación británica a principios del XX. Entretanto, la ocupación necesita ser más internacional para proveer tanto la legitimidad como el conocimiento de cómo construir una nación, tan ausentes en los virreyes norteamericanos. La consecuencia más maligna del desmanejo en la ocupación tal vez sea que ahora hay menos presencia de la ONU en Irak que en toda la década final de Saddam en el poder.
Si esta estrategia política quiere tener alguna chance de funcionar, debe ser acompañada por una política económica más sensible que la aplicada hasta ahora. Para empezar, debe abandonar la práctica de contratar para la reconstrucción a compañías norteamericanas que de inmediato traen a su personal, que a su vez trae tecnología norteamericana.
Los servicios de luz y agua fueron restaurados más rápido después de la primera guerra del Golfo, probablemente porque los iraquíes tienen más experiencia e inventiva en eso de emparchar equipos obsoletos. Esta vez, los iraquíes repararon la central telefónica, poniendo a funcionar 50.000 líneas emparchándolas con cinta aislante de un modo que haría llorar a los ingenieros de Silicon Valley.
Luego, la autoridad de ocupación tiene que olvidarse de sus grandiosos planes de privatizar la propiedad pública del pueblo iraquí. A la larga, privatizar puede ser esencial, pero a corto plazo ni la economía ni la sociedad pueden absorber semejante cambio. Es una decisión que tienen que tomar los iraquíes luego que los norteamericanos se vayan del gobierno.
Me alivia que hasta el Pentágono reconozca ahora la necesidad de una estrategia de salida. Sin embargo, me preocupa que la salida se transforme en una estampida. Existe el peligro de que así como la fecha de invasión fue determinada por los preparativos militares y no por las inspecciones de armas de la ONU, la fecha de salida sea impuesta por la fecha de la campaña de reelección del presidente Bush y no por lo que pase en Irak.
No deberíamos habernos metido en este dilema, pero habiendo ocupado Irak no podemos simplemente irnos y dejar el mismo caos violento que dejamos en Afganistán.

* Ex canciller de Tony Blair. Especial de The Independent para Página/12.

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