Miércoles, 30 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Guillermo Saccomanno
A quien quiera, la Galván, del quinto be, cuenta, como miembro del consorcio, lo que era este edificio en otro tiempo. Tenía estilo, se acuerda. Acá no entraba la negrada. Nunca un cabecita. Y no porque les prohibiéramos el ingreso. Ellos mismos se daban cuenta de que acá no combinaban. A ninguno se le hubiera ocurrido curiosear cuánto podía costarle alquilar un ambiente. Ni de sirvientes tenían acceso. Pensar que cuando vine acá todavía estaban una familia de nobles rusos y una condesa polaca. Eran el recuerdo de un esplendor, otra época, otro país. Antes Plaza San Martín era de categoría. Ahora, en cambio, miremos alrededor. Esta sociedad se fue degradando. Quien cruza la plaza de noche amanece acuchillado.
A mí no me preocupó nunca que vinieran al edificio bohemios, artistas y homosexuales, gente muy especial. Por ejemplo, Tulio, el pintor, que se tiró del balcón del décimo de cuando el cáncer empezó a ganarle. Los del octavo, Luciano y Javier, dos buenos chicos. Porque los gays suelen se,r son, finos, delicados. También hay otros como Armando, el poeta del séptimo, que va por su quinta separación con chicos. O la Rizutti, la escenógrafa del Colón, una dama. Aunque cuando no recibe amistades y arma un jolgorio hasta la madrugada, le da con frecuencia un ataque lírico y pone ópera. Están Luz y Fabiana, esas dos chicas actrices del séptimo be, que parecen ser pareja. Pero yo no las vi hacer nada como para opinar. Además a mí no me gusta espiar lo que hace el prójimo. Y familias también, como la de los Milstein Robledo. Sí, ahora los dobles apellidos son cualquier cosa. Pero los Milstein Robledo son un matrimonio respetable, profesionales, universitarios, con hijos. Los chicos son fumones, pero ni se los siente.
Con vecinos así una se siente a gusto, gente sensible, dice la Galván. Tendrán sus particularidades pero son gente. En cambio todos esos que vienen últimamente del trópico. De la selva vienen. Y están todo el santo día con esa música. Merengue, chachachá, salsa. Para mí todo suena a tam-tam. Dime qué escuchas y te diré quién eres. Claro, usted no los sufre porque vive en el noveno y ellos alquilan los pisos bajos. Los efluvios que emanan.
Pero los responsables de la invasión son algunos propietarios que ya no viven aquí y se lavan las manos. Le doy un solo ejemplo. Uno que no titubeó en dejar que se metieran fue Scott, el viejo escocés, estanciero de Chubut. Con el argumento de que el campo no iba bien y que los guanacos le estaban invadiendo el territorio de los lanares, por las pérdidas, dijo, necesitaba alquilar sus propiedades. Entonces le dio los tres departamentos que tiene del lado ce a un sobrino que tiene una inmobiliaria acá en el barrio. Qué mejor manera de sacarles jugo a los departamentos que alquilarlos transitorios a turistas. Y acá los tenemos. Colombianos, venezolanos y vaya uno a saber de dónde más. Hasta del Amazonas y el Mato Grosso deben venir. Pero lo peor no es la música. Es cómo se pasean por el interior del edificio, medio desnudos. No se aguanta el perfume que se echan encima. Claro, para tapar el olor a catinga que despiden. Y hay algunas de ellas, las tengo individualizadas, que hacen la calle. Fíjese a la noche, cuando bajan producidas, con esos escotes y esas minis que les ajustan la cola como matambre. Y quién es el cómplice de los propietarios que alquilan a la masa catinga, eh. Vicente, el encargado. Va prendido en comisión con los propietarios. Y además, cuando la mujer se distrae, se mueve alguna caribeña.
Si a uno le va mal económicamente, digo yo, hay que saber achicarse. Hay estilo también en el ascetismo. Y si no fíjese en la señora Grete, la del quinto a. Habría querido que su hija Marie fuera pianista, tocara en salas importantes de todo el mundo. Pero una enfermedad neuronal la inutilizó cuando tenía diecisiete años y la dejó tarada. Ahora, a sus casi cincuenta con esa deficiencia, no sólo es difícil que Marie pueda siquiera bañarse sola. A esta altura a la señora Grete no le importa ya que Marie baje a revolcarse con los sin techo del Bajo. Se conforma con que regrese al hogar sola y que no se traiga uno al departamento. Entonces, como buena madre, la desnuda, la baña, le cura las heridas, porque siempre vuelve con lastimaduras, le cambia la ropa, la peina y la sienta frente al televisor. Si se piensa, la señora Grete podría dejar el quinto a, tan enorme, donde están las dos solas y el piano, y mudarse a un departamento más chico y también alquilar, pero no. Y ni se le hable de vender el piano. Es la sangre alemana. Ya se sabe, a los alemanes se les puede vencer pero cansar nunca. La señora Grete es de acero. Y resiste, como yo. Debemos ser las históricas del edificio.
Que no me digan que no es la decadencia de estos tiempos. Por eso yo no falto a ninguna reunión de consorcio y digo lo que pienso. Antes de cada reunión, me la paso pidiendo firmas, que aquellos que no van a las reuniones de consorcio me den el poder. Pero no hay caso, la van de democráticos y tolerantes. En realidad, lo hacen más que de indiferentes de cobardes. Le tienen miedo a la negrada. No, no me prometa que va a venir a la reunión. Porque después, como tantos, los que queremos preservar el edificio estamos en minoría y ganan los protectores de la negrada. Mejor firme ahora, exige la Galván. Mire, mire a esos dos que salen del ascensor, la pinta los vende. Deben ser narcos. Firme, por favor, antes que tengamos que llamar a DEA.
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