Martes, 6 de octubre de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Hasta ahora, el otoño era la estación favorita de Rodríguez. Superados los primeros días de septiembre como shock-reingreso en la rutina laboral (también hay rutina vacacional, a no negarlo), todo se volvía armonioso o, al menos, afinado. Adiós a la despiadada luz blanca en los cielos del verano y a las masas de turistas. Hola al sutil descenso de las temperaturas, al retorno de las mandarinas (que a Rodríguez casi le hacen creer en la existencia de un Dios diseñador de una fruta tan perfecta para comerla mientras se miran flamantes temporadas de series de televisión), a los libros interesantes, a la nueva colección de Kinder Sorpresa, a otro anuncio de hallazgo de agua en Marte, hasta alcanzar esa ilusión colectiva del fin de año de calles iluminadas y salvadores billetes de lotería. Ahora no.
Así como Rodríguez no alcanza a distinguir mandarinas en el Otoño pintado por Giuseppe “Tutti Frutti” Arcimboldo, esta vez no va a poder ser. Apenas ha pasado algo más de una semana de las elecciones autonómicas/plebiscitarias en Cataluña (¿presidencia rotatoria? ¿coral? ¿We Are the World?) y en el horizonte ya crece la sombra ominosa y la fruta podrida de las elecciones generales. Y a partir de lo sucedido o no sucedido todo es muy Winter-is-Coming de Juego de Tronos. Y el asunto ya pintaba ominoso la noche antes de votar, con Messi caído, y la noche después con eclipse y súper luna roja. Rotura de ligamentos y, sí, toda una sociedad rota y desligada y decididamente lunática.
DOS La culpa más moral que política es del inefable Artur “Sonrisa” Mas, cada vez más a tono con secundario de Goodfellas o habitué de Pachá. Y tan contento con la que armó luego de haber declarado, apenas en 2002, que “La independencia es un concepto anticuado y oxidado” y que “No quiero una consulta. Evidenciaría que Cataluña quiere ser española”. Pero el tsunami de la Diada del 2012 sorprendió a todos (Mas incluido) y tocó cambiar de traje y de careta y venderse como patriota. El habitual y supuestamente estratégico inmovilismo paralizante de Rajoy aplicado a lo del Estatut hizo el resto y aquí estamos: con el cada vez más inestable catalán de gobierno desastroso y recortes sociales y sombras de corrupción en este rincón (jugando ahora la carta del mártir perseguido imputado justo cuando iba a ser sacrificado por sus aliados en el nombre del más fantasma que espíritu independentista) y, en el otro, con el jefe de gobierno y su “Un vaso es un vaso y un plato es un plato” apelando a algo que bien podría ser definido como la versión IKEA del discurso político. En primera fila, un reparto de repartidores que incluye a la cada vez más victimista à la campeón moral ingenuidad vintage de Podemos y derivados; a la parejita cómoda y acomodada de Ciudadanos (que a Rodríguez le recuerdan cada vez más a la versión político-condal-top de Christian Grey y Anastasia Steele de Cincuenta sombras de Grey); y a los socialistas agarrándose de donde pueden con un pálido e intrigante Zapatero por los pasillos de su talante, con un Felipe González de bronceado intenso profiriendo cosas cada vez más raras, y con un candidato, Pedro Sánchez, que parece un híbrido de ambos. Y Aznar que no cesa y que es como un albatros, ahí arriba. Rodríguez los viene mirando a todos y, sobre todo, oyéndolos. Ahí están en una torturante cámara de tertulia. Y ninguno de ellos parece haber desarrollado la capacidad de dar un discurso sin gritar, supuestamente apasionados e ignorantes de los avances de la tecnología de amplificación sonora; aunque a Rodríguez le suenen cada vez más a animales con una pata entrampada en el otoño de su desconcierto, que es el que precede y no preside al invierno del descontento.
TRES Y hecha la ley y hecha la trampa y esto es lo muy raro, lo surrealista, lo que funciona de manera tan extraña como un reloj derritiéndose. Lean como lo lee Rodríguez en un artículo en El País: el secesionismo ganó la mayoría en número de escaños a pesar de ser minoritario en las preferencias de la ciudadanía, y tampoco venció en número de votos. Lo cual pone en duda la representatividad de unas elecciones parlamentarias que, al traducir las preferencias en votos y a estos en escaños, convierte a la minoría secesionista en mayoritaria en perjuicio de la mayoría no independentista, que queda en minoría. Pero, ah, estas son minucias de relativa trascendencia, parece; porque desde hace una semana todos dan saltitos. Como ya es costumbre, todos ganaron, nadie perdió (Rodríguez sueña con la creación de una Agencia Electoral Independiente que informe a los candidatos de si perdieron o ganaron y les explique que no se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo). Y el absurdo y folletinesco duelo entre el estatismo de Rajoy y lo telúrico de Mas continúa como si nada con aires de thriller retro-alternativo de esos que cuentan la victoria nazi o la supervivencia de JFK. Sólo que, aquí, para adelante: hacia el más impreciso y multiposibilidoso de los futuros porque, ay, con/en el presente no pasa nada. Una cosa está clara: será un otoño caliente y agobiante y asfixiante. Rodríguez lo lee por segunda vez y siente un sudoroso escalofrío de otoño, la estación de las primeras gripes...
CUATRO ... y de lo pegado con mocos. De lo tan fácil de despegar y –al mismo tiempo y clima– de aquello de lo que resulta tan difícil despegarse. De ahí que Rodríguez opte por encerrarse en su propio otoño privado. Arranca leyendo la página on-line del Ministerio de Fomento donde se anuncia y explica el comienzo del milagro (“Según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, el otoño de 2015 comenzará el miércoles 23 de septiembre a las 10h 21m hora oficial peninsular, a las 9h 21m en Canarias. Esta estación durará 89 días y 20 horas, y terminará el 22 de diciembre con el comienzo del invierno”) y a partir de ahí recita los lugares comunes de esta estación en la que se detiene y se baja: hojas secas, siestas lluviosas, aroma a castañas, resta de sol con cada día que pasa y el cambio de hora el 25 de octubre, menos melatonina, más hambre, ganas de leer poesía, Raphael otra vez de gira, rodillas crujientes, la nueva de James Bond y la nueva de Star Wars. Y los espectros de Halloween repitiendo eso de “trick or treat” (a partir de este año conocido como Volkswageen y festejado, casi a escondidas, con resentida alegría, por buena parte del sur europeo). Y, para Rodríguez, el Día de Acción de Nada que Agradecer; porque el 20 de diciembre, felices fiestas de la democracia, serán las ya mencionadas y casi invernales elecciones generales...
CINCO ... mientras escucha una y otra vez la que para él es la máxima y mejor manifestación de lo otoñal: “Autumn Almanac”, de The Kinks, en 1967, cénit del activismo victoriano de Ray Davies mientras a su alrededor todo era pasotismo lisérgico. ¿Cuándo el pop se detuvo a contemplar a una oruga en el rocío, a los bollos con mantequilla y té, y a esa calle que nunca se va a dejar aunque se viva hasta los noventa y nueve años, mejor y después que a los sesenta y cuatro? Respuesta: aquí. Feliz melancolía cubierta por mantas de “la-la-la” y de “yes-yes-yes” que, por suerte, poco y nada tienen que ver con los tarareos y afirmaciones de políticos a los que no estaría mal enviar a cuarteles de invierno.
Ya.
En otoño.
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