Miércoles, 27 de enero de 2016 | Hoy
Por Mario Rapoport
En un país poco conocido y casi aislado del mundo, del Far South, dedicado sobre todo a las labores del campo, los animales se rebelaron de la tiranía de los humanos que los gobernaban y decidieron tomar el poder para lograr por fin una de sus más sentidas reivindicaciones.
Siendo una mayoría absoluta con respecto a una población humanoide escasa, que representaba no más de 15,51 habitantes por km2, los animales no tenía ninguna representación, ni siquiera el voto.
En otros tiempos donde los inmigrantes carecían de iguales derechos se llamaba a esto una democracia ficta. Ahora, aunque todos los humanos votaban era algo parecido pero los discriminados eran los animales. Millones de vacas; ovejas; guanacos; pájaros distintos, algunos majestuosos y otros pequeños y de bellos colores; yaguaretés (los pumas eran rugbiers); chanchos; gallinas; perros y gatos: nobles caballos; cabras y chivitos; y hasta animales del mar y del río que se unieron a la protesta como ballenas; lobos marinos; peces de todo tipo; superaban ampliamente a la escasa población humana. A ellos se agregaban una multitud de gorilas, que un humorista había importado de Africa y que en ese país se reprodujeron a una velocidad asombrosa.
Pero lo que más bronca les daba a esos animalitos, una parte de los cuales era apreciada por los humanos, la constituía el hecho de que además de no poder llegar a ser ni diputados ni senadores (menos aún presidentes) ningún billete de ese país, que justamente servían para comprarlos y venderlos, tuvieran la figura de uno de ellos. Nadie se acordaba de las útiles vacas que por mucho tiempo habían constituido, con su carne y su leche, la riqueza de ese pueblo, ni de los miles de pajaritos que con sus vuelos, silbidos y cantos alegraban la vida de los niños, ni de los pollos engordados a la fuerza que alimentaban por toneladas a la gente, ni de otras muchas injusticias similares. Entonces decidieron complotar y encabezados por un pequeño y valiente grupo integrado por distintas especies llegaron al poder, apoyándose en votos de humanos amigos, devaluaron la moneda favoreciendo sobre todo a esos amigos y, para colmo, cambiaron el dibujo de los billetes sacando las figuras de horribles y controvertidos generales monárquicos, tiranuelos exiliados, actrices de segunda hechas damas de estado o islas perdidas que no interesaban a nadie salvo a algunos extranjeros y así de seguido. Por algo en una de las tantas crisis que ese país había tenido los mismos humanos pedían “que se vayan todos”. Se referían justamente a sus propios políticos que los habían llevado al desastre.
Ese sueño ahora se había cumplido aunque no de la forma en que la mayoría de la población humanoide los pensaba. Los animales tomaron el poder y echaron a los humanos que se les oponían. Pero su primer problema vino de sus amigos del norte. En el país más importante del continente, donde mucho antes los animales del lugar se habían rebelado, gobernaban los buitres, unos pájaros muy difíciles de tratar, que justamente se alimentaban de billetes que comían con fruición. Ahora con sus figuras de sustanciosos animales los billetes del país donde se había producido la nueva rebelión, eran devorados con los ojos por los buitres.
Estos querían que se les devolviera deudas originadas en estafas que habían realizado en el país vecino alterando el valor de títulos que compraron a 2 pesos al agregarles muchos ceros con sus picos entintados al estilo de Leonardo Di Caprio en el film Atrápame si puedes. Luego fueron a uno se esos juzgados que vemos en las series de TV, para que un Juez encorvado (en verdad un buitre disfrazado) se los refrende. Ahora el nuevo gobierno de los vecinos sureños estaba dispuesto a pagarles y los buitres se relamían por anticipado. Con los billetes propios que recibirían podían obtener en gran cantidad billetes baratos que sus deudores emitían por montones y que representaban una buena comida a bajo precio, cumpliendo su sueño de devorar las bellas figuras de opulentas vacas o suculentos pollos. Tal es así que una vez hecho el arreglo los buitres nunca se saciaron y con poquitos billetes verdes se dieron un banquete con casi todo el circulante sureño y el gobierno de sus vecinos tuvo que hacer un duro ajuste fiscal porque no tenía como pagar a sus empleados y estaba muy preocupado.
Otro motivo de desvelo de ese gobierno era mantener el tipo de sistema democrático impuesto por los humanos, porque una cosa era gobernar para miembros de una sola especie, lo que aun así resultaba difícil, y otra hacerlo para una inmensa variedad de seres de distinto tamaño, poder y gustos. No se podía conformar a todos al mismo tiempo y por eso inventaron el voto calificado, siguiendo pautas que distinguían a los diferentes tipos de animales. Las ovejas, aunque muchas, eran tontas y podían ser engañadas por cualquiera, por lo que su voto valía un tercio. A su vez, los votos de los pájaros, considerados muy peligrosos porque con sus picos podían llevarse boletas de los cuartos oscuros y hacer trampa, tenían la mitad del valor de un voto común. Los perros y gatos siempre andaban peleándose y eso sirvió de excusa para excluirlos directamente de los comicios ya que podían causar alboroto en las colas de votación. Los cerdos pronto tuvieron un voto doble habituados como estaban a revolcarse en el lodo de la política, lo mismo que los gorilas que asustaban al resto. Los animales en el poder comprendieron que sólo un gobierno férreo les podía permitir manejar a sus congéneres. Rehicieron las fuerzas armadas que los humanos habían suprimido y pusieron como comandantes en jefe en el nuevo ejército de tierra a un guanaco, muy temido por su escupitajo; en el de aire se vieron obligados de designar a un cóndor, pero su segundo, un pequeño gorrión era el que verdaderamente comandaba. Por último, el que encabezaba la marina, era un lobo de mar, a cuyos ilustres abuelos les hicieron dos estatuas en una conocida ciudad marítima. Los pingüinos, de quienes sospechaban estar en trato con los humanos conspirando en las sombras, no eran aceptados en esas fuerzas armadas e incluso se los vigilaba.
Todo anduvo bien y en orden hasta que se rebelaron los insectos. Desde mucho tiempo atrás, moscas, mosquitos y cucarachas amenazaban a los animales, como antes a los humanos, con distintas enfermedades, Pero los animales estaban más desprotegidos que sus antecesores en el gobierno, que habían logrado con sus medicinas frenar sus ataques. Sólo el sobrecalentamiento del planeta pudo hacer que los humanos sobrevivientes recobraran el poder perdido, con la ayuda de animales también raleados. Los insectos no pudieron sostenerse con las sucesivas lluvias e inundaciones que afectaron el clima (aunque algunos fueron luego protegidos conociendo su valor en los ciclos de la naturaleza) y muchos humanos vivieron por años en embarcaciones sobre el agua restableciendo parte de la civilización de antes. Sólo que no volvieron a una economía monetaria como en el pasado. No querían más crisis ni inflaciones y eliminaron todos los billetes circulantes. Ahora vivían del trueque, y ya ni los buitres podían accionar en su contra. El problema del poder no es un problema de especies. La ferocidad de muchas sociedades humanas es mayor que la que reina en parte del mundo animal y los hombres descienden sin duda de monos y gorilas. Es posible que en este caso hayan sido los mismos humanos metamorfoseados en animales o insectos los que vivieron esta historia. Orwell, Anatole France, Kafka, Flaubert, Jonathan Swift, Mark Twain y William Golding la inspiraron y si existe alguna semejanza con la realidad obedece, como en el cine, a una pura casualidad.
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