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Muerte en La Meca

Por Robert Fisk *

Es casi tan rutinario como el mismo Haj, la peregrinación ritual a La Meca. Hace siete años la cuota de muertos en La Meca fue de 402, y tres años después llegó a la extraordinaria cifra de 1426. En 1994 murieron 270 peregrinos en una estampida en el Haj, entre ellos mi peluquero de Beirut. No hubo versión oficial de lo ocurrido. Sencillamente, jamás volvió a Líbano.
Tres años después, un incendio se desató en la ciudad de tiendas de los peregrinos y quemó vivos a 340 hombres y mujeres. En 1998 perecieron pisoteadas 180 personas, al igual que otras 35 en el 2001. Y el domingo, 244 peregrinos perecieron aplastados y arrollados.
Todos estos peregrinos murieron cuando se acercaban a los pilares de piedra de La Meca, los cuales representan –simbólicamente, como los sauditas señalan de manera constante– al demonio. Se supone que ese sitio marca el lugar donde el diablo se le apareció a Abraham. Los peregrinos apedrean los pilares y, si bien musulmanes más intelectuales desdeñan tales tonterías, lanzar piedras al “demonio” ha sido durante siglos una parte tradicional del Haj.
Mil frustraciones pueden explicar este ritual, por lo demás bastante extraño, pese a lo cual el lanzamiento de piedras, zapatos e insultos –después de una noche de oración en vela– sigue siendo tan peligroso como siempre.
Como de costumbre, los sauditas culparon a Dios del desastre. “Se tomaron todas las precauciones para prevenir un incidente así”, señaló el ministro saudita de Peregrinaciones y Donaciones, Iyad Amín Mandani. “Pero es la voluntad de Dios. La seguridad no es tan fuerte como el destino.”
Sin embargo, cada vez más peregrinos heridos –y los parientes de quienes sencillamente no vuelven del Haj– culpan de las muertes a la irremediable burocracia saudita y al temor de ésta a la policía religiosa, cuyos funcionarios deberían evitar estas tragedias. De hecho, cuando casi 1500 peregrinos perecieron en 1990 en una estampida en un túnel, los sauditas se las ingeniaron para culpar tanto a Dios como a la compañía que construyó la instalación.
Dos millones de peregrinos –para ser justos, los sauditas tienen que controlar una verdadera ola humana de religiosidad en el Haj– caminaban y corrían, ataviados con batas blancas, hacia el puente Jamarat, en Mina, para lanzar piedras a los pilares en el día del Eid a-Fitah, el Festín del Sacrificio. Y, como ocurre a menudo, las autoridades, más temerosas de los atentados con bomba y los disturbios que de las catástrofes humanas, resultaron rebasadas.
La mayoría de las víctimas murieron aplastadas, con los huesos destrozados por las decenas de miles que empujaban en su marcha inexorable hacia los pilares, y los cuerpos fueron sacados a jalones de entre la muchedumbre que lanzaba gritos mientras continuaba la lapidación ritual.
Casi todos serán sepultados en La Meca, lo cual se considera un privilegio en el Islam, si bien muchas familias sólo se enterarán en los próximos días de la pérdida de sus seres queridos. Se cree que la mayoría de los fallecidos eran naturales de Arabia Saudita.
No hubo violencia deliberada en el Haj, pese a que clérigos sauditas pasaron mucho tiempo acusando a los “guerreros santos” –léase Osama bin Laden, saudita él mismo– de ser una afrenta a la religión. “¿Es guerra santa derramar sangre musulmana?”, preguntó el jeque Abdul-Aziz a-Sheikh, sumo pontífice saudiárabe, en un sermón pronunciado en la mezquita de Namira. “¿Es guerra santa derramar sangre de no musulmanes a quienes se da santuario en tierras musulmanas? ¿Es guerra santa destruir posesiones de musulmanes?”
Su sermón, observado en televisión por millones de musulmanes en Saudiarabia y el Golfo Pérsico, habrá provocado casi tantas preguntas comolas que respondió. ¿Están los soldados estadounidenses –los objetivos de Bin Laden– entre los “no musulmanes” a quienes se ha dado “santuario” en tierras islámicas? ¿Las “posesiones” de musulmanes serán una referencia a los complejos sauditas en Jeddah, atacados en fecha reciente por Al-Qaida?
La mezquita de Namira se levanta al lado del monte Ararat, donde el profeta Mahoma pronunció su sermón final el año 632, exhortando a los fieles a recordar que “todo musulmán es hermano de los musulmanes y todos los musulmanes son hermanos: deben evitar luchar entre ellos”.
La guerra de ocho años entre Irán e Irak y la historia de cinco décadas de supresión de opositores internos en las dictaduras árabes sugieren que las palabras del profeta no precisamente han ganado la adhesión de los líderes de Medio Oriente en los años pasados. Y los ataques suicidas en Irak, Turquía y Saudiarabia demuestran que los adherentes más doctrinarios del Islam pueden diferir de los jeques en su interpretación del Corán.
De hecho, uno de los pilares que con tanta furia apedreaban las emocionadas multitudes en La Meca tenía garrapateadas las letras “USA”. Sacrificar camellos, vacas y ovejas –y comer sus restos a la parrilla– no es, al parecer, la única forma en que los peregrinos pueden celebrar el Festín del Sacrificio.

* De The Independent. Especial para Página/12.

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