EL PAíS › UN GENERAL “DURO” QUE NO ACEPTO “TRANSIGIR CON EL ENEMIGO”
Tampoco quiso ser “el pato de la boda”
Por Luis Bruschtein
El hombre no tiene aspecto de criminal de guerra si es que existe un prototipo. Ni siquiera da el aspecto del militar clásico. Sin embargo, el viejito de gorra y medio pelado que solía pasear su cooker spaniel por Recoleta es un criminal de guerra y un clásico militar argentino de lo que en los años ‘60 y ‘70 se definía como el ala liberal, colorada o gorila. El mismo se define como un duro: “Fui un general duro porque no admitía transacción, nunca fui un blando; los blandos eran los que trataban de arreglar con el enemigo”, afirmó en entrevistas periodísticas. El viejito Carlos Guillermo Suárez Mason fue comandante del Primer Cuerpo de Ejército desde enero de 1976 y al mismo mes de 1979, período y zona donde se produjeron 197 casos de secuestros y desaparición de bebés.
Decir que es gorila no es una exageración, aunque hoy el calificativo tenga connotaciones distintas a las de otras épocas. Cuando se le preguntó si la dictadura militar de la que formó parte tenía similitudes con el nazismo, el hombre, sin inmutarse, negó rotundamente esa afirmación: “Yo creo, en todo caso, que el peronismo siempre tuvo más aspectos relacionados con el nazismo”. Su última salida del país al exterior fue como prófugo, cuando en 1984 se negó a ser “el pato de la boda” y huyó a los Estados Unidos para evitar los juicios por violaciones a los derechos humanos. Pero su primera salida al exterior, en 1951, fue en calidad de exiliado en Uruguay, tras participar en el frustrado golpe militar antiperonista que lideró el general Luciano Menéndez, padre de Luciano Benjamín, que fue jefe del Tercer Cuerpo cuando Suárez Mason ejercía el mando en el Primer Cuerpo.
En esa oportunidad se hizo amigo del brigadier Osvaldo Cacciatore, que también estaba exiliado por el mismo motivo. Luego, durante la dictadura, Cacciatore fue intendente de la ciudad de Buenos Aires, y esa relación de camaradería fue el puente para evitar que la Municipalidad se quedara con los terrenos donde el club pensaba construir su nueva cancha. Dicen que en su juventud, antes de tener bajo su mando 42 centros clandestinos de detención, donde desaparecieron y fueron torturados miles de argentinos, Pajarito Suárez Mason fue arquero del equipo de tercera división. Y durante su gestión de general “duro”, que en argentino puede traducirse también como “criminal”, fue socio honorario, miembro de varias comisiones y auspiciante de listas internas.
Durante muchos años Videla, Massera y Agosti fueron socios honorarios del club River Plate y fueron separados de esa condición después de una denuncia que publicó Página/12. Pero Pajarito se amparó por varios años en un perfil bajo y en la red de influencias que había desarrollado durante su militancia en el club. Ya retirado, en 1981, fue presidente de YPF y de Austral, desde donde también movilizó fondos e influencias para Argentino Juniors hasta que en 1999, tras la protesta de socios y escraches de HIJOS, la comisión directiva en pleno decidió retirarle su condición de socio y sus cargos honorarios.
Pajarito no cultiva el estilo agresivo de su ex camarada cordobés, el general Luciano Benjamín Menéndez, que parece salido de una caricatura de general latinoamericano malísimo. Hasta hace algunos años, muchos lo encontraban parecido al poeta comunista chileno Pablo Neruda. La diferencia es que, en vez de poesía, el viejo genocida suele decir cosas como que la tortura debió legalizarse y reconocer sin que se le mueva un músculo de la cara: “Yo firmé entre cincuenta y cien sentencias de muerte por día durante mucho tiempo”, como lo señala en un documento desclasificado de la diplomacia norteamericana en Argentina. Cuando el diplomático no identificado le preguntó si no se sentía abrumado por semejante responsabilidad, el viejito respondió: “No, porque en todos los casos las personas confesaron alguna asociación con el terrorismo”.
El hombre es lector asiduo del diario La Nación y, aunque afirma que el periodismo está infiltrado por izquierdistas, exceptúa de esa epidemia a Daniel Hadad, “que suele tratarnos bien”. Pajarito huyó a Estados Unidos en 1984, por lo cual fue separado del Ejército por sus propios camaradas de armas. Y fue extraditado de allí en 1988, pero resultó beneficiado por los indultos de Carlos Menem. Actualmente está procesado en tres causas, la principal de ellas por robo de bebés, fue condenado en ausencia a cadena perpetua por la Justicia italiana y tiene pedidos de extradición por parte de la Justicia de Alemania y de España. Con ese curriculum es difícil entender cómo se lo podría “tratar bien” sin hacerse cómplice de los crímenes más abyectos.
Este anciano de 78 años cuyos crímenes lo han hecho famoso y buscado en medio planeta resultó amparado, al igual que los demás genocidas, por la norma que permite a los delincuentes mayores de 70 años permanecer en prisión domiciliaria. Su fuga a Estados Unidos le hizo perder el respeto de sus camaradas y también se queja por la “deslealtad” de la clase empresaria: “Nosotros salvamos a los empresarios de la muerte y ahora no me dan un puesto de trabajo”. No se trata de un reproche caprichoso: el titular de la CTA, Víctor De Gennaro, denunció en el juicio de Italia la complicidad entre unos y otros y uno de los documentos desclasificados de la diplomacia norteamericana señala que “las desapariciones son el resultado de operaciones de inteligencia. Hay mucha cooperación entre la patronal y las fuerzas de seguridad con el objetivo de eliminar infiltrados terroristas en las fábricas y minimizar el riesgo de agitación laboral”. Suárez Mason no tiene nada de Pajarito ni de poeta.