CONTRATAPA › A 200 AÑOS DE SU MUERTE
Cinco imprudencias sobre Kant
Por José Pablo Feinmann
Se sabe: lleva muerto doscientos años y todos se han largado a hablar sobre él. Tal vez porque está vivo, porque nunca se murió, porque nadie logró sacárselo de encima. Su sombra, su fantasma o lo que sea recorre la filosofía de Occidente. Veamos por qué.
Primera imprudencia: Descartes –aunque no lo haya hecho empíricamente– le corta la cabeza a Luis XVI. Cuando –en Holanda, con miedo, con frío, junto a una estufa– se permite dudar de todo destroza el orden sacralizado aristotélico tomista. Si un hombre duda de todo (en el siglo XVII, para peor) está dudando centralmente de lo indubitable para la ratio escolástica: está dudando de Dios. El sujeto de la modernidad capitalista surge belicoso, desafiante, deja todo atrás. Descartes, al dudar de Dios, instala la duda sobre todo aquello que “Dios” ha venido consagrando. El poder de los reyes, entre otras cosas. Quienes postulaban gobernar por derecho divino. Descartes pone al logos, a la razón, al hombre en lugar de Dios y los reyes ya no pueden ampararse en el poder de la divinidad. Son, así, sometidos al poder de los hombres. Que les cortan la cabeza en la guillotina durante los días agitados, burgueses, capitalistas de la Revolución Francesa. Que tanto admiraron Kant, Hegel y –por supuesto– Marx, gran pasionario de la dinámica transformadora del capitalismo. Todo, pues, claro: desde el siglo XVII, un filósofo, Descartes, declara la muerte de Dios. Inaugura el reino de la razón, del sujeto. Así, en el Discurso del método se dice “Dios ha muerto” antes que en La gaya ciencia nietzscheana. De otro modo. Desde el sujeto cognoscente que –a partir de sí mismo– va a “constituir” (palabra kantiana, no cartesiana) un “mundo”. Pero Kant va más allá que el holando-francés. Descartes es el primer balbuceo de la burguesía en su apropiación de la “realidad”. Faltaba.
Segunda imprudencia: La hipótesis de trabajo es la siguiente: el sujeto del idealismo subjetivo se “apropia” de la realidad acompañando (con mayor o menor simetría) el proceso histórico por el cual la burguesía capitalista culmina la misma empresa. La “conquista” total se va a dar con Hegel y la Revolución Francesa. Ahí, cuando “toda” la realidad (todo el Poder, el económico y el político) esté en manos de la burguesía capitalista.
Kant no llegó a expresar ese momento. Pero se acercó a él más que Descartes. Kant no tiene problemas con la res extensa (el mundo exterior). Recordemos: el gran problema de Descartes era “salir” del sujeto y conocer la res extensa, ya que la res cogitans la tenía asegurada. Recurre, lamentable pero comprensiblemente, a la veracidad divina. Se le mete Dios de nuevo. Si veo que “ahí” hay algo es porque sí, porque lo hay, porque Dios es bueno y veraz y no podría engañarme. A Kant no le importa la “veracidad divina”. Kant no “sale” del sujeto. Busca en él todo lo que necesita. Es el sujeto el que va a constituir la realidad.
La solución es brillante: buscar la condición de posibilidad del conocimiento no en las cosas sino en el sujeto. Se vuelca sobre él. Y allí encuentra el espacio, el tiempo y las categorías del entendimiento. Con este andamiaje categorial el sujeto enfrenta la “realidad” y la “constituye”. Esa realidad que el sujeto constituye es la realidad que el sujeto funda; no es “la realidad”, es el “objeto”. “Sólo hay objetos para un sujeto.” Un gran paso adelante de la burguesía. La “realidad” ahora es “nuestra”. Nosotros la hacemos, la constituimos. El sujeto capitalista burgués “constituye” su mundo. El “mundo de la experiencia posible”. Eso que las cosas sean en sí al sujeto kantiano le importa poco. El conocimiento empieza por la experiencia pero no se reduce a la experiencia. Kant fue excesivamente cortés con Hume. Como buen “empirista”, Hume se detenía, satisfecho, en la experiencia. “Esto es así porque es así. El único fundamento que tenemos es el hábito.” ¡Cómo no iban a ser empiristas los ingleses! El gran Imperio Productor de Mercancías rinde culto a lo empírico, a lo cósico, en suma: a la mercancía. Para un alemán, no alcanza. Kant busca un criterio universal y necesario. Lo encuentra en el sujeto. El sujeto constituye “su” mundo, el de la “experiencia posible”. Más allá, hay otro: el de (si se me permite decirle así) la “experiencia imposible”, que Kant llama “nouménico”. No sabemos qué es “eso”. El sujeto conoce lo que el sujeto “crea” (constituye). Y lo que el sujeto crea es el objeto. Lo que el objeto (que es “cosa” al salir del esquema cognoscitivo) sea en sí a Kant no le preocupa. Hay un mundo y es el mundo del hombre.
Tercera imprudencia: Kant es el genio del Iluminismo. Un iluminista es alguien que encuentra un desajuste entre su razón y la “realidad”. Ergo, transforma la “realidad” según los postulados de su razón. Ergo, es un “revolucionario”. De esta forma, la Revolución Francesa alumbra a Hegel. El capitalismo ha tomado el poder político, les cortó la cabeza a los reyes y establece su dominio total sobre la realidad. ¿Cómo no habría de aparecer el gran filósofo del capitalismo para decir: “Todo lo racional es real, todo lo real es racional”? “Nuestra” razón (la burguesía) se ha apropiado de “toda” la realidad. Llegó la hora del “idealismo absoluto”. Ya no hay cosas en sí. ¡Hasta las cosas en sí son nuestras, dice la burguesía, dice Hegel! Ya no hay un “más allá” incognoscible para el sujeto. La sustancia es sujeto y el sujeto es sustancia. En suma, si Kant se detiene ante la cosa en sí es porque el poder burgués aún no era total. Con Hegel se ha apropiado de todo. La “cosa en sí” es, ahora, capitalista. Hegel cierra el círculo y da por terminada la Historia.
Cuarta imprudencia: La “permanencia” de Kant es la del formalismo. Un formalismo impuesto desde un sujeto constituyente que posibilita un “mundo”. Esto es devastador para quienes le siguieron. Ocupémonos de los grandes. Heidegger detiene la escritura de Ser y tiempo cuando advierte que no ha salido de Kant. No ha superado el trascendentalismo kantiano. Sigue partiendo de un sujeto que constituye un mundo. A este sujeto Kant lo llama trascendental. El Dasein es el “ser ahí”. Heidegger parecía satisfecho con esto. El “estado de yecto”, el “arrojo” temporalizante del Dasein al mundo, el ser-en-el-mundo le había hecho creer el “olvido de Kant”. Pero no. El Dasein es también el “ahí del Ser”. El Dasein (el “hombre”, digamos) es el ente, el único ente que se pregunta por el ser. (En la célebre fórmula de Heidegger: “El hombre es un ente cuyo ser consiste en irle éste”. El único que se hace la pregunta central de la metafísica: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?”) En suma, en Ser y tiempo, el Dasein ocupa la “centralidad”. Sin “hombre” no hay pregunta por el ser. Es por el Dasein que la pregunta por el ser adviene al mundo. Y luego Heidegger abunda en simetrías kantianas. Los utensilios del mundo adquieren su sentido por los proyectos del ser-ahí. ¡Y los existenciarios! ¿Hay algo más peligrosamente parecido a las categorías kantianas del entendimiento que los existenciarios de la ontología analítica de Ser y tiempo? Heidegger se da cuenta y no escribe más. El libro queda inconcluso. Era sólo un gesto neokantiano. Así nace el Heidegger II. El que busca huir de Kant y huye del Dasein y cae en ese largo camino inconcluso de la “historia del ser”. Que es otra historia.
Quinta imprudencia: A su vez, Lacan, que lee a Freud desde Heidegger, también incurre en el neo-kantismo con esa relación entre la realidad (un mundo simbólico muy semejante al de la “experiencia posible” kantiana) y lo real (categoría impenetrable heredera de la “cosa en sí”, del noúmeno). Y Freud, ni hablar: su “sujeto” vive esclavo de los mensajes (sueños, lapsus, fallidos) o, si se quiere, de las “narraciones” o “mitos” que le envía ese incómodo habitante al que llama: inconsciente. Lacan, por si no alcanzara, habla del inconsciente como no sólo lo que no es conocido sino (y sobre todo) como lo que no puede conocerse. Esta “cosa en sí”, este “noúmeno” temible acecha y humilla al sujeto. Freud y Lacan ponen la “cosa en sí” en el sujeto y le entregan el poder. De este modo, tal como Borges decía que “la metafísica es una rama de la literatura fantástica”, mi última imprudencia radicará en decir (ante este “agujero negro”, ante esta incognoscibilidad que arrastramos y nos sojuzga, ante “esto” que “no es conocido” ni “puede conocerse”) que el psicoanálisis es una rama de la literatura de terror. Y a “eso”, a lo que “acecha” y nos gobierna desde no sabemos dónde, al inconsciente, lo creó Kant.