CONTRATAPA
Curiñanco y Nahuelquir
Por Osvaldo Bayer
En todo este revuelto que vivimos nos sentimos cada vez más humillados como ciudadanos. Y no es que esto valga como crítica al actual gobierno sino a todos los gobiernos y desgobiernos que tuvimos desde siempre. El obispo Giaquinta del Chaco ha dicho que los argentinos somos fallutos, ladrones y groseros. Yo le he contestado que somos profundamente perversos. Permitimos el hambre de nuestros niños.
Lo que acaba de ocurrir en el Chubut ya nos aproxima a aquella Edad Media del poderoso y del que agacha el lomo. La Justicia ha declarado que el multimillonario italiano Benetton con 900.000 hectáreas tiene razón sobre la gente de la tierra, Atilio Curiñanco y Rosa Nahuelquir, y les quitó a éstos las 385 hectáreas que les corresponden desde siempre. Porque se las dio Dios, su nacimiento y su pertenencia a esa tierra. Claro, aquí todo comenzó con la llamada Conquista del Desierto, del general Roca, que con el Remington de seis tiros por minuto gritó en todas las pampas: esta tierra es mía, mía, mía. De él, no de las comunidades originales. De él y sus amigos. El presidente Uriburu, no se sabe por qué ni con qué derecho, les “regaló extensiones de 90.000 hectáreas a diez ingleses”. No se saben los motivos, no se sabe por qué. Si los ingleses las aceptaron y los roquistas se quedaron con el vuelto, o no. Porque la coima nunca fue delito. El propio general Julio Argentino Roca, con el monumento más alto que todos, a la altura de Dios en el altar de la Catedral, lo escribió con su sentido irónico de gobernar a los argentinos: “Cuando se proyectan grandes empresas y circula mucho dinero y el éxito o el fracaso de los planes depende de la decisión final de los políticos o funcionarios, es inevitable que haya soborno o que se lo presuma –lo que es igual–. Traté de que no lo hubiera pero no me habría escandalizado porque la corrupción es propia de la naturaleza humana y en el campo de la cosa pública hay que ocultarla para que el pueblo no pierda la fe en sus gobernantes”. Julio Argentino Roca. Una norma de vida. Cuando les quitó la tierra y la vida a los indios del sur se quedó con una dádiva de quince mil hectáreas. Dádiva o coima. El la llama un regalo. Sí, pero de los políticos subalternos.
Está todo dicho. Lo vemos en el juicio de Benetton contra dos humildes pero enteros hijos de la tierra mapuche. No olvidemos el nombre del juez, Jorge Eyo, que le acaba de dar la razón en todo a Benetton, el multimillonario, y los dejó sin sus surcos plantados con semilla a los reales dueños de esa tierra patagónica. De esos habitantes que jamás pusieron alambre a las extensiones que llegan al horizonte. Precisamente porque quieren ver el horizonte. Benetton el ricachón europeo, en cambio, a la belleza patagónica le pone alambre de púa y le cierra las tranqueras. A la estancia de Benetton, la gente lugareña con su sabiduría de siglos le dice “La Jaula”. Del cielo sin confines de antes de Roca a La Jaula. Civilización globalizada. Ya el general Roca en su genocidio amaba el alambrado. Y lo dirá: “Tierras libres de indios que podían cercarse a voluntad con ese maravilloso hilo metálico, el alambrado”.
El alambrado, el signo patrio más querido por nuestro general Roca. Ponele alambrado a la belleza así serás rico y votado. Para los pobres el talerazo de la injusticia, para los ricos, el alambrado de la propiedad. Anótelo señor juez Jorge Eyo. Se lo dijo en la cara ese inolvidable abogado territoriano Gustavo Macayo, de Esquel, defensor de la tierra mapuche que le recordó a la Justicia el olvido y la desatención del Estado sobre la tierra para los pueblos originarios. El derecho de éstos de no ser expulsados por el dinero del soborno y la coima, de la explotación europea a las civilizaciones que tienen la vida como meta y no la acumulación de riquezas. El juez Jorge Eyo falló para el desbordado multimillonario de Treviso. En su estancia, antes de Roca, escuela de pájaros y de cielos pintados por Miguel Angel, ahora permanentemente se huele a desinfectante, que es lo que dejan siempre a su paso los destructores de las imágenes del paraíso tan cercano.
Pero bien, el de la Justicia fue el triunfo del egoísmo más ramero y plebeyo. Todos creíamos que el señor Benetton, antes de iniciar el juicio iba a comprar 387 hectáreas en cualquier lugar de Chubut y se las iba a regalar a Curiñanco-Nahuelquir para que ahí siguieran sus trabajos agrícolas. Por lo menos ese gesto. Pero no. Afuera, que todo esto es mío, mío, mío. Ni siquiera ese gesto. Que es posible que la pareja mapuche no hubiera aceptado, basada en un sano orgullo de siglos.
No. Todo para él. Sabemos que la gente limpia de Treviso, en el norte italiano, la ciudad del centro de actividades de Benetton, ya está preparando la “operación Salivazo” como muestra de desprecio a su coetáneo. Por lo menos eso, que vale mucho. Decirle a uno lo que es expresado en una abundante expectoración humana del desprecio eterno.
No habrá mariposas ni cóndores pensativos ni bandadas de pájaros en busca de miradas. Todo terminará cuando se exporte el agua patagónica y ya se derrumben las montañas por falta de nieve y cuando los últimos guanacos ya estén bajo vidrio en Miami. Gracias a Roca, Menem permitió la venta de las 900.000 hectáreas a Benetton. A principio del siglo pasado, ya se había vendido todo el sur patagónico a ingleses y otros extranjeros. Y si no que lo diga la llamada concesión Grünbein. Viva la pepa. Los estancieros ingleses con sus cazadores de indios liquidaron a los tehuelches. Mejor dicho, para emplear el léxico de Roca, a los “salvajes”, a los “bárbaros”. Por lo menos el general libertador San Martín los llamaba con respeto: “nuestros paisanos los indios”. Pero nosotros a Roca le hemos dado el principal lugar de Buenos Aires y la estatua más grande desde donde vigila la Casa Rosada, mientras a San Martín lo mandamos al Retiro.
Esto que ha ocurrido es algo fundamental para demostrar si los argentinos, además de lo que dice el obispo Giaquinta que somos fallutos, ladrones y groseros, somos los perfectos perversos y los prostituidos de Benetton. Ante la resolución increíble del juez Jorge Eyo –mejor dicho, de la Justicia argentina– ahora tienen que tomar la palabra las legislaturas de Chubut, Río Negro, y Neuquén; los gobernadores de esas provincias –todos con poderes legales sobre el caso– y el presidente Kirchner, patagónico ante todo, que tiene el conocimiento de la horrible tragedia que originaron en su Santa Cruz los estancieros ingleses, ayudados por el gobierno “democrático” del radicalismo y el ejército nacional. Siempre dentro del pensamiento de su máximo héroe, el genocida Julio Argentino Roca. Pero también tienen que expedirse los diputados y los senadores nacionales. Hay un camino legal sagrado: el hacer respetar la limpia dignidad de los pobladores de estas tierras. Nuestros paisanos los indios, señores políticos, son hijos de nuestra tierra y no hay que tratarlos como limosneros. Antes que los dólares de Benetton, los sentimientos y los derechos de Atilio Curiñanco y Rosa Nahuelquir. La ética.