CONTRATAPA

Culpa y justicia

 Por Osvaldo Bayer

Después del mal ejemplo de Estados Unidos de las últimas elecciones, donde basta leer los millones de dólares que gastaron los dos candidatos para darse cuenta de que eso no es democracia ni nada que se le parezca porque, señores, para ser demócratas hay que tener plata. El que no tiene plata es apenas un gato de albañal a quien sólo le permiten poner un papelito en la urna, un papelito –y esto es lo real– que lleve un nombre de los dos que les dan millones para poder ser presidentes. Pero no miremos sólo a Estados Unidos, pongamos la mirada en Esquel, esa pequeña ciudad de nuestra Patagonia que ha luchado y sigue luchando contra las minas de oro y el cianuro que se utiliza para obtener el metal de los Dioses. Oro y cianuro. Síntesis del mal. Bien, estuvieron aquí los representantes de las asambleas populares para explicar todo. La porquería que son las actuaciones de las autoridades, de los jueces, de la policía, de los empresarios locales –que algo quieren ligar si viene tanto dinero de afuera– y los alcahuetes pagados que rompen vidrios de los asambleístas y los amenazan.
Cuánta corrupción hay en las democracias armadas por el poder. Y ahora Sobisch contra los heroicos obreros de Zanon. Sí, los de la epopeya. Nos imaginamos cómo fue el período de la conformación nacional cuando se repartieron las tierras de las pampas y la Patagonia. Aquella que se repartió toda, pero primero se hizo desaparecer al indio. Hay poderosos dueños de la tierra desde aquella época. No hubo control. Se llamaba “dar concesiones”. Miles y miles de hectáreas. Sarmiento inventó la palabra atalivar, de Ataliva Roca, el hermano menor de Julio Argentino Roca. Se decía que Julio Argentino creaba y Ataliva recibía. Hoy ya no se utiliza “atalivar” sino que se dice simplemente “coimear”. A los indios que Roca no eliminó, los esclavizó. Claro, Mariano Grondona dice que eran indios chilenos. Ah, entonces está bien.
Pero nada queda impune. Hemos recibido una muestra de coraje civil. Una mujer de manos limpias y mente que no tiene ni miedos ni secretos. Es la sobrina biznieta del general Julio Argentino Roca, sí, el genocida del “desierto”. Magdalena Roca Figueroa. Su estilo es claro, sus palabras dicen justamente lo que significan. Luego de saludar la campaña que llevamos a cabo algunos argentinos de quitar del centro de Buenos Aires la estatua del genocida, me expresa:
“Habiendo sido Julio A. Roca uno de los siete hermanos de mi bisabuelo Agustín, considero importante que un escritor y activista de los derechos humanos de su talla, sepa que una portadora del mismo apellido, familiar, se avergüenza de lo llevado a cabo por su antecesor así como de todos los hechos acaecidos en estos lares desde Juan de Garay y Pedro de Mendoza”.
“Como americana pienso –continúa– que la ocupación de América por los europeos ha sido una tragedia y supongo que estará en nosotros, aquellos descendientes de esos invasores, estemos mestizados o no, cambiarle la cara a esta macabra historia. Todas las ocupaciones de tierras ajenas por pueblos invasores han sido un hecho deleznable a través de toda la historia de la humanidad. Pero sólo me puedo hacer cargo, en esta ocasión, de la que me corresponde por nacimiento. Como ciudadana argentina emparentada con quien fuera uno de los máximos responsables del casi exterminio de los pueblos nativos que ocupaban el llamado ‘desierto’ me hago cargo de lo que ocurrió en mi país. Como parte activa de la Iglesia Católica militante, me hago cargo de quienes siempre violaron su primer mandamiento: ‘No matarás’, por no mencionar el ‘no robarás’.”
“Si la historia se asumiese como fue –prosigue–, no digo conocer, pues ya se conoce aunque no se termina por incorporar el ideario colectivo argentino. Repito, si la historia se internalizara por todos los habitantes americanos, pienso que los usurpadores y sus descendientes, entre los cuales evidentemente me incluyo, debiéramos sentirnos tan depredadores como lo han sido nuestros mayores, al menos que hagamos algo al respecto. No nos debiéramos sentir a gusto en las tierras robadas a sus dueños. No debiéramos sentirnos a gusto sabiendo que a nuestros antepasados jamás se les ocurrió que la historia podría haber sido distinta si hubiesen venido a compartir un sueño, a pedir un permiso de convivencia y no a robar, saquear y matar llamando ‘indio ladrón’ y malonero a quien defendió su tierra como pudo y mejor supo.”
“Deberíamos sentirnos permanentemente en deuda con los pueblos originarios de esta América y luchar por lograr su perdón, primero, y resarcirlos, después. Mucha gente dice que el perdón no cambia nada. Pienso que sí. Pues si bien no devuelve a los muertos, implica un comienzo de resarcimiento del mismo, 500 años después, sí”, prosigue Magdalena Roca Figueroa.
“Cuando la evolución de la humanidad toma rumbos degenerados, sólo acciones como ésta, de quitar el monumento, tomadas como bandera por toda la comunidad y llevadas a la práctica, pueden alejar al ser humano del grado de animalidad en que se haya sumido.”
“Poco puedo agregar –continúa–, salvo que lo único que me inquieta de vuestra campaña –de retirar el monumento a Roca– es que no nombren con todas las letras la secuencia asesina que finalmente llevó a mi pariente a asestar el golpe final a los pueblos originarios del Sur: la invasión de Pedro de Mendoza y la de Juan de Garay, en primer término; las expediciones del coronel Pedro A. García, la del gobernador Martín Rodríguez, por el coronel Federico Rauch y por Rosas. Entiendo que no pueden ocuparse de todos los monumentos de estos ‘héroes españoles’ y que tomando a uno como símbolo, lentamente caerán los demás. También entiendo que cuestionarlo a Rosas resultaría, en este momento, inconducente, pero sería constructivo que quedara en claro que la Campaña del Desierto fue epílogo de todo un pensamiento gestado 500 años antes, producto también de un proceder bruto de la época que tiene que ser detenido por otro tipo de pensamiento de esta época que geste otro tipo de acciones y un proceder marcadamente diferenciado. Desmitificar a Rosas como amigo de los indios implicaría también desmitificar que Roca fue amigo de algunas tribus: claro, a coacción, la amistad toma rumbos imprevistos.”
“Antes de decidirme a escribirle, leí bajo recomendación suya el pésimo libro del Comandante Prado. También leí dos muy buenos libros escritos por Dionisio Schoo Lastra, quien fue pariente y secretario de Roca durante siete años: El indio del desierto y Lanza Rota (1930, edic. Marymar y Goncourt). Hay una gran admiración latente en toda su obra por la manera de ser indígena y un cabal conocimiento de las tribus, que no se deberían, a mi juicio, menoscabar. Diferente es el excelente trabajo profesional del historiador Enrique H. Mases: Estado y cuestión indígena: El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1879-1910), de Prometeo Libros.”
“Sin más, lo saludo muy atentamente y quedo a su disposición. Fdo: Magdalena Roca Figueroa (CI. 6.744.276).”

Sobrina bisnieta del general Julio Argentino Roca. Toda una lección. En su sangre siente la enorme injusticia con que nosotros los argentinos premiamos a su familiar asesino con ese monumento triste y ramplón. La mujer que nos entregó esta carta quisiera ver reemplazada esa estatua por “algunas beldades de la América virgen invisibles para nuestros torpes ojos”.
Gracias, Magdalena Roca Figueroa, nos ha dictado una clase de dignidad, frente a tanta agachada de los dueños del país y sus representantes. Dolor y dignidad. Culpa y Justicia.

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