CONTRATAPA
Tarjeta roja
Por Eduardo Fabregat
El 18 de diciembre de 1999, Los Piojos tocaron en el estadio de Atlanta frente a una multitud que llenó el lugar de banderas y fuegos. Los shows del grupo liderado por Andrés Ciro Martínez siempre se caracterizaron por provocar una emocionante ceremonia colectiva, un estado de fiesta en el que mucho tenían que ver las innegables cualidades musicales del grupo. Pero aquella noche las cosas arrancaron mal. Apenas iniciado Esquina Libertad, el tema que abre su disco Tercer arco, una esquirla en llamas voló desde el público e impactó en la batería de Daniel Buira. El cantante detuvo el show y pidió: “Che, aflojen con las bengalas, que casi le pegan a Dani”. El concierto continuó y terminó sin nada que lamentar, aunque esporádicamente siguieron apareciendo las luces entre la gente.
¿Habrá estado esa noche alguno de los Callejeros, o cualquier músico de las bandas que impulsaron la cultura del aguante, entre el público? En esa anécdota parece asomar el huevo de Cromañón, pero cargarles el fardo a Los Piojos es la misma simplificación que echarlo a la espalda de un único responsable. De hecho, los trapos y las bengalas ya habían aparecido en las citas multitudinarias de los Redondos, y las canciones de Los Piojos siempre resultaron más interesantes que las banderas colgadas en la tribuna. Lo curioso es que ni siquiera esa bengala, que puso en peligro a uno de los verdaderos protagonistas de la fiesta, sirvió como llamado de atención. De ese fin de década para acá, la intervención del público se multiplicó, ganó cada vez más relevancia, pasó a ser un ingrediente “necesario”, aun cuando ya no se tratara de un espacio abierto sino de lugares donde el mínimo sentido común indica que el fuego no es buena compañía: si la hinchada no agitaba, no era rock.
¿Cómo fue que el rock se volvió fútbol? La devastación cultural del menemismo profundizó un escaso respeto por la vida propia y ajena similar al que en 1983 mató a Roberto Basile en la cancha de Boca, con un bengalazo de tribuna a tribuna. Frente a una sociedad que los expulsaba de mil maneras, los pibes encontraron un refugio en la música y lo que la música les decía, pero llevaron la identificación a un extremo de pasión tan irracional como la que produce la violencia crónica en las canchas. Así, en los shows del grupo de El Palomar se forjó la Familia Piojosa, un grupo de fieles que empezó a “seguir a todas partes” a las bandas del palo, recolectando dinero para el traslado en colectivos, la confección de banderas y la compra de pirotecnia. Un problema de dinero, precisamente, provocó encontronazos con otro grupo habitué de los shows de Callejeros, El fondo no fisura, iniciando una pica de cantitos y banderas acusatorias que en alguna ocasión se resolvió a los tortazos.
¿Suena conocido? Poco antes del show de Callejeros en Excursionistas, a mediados de diciembre de 2004, el periodista Nacho Girón, de la revista under El Acople (www.elacople.com), viajó en un colectivo fletado por El Fondo. En la nota se citan un par de declaraciones de los pibes de “el aguante” que cobran un tono escalofriante a la luz de lo que sucedió después: tras contar que “en Obras la Familia Piojosa pudo entrar con todas sus banderas y bengalas, pero El Fondo tuvo que dejar afuera la mayor parte de su arsenal”, Girón cita a Sebastián, de la Familia: “No hay favoritismos. Lo que pasa es que dos días antes del show yo me encargué de llevar todas las cosas a Obras, y por eso nos dejaron más libres. Le mostramos con anticipación las banderas al manager y arreglamos personalmente qué medidas de bengalas podíamos llevar”.
Todos los informes especiales sobre la violencia en el fútbol apuntan la connivencia entre barrabravas y dirigentes, a veces incluso con algún jugador. A la hora de la justicia, sin embargo, todos miran en la misma dirección: no señor, yo no fui, la violencia la provocó aquél, es un invento del periodismo, cómo se le ocurre. El fútbol, un deporte bello por definición, se contaminó de las peores costumbres. Lo ocurrido en Cromañón desnuda una analogía con el rock, impensable años atrás. Y aún hoy, en el foro de Callejeros (donde suele terciar otro grupo de hinchas, Los Invisibles) aparecen defensores de la pirotecnia que sólo conciben la música en vivo como una carrera a ver quién tiene más aguante, y siguen sosteniendo la teoría de que los únicos responsables de las muertes de Once son Chabán, Ibarra, los inspectores, la corrupción, la prensa. Que el fuego no se expandió por un exceso de “participación”, sino porque el local estaba mal habilitado. Que “prender una bengala es una sensación única” (sic). Rockeros futbolizados que quizás esperan a que todo pase, como todo pasa en Argentina, para volver a fletar el bondi, pintar la bandera y comprar las bengalas, los tres tiros y las candelas para una fiesta donde se creen tan protagonistas como el que está arriba.
En 1982, Los Redonditos de Ricota grabaron un demo donde figuraban clásicos como Superlógico, pero también una canción que –lamentablemente– nunca grabaron en sus discos oficiales. “Esto ya no es rock, mi amor: es pura suerte”, cantaba el Indio Solari. Bueno, la suerte se terminó. Algunos no quieren darse cuenta.