ESPECTáCULOS › EL CIERRE DE COSQUIN ROCK
Y en el final, la lluvia dijo presente
Como para terminar de invocar el espíritu de Woodstock, en la fecha final hubo barro hasta las rodillas. Brillaron Las Pelotas.
Por Cristian Vitale
Si algo faltaba para que la quinta edición del Cosquín Rock pareciera un Woodstock actual y sudamericano, era la lluvia. Las sierras presentaban al amanecer del domingo un aspecto místico, casi de ensueño. Una bruma espesa envolvía la parte más alta de los cerros y los lugareños daban el pronóstico indicado: “Hoy diluvia”. El agua, claro, no tardó en caer. Miles de carpas amanecieron con fosas alrededor para detener la inundación, y la tierra del predio fue transformándose con el caer de las gotas en una pista de patinaje natural. A las cinco de la tarde, cuando los uruguayos de Trotsky Vengarán abrieron la jornada en el escenario de punk rock, aún era posible trasladarse de una punta a la otra, pero frente a la insistencia climática hubo que sucumbir ante el barro: cantidad de rockers desparramados en el piso –cuanta más cerveza, más probabilidad de caer– y una sensación como si todos estuviesen caminando en la luna. Para el momento en el que irrumpieron Las Manos de Filippi, en el principal, era imposible trasladarse y cuando Arbol, una hora después, propuso su set bien arriba –apenas cortado por el enternecedor Pequeño sueño y el cierre habitual con Ji ji ji a capella–, pocos pudieron disfrutarlo por la movilidad permanente del suelo.
En este marco, molesto pero romántico, casi 30 mil personas disfrutaron del epílogo de la nueva versión del festival –la revancha es el 11 y el 12 de febrero muy cerca de allí, en la Plaza Próspero Molina, con el Cosquín Siempre Rock–, que presentó una gran cantidad de bandas de punk rock, rock chabón y algunas más allá de encasillamientos definidos. Sucedieron con rapidez y algunos incidentes –ver recuadro– casi todos los números previstos, con la excepción de algunos que tenían que tocar en el escenario Topline y se quedaron con las ganas por la lluvia. Detrás de todo, pegado a las sierras, la comunidad punky tuvo finalmente su noche de la mano de Marky Ramone & The Intruders y una hilera de bandas argentinas sostenedoras del legado ramonero: Topos, Cadena Perpetua –con un show agitado y festejado como pocos– y 2 Minutos volviendo a la normalidad luego de un prolongado tiempo en las sombras. El grupo de Mosca mechó viejos clásicos barriovajeros con material de su última producción -Superocho–, que los está retornando al lugar que nunca deberían haber perdido en la escena punk argentina. Fue la previa perfecta para que Marky pisara el escenario en sintonía con el contexto, y ofreciera un show certero y contundente a la marca de cuatro, como última banda extranjera del festival –José Palazzo, el organizador, dejó entrever que para la próxima edición podría venir AC/DC– y ante un pogo rabioso de enormes proporciones.
Mientras el pogo reventaba a morir en el escenario temático, la impresionante cantidad de gente que llegó desde todos los puntos del país para ver a Las Pelotas, disfrutó uno a uno y con paciencia a todos los predecesores: Jóvenes Pordioseros, Los Tipitos, Caligaris, Las Manos de Filippi –quienes, como de costumbre, se hicieron notar–, Arbol, Kapanga (dicen que en Córdoba el Fernet y Kapanga pegan muy bien después que la Mona Jiménez le dio al grupo sureño el visto bueno) y La 25, que detonó el recuerdo de la tragedia de Cromañón con un mensaje simple, directo y popular como su música. “Más pasa el tiempo, más callejero soy”, cantó todo el mundo al cierre de un arengado set rolinga. El feeling entre Las Pelotas y La 25 fue la conjunción perfecta para explicar algo que en realidad había pasado –con contadas excepciones– durante todo el festival: la solidaridad entre los músicos. No sólo que Alejandro Sokol cantó provisto de una remera con un enorme 25 en la espalda, o que los integrantes de La 25 siguieron el show pelotero de principio a final, sino que los chicos de Quilmes se encargaron de repartir miles de velas entre el público para encenderlas como fondo lumínico imponente, mientras Germán Daffunchio entonaba los primeros acordes Máscaras de sal. La tragedia estuvo presente durante todo el festival pero, a diferencia de lo que había ocurrido en el Gesell Rock, esta vez la memoria popular prefirió recuerdos con menos olor a muerte.
Las Pelotas subió a escena en medio de cierta tensión, que fue disminuyendo con el correr de los temas. Pipo Cipolatti –maestro de ceremonias– la pasó bastante mal cuando intentó presentarlos. “Sólo voy a decir que estoy con ellos desde que Luca vivía”, alcanzó a decir entre puteadas en todos los idiomas y una silbatina pronunciada. Peor aún fue cuando, apenas arrancó el show con Capitán América, un grupo de excitados fans lanzó una bengala. “No, boludo, ¿que hacés?”, fue el primer reflejo de Sokol. “Otra más y dejamos de tocar”, gritó Daffunchio y pareció que se terminaba todo. Por suerte primó la razón y la banda de Traslasierra pudo concretar un show francamente maravilloso. La bruma espesa en la cima de las sierras y el oscurísimo negro de nubes tormentosas conformaron el marco ideal para escuchar esa densidad sonora, a veces melanco y siempre envolvente que proponen Las Pelotas. ¿Cómo una banda esencialmente triste puede generar tanta pasión entre el público de rock? Tal vez ellos lleguen, como pocos en la Argentina, a ese lugar tan inexplorable del alma para transformarlo en música. Apenas un grupo de bailarinas centroamericanas –los plomos de la banda– bailando en Hawai, el acordeón a piano de Sebastián Schachtel o algún chiste borrachín de Sokol cortaron un repertorio ideal para enfrentar el bajón del domingo: Muchos mitos, Tormenta en Júpiter, Esperando el milagro, adobados con pequeños y siempre conmovedores cables a tierra: Bombachitas rosas, Sin hilo, versión a tempo lento de Shine y el cierre para tributar a Luca: Cinco magníficos y El ojo blindado.
A las 3 de la mañana del lunes, el Cosquín Rock llegaba a su fin. Miles de chicos y chicas –se calcula que en las cinco fechas hubo más de 120 mil personas–, agotados pero satisfechos y con barro hasta las rodillas, encaraban el duro camino del regreso, pero con la satisfacción de haber puesto el cuerpo en una experiencia increíble. Y sin titulares escandalosos.