CONTRATAPA
La nueva amenaza nuclear
Por Eduardo Subirats *
La conferencia de las Naciones Unidas para la revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear se ha clausurado en Nueva York bajo el signo de una esperada decepción. Los medios globales de comunicación no han puesto de manifiesto, sin embargo, lo que realmente significa la muerte de este Tratado que debería regular el desmantelamiento de las cabezas atómicas activas existentes, la prohibición global de investigaciones y tests conducentes a incrementar el potencial destructivo nuclear de no una u otra, sino todas las naciones, y la interrupción de los tráficos estatales o paraestatales de los componentes materiales y técnicos de la guerra nuclear avanzada. Tampoco han formulado los medios lo que puede significar una nueva constelación política global en la que haya desaparecido o continúe penalizado el espíritu de resistencia que despertó el genocidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki, y que alimentó los movimientos verdes y pacifistas hasta 2001. Y una constelación histórica dominada por nuevas generaciones de armas y estrategias de guerra nuclear.
Durante las negociaciones de “no proliferación” los grandes titulares de la prensa y la televisión globales los han monopolizado, como era de esperar, las agresivas consignas de la administración norteamericana contra las tentativas de soberanía nuclear de Corea del Norte e Irán (que la invasión de Afganistán y las dos sucesivas guerras contra Irak justifican con rotundas pruebas). Pero bajo los fuegos cruzados de halcones americanos, comunistas coreanos y chiítas iraníes se ha enmudecido confortablemente lo que constituye el conflicto fundamental que genera la escalada nuclear: el conflicto político y económico entre las cinco superpotencias nucleares y la gran mayoría de Estados no nucleares. Estos últimos exigen repetida y rutinariamente un desarme multilateral de los superpoderes atómicos. Los superestados atómicos plantean muy por el contrario la necesidad de desarrollar nuevas tecnologías y estrategias nucleares bajo el horizonte de la Guerra global.
En los últimos años la administración norteamericana ha formulado repetidas veces la necesidad de revisar los métodos y objetivos de las estrategias nucleares para el siglo XXI. Sus 8000 cabezas activas son en gran parte una herencia obsoleta de la Guerra Fría. Deben reducirse a 2000 para el 2012. Y tienen que diseñarse nuevas armas para necesidades nuevas. Inglaterra, Rusia y Francia han coreado la misma canción.
Las metáforas de la jerga tecno-industrial-militar del Pentágono para documentar este proyecto de modernización son elocuentes por sí mismas: “entirely new types of nuclear warheads”, “bunker-buster warheads”, “low-yield, precision-guided nuclear weapons”, “usable nuclear weapons”, “earth penetrating weapons...” La visión histórica que subyace a estas definiciones es brutal y elemental. Ya no existe una lógica binaria que legitime el principio de destrucción mutua total entre superpotencias nucleares contrincantes. Las nuevas soberanías atómicas se extienden a lo ancho de territorios aleatorios de fronteras indefinidas, sus nuevos sujetos son política e ideológicamente móviles, sus tácticas se han vuelto aleatorias. Las nuevas armas deben ser más flexibles y específicas. Sus efectos letales deben minimizar su visibilidad mediática.
Ya no es necesario definir escenarios catastróficos de guerras nucleares con saldos de centenares de miles o millones de víctimas. Los nuevos objetivos nucleares no son ciudades, sino bunkers e instalaciones industriales. Las nuevas microcabezas nucleares poseen un 1/13 parte de la fuerza devastadora de la primera bomba A. Sus explosiones configuran cráteres del tamaño limitado del Ground Zero Manhattan, no de la extensión mítica de los Ground Zero de Hiroshima y Nagasaki. Además estas nuevas armas nucleares están clasificadas estratégica y jurídicamente como convencionales, porque sus objetivos son dispositivos militares y se han legitimado en el Senado de los Estados Unidos como armas de efectos radiactivos colaterales controlados.
Seguirán siendo armas de destrucción masiva que dejarán por todo legado una contaminación radioactiva indefinida. Pero no será posible contabilizar sus víctimas. Sus efectos materiales tampoco son espectaculares. Y la ya fragmentada resistencia intelectual y civil a la guerra nuclear quedará con ello aún más debilitada.
El Informe del Departamento de Defensa al Congreso de los Estados Unidos “Nuclear Posture Review” de enero de 2002 definió un nuevo tipo de guerra nuclear. Los cientos de toneladas de mísiles de alta precisión con uranio empobrecido que se han lanzado en las sucesivas guerras del Golfo Pérsico, los Balcanes y Afganistán son solamente un anticipo. El uranio empobrecido es un residuo de la industria energética utilizado como metal denso de alta capacidad de penetración en bunkers e instalaciones industriales. Pero su vida radioactiva es indefinida y su oxidación genera un polvo microscópico que se disemina en la atmósfera y cuya inhalación provoca el cáncer pulmonar y la leucemia. Cientos de miles de personas, principalmente niños, han muerto en aquellas regiones, como consecuencia de estas bombas nucleares sucias, de acuerdo con informes forenses de las Naciones Unidas.
Bombas nucleares sucias, armas nucleares híbridas, estrategias nucleares mixtas, y el silencio civil e intelectual: éste es el balance de la última conferencia de las Naciones Unidad que exhibe las palabras “Non proliferation” en su bandera. Su esperado fracaso ha significado una victoria para las posiciones globales más beligerantes: Corea del Norte y Washington. También ha puesto de manifiesto la ausencia de una voluntad civil e intelectual lo suficientemente articulada capaz de detener la carrera científica, técnica, industrial y militar hacia la extinción de la humanidad.
* Profesor de Filosofía, Estética, Arquitectura, Literatura y Teoría de la Cultura en universidades de San Pablo, Caracas, Madrid, México, Princeton y actualmente en New York University. Autor, entre otras obras, de El continente vacío, Culturas virtuales, Una última visión del paraíso y Memoria y exilio.