CONTRATAPA

Un joven falangista llamado Aznar

 Por Miguel Bonasso

La Cumbre entre la Unión Europea, Latinoamérica y el Caribe empieza hoy en Madrid con malos augurios y un anfitrión como José María Aznar visceralmente inclinado a las amenazas, los empujones y las torpezas diplomáticas. Su última hazaña está fresca en la memoria de todos: el presidente español, que lo es también de la Unión Europea hasta junio próximo, fue uno de los jefes de Estado que se apresuró a reconocer al golpista venezolano Pedro Carmona Estanga, en su vertiginoso paso por la presidencia.
¿Qué le dirá ahora a su huésped oficial, el repuesto presidente Chávez? “Perdona, Huguito, pero me equivoqué.” También deberá acudir a todos los trucos retóricos de la diplomacia para diluir el mal sabor de boca que ha dejado en Argentina el anuncio, apresuradamente desmentido, de que las autoridades ibéricas estarían por exigirles visa a los naturales de las pampas. Un mal sabor que se suma, por cierto, a otras discriminaciones recientes como las prisiones, golpizas y juicios de expulsión en contra de dos jóvenes ciudadanos argentinos: Nicolás Sguiglia y Francisco Castorina.
Antes de conocerse el desmentido de la embajada española, hasta un gobierno tan obsecuente ante los poderes internacionales como el que preside Eduardo Duhalde se vio obligado a expresar su malestar ante una medida humillante e inaceptable para un país que cobijó a millones de emigrantes españoles. (Entre ellos, la madre del autor de estas líneas. Valga la aclaración para que ningún iberófilo se apresure a encontrar resentimientos ocultos contra esa Madre Patria que en estos días Joan Manuel Serrat no ha vacilado en calificar como Madrastra.) Liberado de esa ingrata tarea, el presidente temporal de Argentina y el Mercosur podrá entonces dedicarse a exhibir sin sombras la votación favorable de la Ley de Quiebras y el cumplimiento de otros home work ordenados por esa maestra implacable que es la señora Anne Krueger.
No menos implacable, José María Aznar habló en estos días de “previsibilidad” y “seguridad jurídica”, pensando tal vez en recuperar los astronómicos niveles de rentabilidad de que disfrutaron Telefónica, Repsol y ciertos bancos ibéricos antes de la devaluación. Como el SantanderCentral Hispano, dueño del Río, que amenaza irse del país “cuando se acabe la pasta”. Como lo dijera con casticismo vallecano su consejero delegado Alfredo Sáenz, uno de esos banqueros de la rapiña posfranquista (como los llama el periodista español Mariano Sánchez Soler). Tan afines al “demócrata” Aznar que, en su apresurada celebración de la “caída” de Hugo Chávez, debió revivir la formación ideológica de su juventud, cuando le mandaba cartas a la revista falangista SP, en las que recordaba que sus familiares estaban “en los más altos cargos políticos de la Nación” y se reivindicaba como un admirador apasionado de José Antonio Primo de Rivera. (Ver José María Aznar, “La obra que España espera”, SP, 1º de julio de 1969, citado por Mariano Sánchez Soler en su libro Ricos por la Patria. Plaza y Janés, Madrid 2001.)
Lo cual no le impediría definirse, muchos años después, como integrante de “la primera generación de la democracia”. Aquella que no tendría nada que ver con los años grises de la Transición. Aunque conservara de las influencias familiares y políticas del franquismo las peores lacras: como la xenofobia y un rancio e injustificado amor por ciertas presuntas glorias del pasado, como lo que llaman el Descubrimiento y la Conquista. Blasones enmohecidos que podrían llevarlo a proponerse –sin tecnología ni capitales de magnitud– como subimperialismo.

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