Sábado, 4 de febrero de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Llegar a Barcelona trae recuerdos de vida. Aquel 1955 con el franquismo y yo viniendo de Toulouse después de visitar a los grupos antifranquistas que me llenaron de mensajes peligrosos, que para pasar la frontera repartí entre las páginas de una revista argentina para damas, Para Ti. ¿qué hacía yo llevando justo esa revista? No sé. Parece un relato de Dal Masetto. Me aconsejaron pasar los Pirineos por el lado de Puigcerdà y no por Figueres, porque según ellos había menos vigilancia. Pero, para qué. Los guardias franquistas hicieron bajar a todos los pasajeros, nos pusieron en fila y revisaron todo. Yo disimulé el Para Ti debajo del brazo. Pero lo primero que vio el uniformado fue la revista y me la exigió para revisarla. En ese momento ya me vi en la cárcel por años. Pero hay que tener suerte. Desde esa vez empecé a jugar a la lotería. El guardia ve la tapa, se le ilumina la cara y me dice: “¿Argentino?” “Sí”, le contesto. Y muy sonriente me espeta: “Yo también, de Tucumán. Nací allá, de padres españoles y volvieron aquí, yo tenía once años”.
Aproveché la ocasión. Una en un millón, o más. Que encuentre de guardia en los Pirineos a un tucumano es como divisar a un guanaco caminando despaciosamente por Corrientes y Florida. Por eso, rapidísimo: “Yo también viví en Tucumán”. “¿No me digas?” Y empezó el tuteo. Aproveché y le recordé calles y plazas, el azúcar y el Aconquija. Y él me agregaba el calor y los carros de caña. Sonrisas y me dice: “Pasá, pasá”. Y yo pasé con la revista Para Ti debajo del brazo y las cartas adentro y casi me olvido de las valijas que el “tucumano” me alcanzó.
Ya en Barcelona entregué el Para Ti en una casa humilde donde sólo me entreabrieron la puerta y una muchacha me sonrió, recibió la revista y cerró la puerta. Los luchadores de siempre, los que sabían que podían terminar en el garrote vil de Franco, el fusilador de poetas. El militar que triunfó sobre la República con la ayuda de la Legión Cóndor nazi y las tropas fascistas de Mussolini. Y que envió la División Azul para ayudar a la guerra de Hitler. Ese verdugo, después de la guerra, va a ser ayudado por Estados Unidos, como siempre. Y la Argentina que le mandó trigo. Para él, no hubo un Nuremberg. Pero la historia no perdona. Y deja a los asesinos finalmente desnudos. En esta España de hoy hay cada vez menos monumentos al fusilador de poetas. Y justo esta semana cuando llego a Barcelona está la discusión sobre los archivos catalanes que Franco había ordenado trasladar a Salamanca cuando ganó la guerra civil. Allí le sirvió para la gran represión contra todos aquellos hombres y mujeres de Cataluña que habían combatido el fascismo católico de Franco. Pena de muerte o interminables cárceles para los republicanos fue el resultado.
Bien, Cataluña –con toda razón– exige la devolución de esos archivos y la derecha se niega. La discusión es profunda: los defensores de la libertad contra los adoradores del dictador. En estos días han salido artículos jugosos desnudadores de la perfidia y la permanente presencia de la muerte ordenada por el militar asesino. El jurista José María Loperena acaba de acusar al alcalde franquista (del partido de Aznar) de “retener en Salamanca los documentos y la correspondencia que los servicios de la policía política de Franco expoliaron a punta de pistola a las instituciones republicanas y a las familias de los vencidos”. En marzo de 1938 una docena de sicarios a sueldo de Serrano Suñer, ministro de Franco, requisaron todos los expedientes que remitieron a Salamanca, y encarcelaron a los funcionarios. Fueron muchos los republicanos asesinados merced a aquel macabro expolio. Porque, como bien se sabe, aquel expolio monumental se promovió al finalizar la guerra para identificar a “rojos separatistas”, y así poderlos fusilar. Se recogió aquella documentación para conocer al detalle la actuación de cada ciudadano durante la República. Fue una operación de selección y exterminio, un genocidio quese dirigió y controló desde Salamanca, la capital de los que se alzaron contra el orden democrático y sede del archivo del material requisado como botín de guerra.
La editorial de El Periódico de Barcelona señala: “El esperpéntico todo vale que anima al sabotaje de la devolución a Cataluña de los papeles de Salamanca requisados como botín para la represión tras la guerra civil no tiene fin”. Parece ser la palabra “esperpéntico” la que calza bien. El ensayista Reyes Mate lo repite: “La España profunda ha vuelto a dar la nota con el esperpento del Partido Popular de Salamanca contra el regreso de los papeles catalanes requisados por Franco”. Sí, es que parece esperpéntico ver a los viejos y nuevos franquistas arrodillarse ante los obispos negros para rezar por el alma del caudillo matador o poner flores ante los pocos monumentos que quedan del fusilador. Es que así como el pueblo español demostró todo su coraje en la lucha contra Franco y sus generales, luego no supo reaccionar a tiempo con la memoria. La política medrosa de Felipe González de no mirar hacia atrás hace posible que hoy todavía se quiera hacer valer al franquismo, el fascismo hispánico. Esa política del olvido fue adoptada en parte también por Alfonsín y Menem con sus leyes de perdones. Ahora, la Argentina está dando un ejemplo al mundo: no a la desaparición, no al robo de niños, no a la tortura, no al olvido.
Pero no miremos sólo para afuera. Los argentinos tenemos demasiadas cobardías históricas. Por ejemplo esto: llego a Cataluña y me entregan una nota de El País nada menos que sobre Joaquín Penina. El primer fusilado por nuestro dictador Uriburu, el 10 de septiembre de 1930, en Rosario. Cuando ese día todos huyeron y los milicos golpistas llegaron desfilando, el obrero Joaquín Penina, libertario, imprimió volantes en Rosario llamando a la resistencia contra el golpe. Y no sólo eso, sino que salió a la calle para repartir esos volantes. Mientras el presidente Yrigoyen se rendía ante el 7 de Infantería de La Plata, el obrero Penina daba la cara por la Libertad. Fue detenido y fusilado por el Ejército Argentino y por la cobardía de sus llamados demócratas.
Me informan que aquí, en Barcelona, se va a reimprimir el libro del rosarino Aldo Oliva, que es una biografía del primer fusilado por Uriburu. La reimpresión del libro va a ser financiada por la alcaidía del pueblo catalán de Gironella, donde nació el héroe del pueblo.
Lo esperpéntico de los argentinos es que jamás se hizo justicia con el obrero español fusilado por el dictador argentino y no sólo eso sino que le hemos hecho un monumento al fusilador en Balcarce. Sí, un monumento al autor del primer golpe militar, al traidor de la democracia. Una vergüenza argentina. Los gobiernos radicales y peronistas siempre miraron para otro lado. Y el monumento está ahí. Ciudadanos de Mar del Plata han iniciado una acción para terminar con esa vergüenza. La democracia argentina debería pagar su deuda con el obrero Joaquín Penina y levantar un busto a él en las barrancas del Saladillo, donde fue fusilado. Un humilde obrero español que había dado su vida por la libertad argentina. Un hijo del pueblo. Un catalán nacido en Gironella, tierras catalanas, más argentino que todos los militares golpistas y que los “demócratas” que huyeron ante el primer ruido de las botas.
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