Sábado, 4 de febrero de 2006 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
En los años ’90 los paradigmas del neoliberalismo estaban tan instalados que hacían difícil prever la oleada de gobiernos reactivos a esas políticas, que brotaron en América latina a fines del milenio pasado y principios del actual. Movimientos sociales, vertientes de la izquierda y del centroizquierda, corrientes nacionalistas y populistas participaron en la construcción de esas nuevas mayorías que promovieron a los gobiernos de Lula, Kirchner, Evo Morales, Tabaré Vázquez y Hugo Chávez.
Ninguno surgió de un laboratorio ideológico o de una coordinación internacional. Son tan distintos entre sí –desde un militar nacionalista, hasta un frente o un partido de izquierda, pasando por un movimiento indigenista y una fuerza de origen peronista– que, en conjunto, generan más desconcierto que imagen de homogeneidad. Tan es así que en muchos casos, corrientes equivalentes de pensamiento en algunos países son oficialistas y en otros opositores. Aunque piensen igual, tengan contactos entre sí y estén referenciados por gobiernos que obedecen a fenómenos políticos similares.
El desconcierto es tan grande y estos procesos son tan difíciles de encasillar con esquemas rígidos, que muchas de esas corrientes de izquierda o centroizquierda quedaron fuera y ni siquiera participan o intervienen en estos procesos. Sectores importantes de estas corrientes son opositores en Venezuela, Bolivia y Argentina. En Uruguay y Brasil, en cambio, estas vertientes, por izquierda y derecha, están más contenidas por el PT y el Frente Amplio que son expresiones políticas que llevan varios años de construcción. En contrapartida, y para contribuir al desconcierto, estos dos gobiernos tienen políticas más tibias en muchos aspectos que los otros tres.
Lo que tienen en común todos es que no provienen de un laboratorio sino que supieron aglutinar mayorías críticas para disputar el poder en las condiciones culturales, políticas y sociales de ese momento concreto. Y así, los gobiernos que resultaron expresan lo máximo que estaban en condiciones de generar los procesos populares en cada uno de sus países en ese momento.
Si la reacción ante lo imprevisto es el desconcierto y la respuesta al desconcierto es el dogmatismo, el resultado de la ecuación es igual a cero. Un sector de la izquierda y del centroizquierda dogmáticos han acudido con reglas y manuales para el ejercicio de dividir un fenómeno cuyo mayor potencial y riqueza reside en la posibilidad de unirse. Para unos, el ejemplo es una Bolivia que recién empieza; más Hugo Chávez en Venezuela, y le agregan Cuba. Para los otros, el ejemplo es el Frente Amplio uruguayo, Lula en Brasil, y le agregan a Chile gobernada por los socialistas. Unos y otros no saben adónde colocar a Kirchner en ese esquema. Para la socialdemocracia, “se inclina hacia el populismo de Chávez y Evo Morales”, como acaba de decir Alain Touraine. Y la izquierda dogmática ni siquiera lo integra a este cuadro de situación.
Cuba y los socialistas en Chile participan en este proceso pero de otra manera, pese a lo cual son tomados como emblemáticos por cada una de estas visiones. La incidencia de ambos es necesariamente distinta porque en primer lugar, con todos sus logros, la Revolución Cubana lleva más de cuarenta años y fue emergente de otro momento histórico y de otro contexto mundial, como lo reconocen los mismos cubanos, Evo Morales y Chávez. Y en el caso de los socialistas chilenos, gobiernan un país con un modelo económico rígido originado en el pinochetismo y que además tiene un tratado de libre comercio con Estados Unidos, lo que pone límites concretos, por lo menos en el mediano plazo, para una participación más protagónica en la tendencia de confluencia regional. Lo que les pasa a los socialistas chilenos les pasará también a López Obrador si gana en México, y en menor medida a Daniel Ortega si gana en Nicaragua y al FMLN si gana en El Salvador, todos en las elecciones de este año. Los gobiernos anteriores de esos países firmaron tratados de libre comercio con Estados Unidos, que además de destruir sus economías regionales, generan economías muy dependientes de la norteamericana y por lo tanto los hace más permeables a sus presiones y políticas.
Un factor importante del proceso que se da en Sudamérica es que con menor o mayor efusión y concreción práctica, tanto Chávez, como Tabaré, Lula, Kirchner y Evo Morales han planteado políticas similares con relación al ALCA, al FMI, al discurso neoliberal, a su visión del mundo, a la integración regional, a los derechos humanos y a los procesos de democratización e inclusión social.
Pero el elemento más importante es que coinciden en el lugar y en el tiempo, son todos vecinos, en un momento histórico en que el desarrollo global del capitalismo imposibilitó que se produjeran cambios profundos en un solo país aislado, porque el sector externo de las economías es mucho más decisivo que en otras épocas y por lo tanto están más expuestas a un contexto mundial desfavorable, ya que deben acudir a un solo mercado planetario organizado por las mismas reglas.
La conformación de un espacio económico, político, social y cultural a escala regional que facilite una relación menos vulnerable con ese contexto rompería ese círculo vicioso. Significaría la conformación de un solo mercado interno regional a escala con las nuevas tecnologías aplicadas a la producción, desde donde proyectarse al exterior, y con la misma visión política. La integración no sólo redunda en beneficios económicos sino que además abre la posibilidad de profundizar los cambios hacia nuevas sociedades, porque minimiza la incidencia de las presiones internacionales.
Parece una utopía desvelada, pero lo cierto es que las mismas economías nacionales fueron las que presionaron inicialmente la conformación del Mercosur a partir de sus propias necesidades y su propia lógica. Es cierto también que el Mercosur comenzó impregnado en gran medida con la lógica de los ’90. Pero las dos opciones son la integración regional o el tratado de libre comercio con Estados Unidos. Por eso, a pesar de que cada uno de estos cinco gobiernos sudamericanos priorice en este momento problemas importantes de sus políticas internas, si logran consolidar el proceso de integración regional con un impulso progresista, democrático y liberador, es probable que éste sea su aporte que más se destaque en el futuro.
Evo, Kirchner, Lula, Chávez y Tabaré saben sus diferencias y hasta es probable que las visualicen con las mismas categorías de manual con que se intenta dividirlos. Pero están gobernando, no están discutiendo en el café ni dando cátedra en París. Han tenido más o menos éxito en sus políticas internas, pueden ser más o menos criticados o aplaudidos por ellas. Pero en el marco regional saben que es más fuerte lo que los une porque se trata de una circunstancia que no se da con frecuencia en la historia. Están obligados a ser interdependientes, a apoyarse unos con otros, a dar formas más políticas, institucionales y solidarias a la integración económica.
Integración es romper las trabas que la impiden. Y eso implica discusión, negociación y forcejeos naturales como los que se están produciendo por el precio del gas boliviano, la construcción del gasoducto de Venezuela, la instalación de las papeleras en Uruguay o las cláusulas de adaptación competitiva para el comercio con Brasil. Si no hubiera chirridos habría parálisis. El gobierno argentino se equivocaría si lleva el tema de las papeleras a un punto de ruptura. Igual se equivocaría el uruguayo si lo utiliza como bandera nacionalista para recabar consenso. Estaría jugando con fuego de la misma manera que cuando utiliza el cuco de un tratado bilateral con Estados Unidos. A esta altura, los dos lados tienen que entender que cualquier discusión tiene el techo de que ambos países están condenados a llevarse bien. En ese proceso, los países son aliados estratégicos, al igual que con Bolivia, Brasil, Paraguay y Venezuela. Lo que ha sido competencia tiene que transformarse en sociedad, un buennegocio para uno tiene que ser buen negocio para todos. Todos tienen que ceder algo, incluso las economías más chicas, pero las más grandes tendrán que ceder más, porque tienen más para ganar.
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