Jueves, 9 de febrero de 2006 | Hoy
En la Argentina se ha avanzado muchísimo en la defensa de los derechos humanos. Pareciera, por momentos, que la sociedad argentina en general estuviera dispuesta a hacer un nunca más con los pecados abominables. Pero esta evolución contiene instantes de involución. Hay una común persecución para nada inédita y feroz contra aquella porción de Iglesia, como la de Maccarone, claramente identificada con la lucha de los sin tierra y los más pobres. Para disimular este hecho, el poder económico trata de tener al lado a algún obispo o sacerdote para decir “yo no soy reaccionario quedé salvado” y la gente se trague el “sapo” y piense que “está todo bien”. Hoy, en nuestra Iglesia, laicos y clérigos se están despertando con los Angelelli, Mujica y Maccarone. Hoy los cercanos Uriona pueden hablar de esto. Algunos no están dispuestos a dejarse pisotear. Nuestra Iglesia está manifestando una tolerancia cero con los que antes encubrían la pedofilia y los diversos abusos que comprometían la fe de la gente.
Creo que el padre Grassi ha marcado para la Iglesia un cambio de paradigma en la forma de pensar la caridad y la seguridad.
Antes las familias pudientes buscaban defenderse en los countries de los asesinos que estaban afuera. En el modelo de caridad del padre Grassi se buscaba sacar a los chicos de la calle para que nadie los abuse y se descubre por una información periodística que el director de la casa tenía prohibido ver a sus hijos por malos tratos. También la Iglesia se purifica con las infamias de los mafiosos que acusan al obispo. Con Uriona la Iglesia sigue caminando. Con Pelloni se hicieron respetar no sólo las monjas, sino todos los cristianos. Ganaron al unirse y salir a la calle. La tibieza de nuestra Iglesia, la falta de reflejos para reaccionar a tiempo no opaca a los que ya en estos tiempos son sus profetas.
El nuevo desprestigiado de los intereses económicos mafiosos es un nuevo prestigiado de la nueva cultura argentina, es un hijo de la encíclica “Dios es caridad”: monseñor Adolfo Uriona, el obispo de Añatuya. Los que somos sus compañeros de seminario y sus amigos sabíamos que era una emboscada de los mismos intereses económicos que pagaron la extorsión a Maccarone. Recuerdo cuando Macca me comunicó que había muchas posibilidades de que a Uriona lo hicieran obispo. Muchos pensamos: ¡Qué buen momento de la Iglesia que un abanderado de los pobres sea llamado a ser obispo! Sabíamos que a Adolfo le podía venir este bautismo de sangre. ¿Alguien puede creer que en un micro de larga distancia una persona puede abusar de una nena de 26 años? Es una nueva trampa para desprestigiar a los que en serio se comprometen con una sociedad más justa. La Iglesia con estas figuras se fortifica aún más...
Padre Dr. Leonardo Belderrain
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