Martes, 4 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Jorge Majfud*
En un movimiento político algo inusual, el senador republicano por Iowa, Charles Grassley, ha iniciado una investigación sobre posibles malas prácticas económicas de los mayores teleevangelistas de Estados Unidos. De ahí se ha derivado al cuestionamiento sobre una práctica común en la mayoría de los países del continente: las iglesias están eximidas de pagar impuestos, mientras sus líderes, pastores y empresarios se vuelven cada día más ricos. Esta práctica de privilegio para las iglesias se ampara, en Estados Unidos y en América latina, bajo el aceptado principio de libertad de religión. No está claro, sin embargo, por qué el pago de impuestos por parte de una iglesia podría significar un ataque a la libertad de culto. La prescripción de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios no corre en estos casos.
En una reciente entrevista en vivo por CNN, Kyra Phillips y Don Lemon cuestionaron a nuestro vecino de College Park de Georgia, el multimillonario reverendo Creflo Dollar, por poseer dos Rolls-Royce, jets privados, casas y apartamentos de varios millones de dólares cada uno, además de una iglesia multimillonaria enriquecida por las donaciones de ricos y pobres, muchos de ellos con serias dificultades económicas.
Estos ministerios califican como iglesias y no están obligados a llenar declaraciones de impuestos como sí deben hacerlo otras “nonprofit organizations” (organizaciones sin fines de lucro). La tradición de justificar las riquezas materiales mientras se predica el desprendimiento de lo mundano para la salvación del alma es muy antigua. La Iglesia Católica –con excepciones, como los teólogos de la liberación y otros “curas de barrio”– ha sido, desde hace mucho tiempo, especialista en la materia. En el caso de las megaiglesias protestantes, además de una práctica empresarial, la tradición está apoyada por la ética calvinista: la riqueza no es un obstáculo para entrar al Paraíso sino una prueba de las preferencias de Dios, que ha resuelto castigar a los pobres por su pobreza. Este aspecto teológico es muy semejante al karma hindú y sus resultados sociales también: la moral de la casta alta es consumida, principalmente, por las castas más bajas. En todo caso, los pobres sirven para que los ricos ejerzan su compasión.
Uno de los periodistas de Atlanta le recordó al reverendo Dollar la recomendación que hiciera Jesús al joven rico que fue a pedirle consejode desprenderse de sus bienes materiales para entrar al Reino de los Cielos. Recomendación que terminó con la tristeza del hombre rico y la observación del Maestro sobre la dificultad que podía tener para entrar al Cielo, como la de un camello que quisiera pasar por el ojo de una aguja. No obstante, el reverendo Dollar razonó que si eso fuese exactamente así, ningún rico podría entrar al Paraíso. De este razonamiento se deduce que el Mesías debía estar bromeando o tal vez exageraba un poco. Está bien que el Hijo de Dios haya bajado a la Tierra con un montón de utopías subversivas, pero tampoco era para tanto. Con la realidad no se puede.
Citando artículo y versículo correspondiente, el reverendo recordó que, en realidad, Jesús había dicho que por cada cosa de la que uno se desprenda iba a recibir un premio multiplicado varias veces. Algunos pensaron que Jesús se refería a un premio moral o al Reino de los Cielos, no al Reino del Dinero. Pero siempre es tiempo de aprender. Por esta nueva razón teológica, la riqueza de un hombre con fe significa que ha sido premiado por el Cielo por su hábito de desprenderse generosamente de una parte de sus posesiones. No otra es la lógica de la Bolsa de Valores: quien invierte se desprende de algo para multiplicarlo. Ningún empresario razonable espera invertir un dólar en Wall Street, en Amsterdam o en Shanghai y recibir un beso o el ascenso espiritual del que hablaba el Buda. Se espera recibir más de lo mismo.
En el siglo XVI, invertir en indulgencias significaba que por unos cuantos florines de oro un violador podía obtener el perdón del Vaticano y, consecuentemente, el perdón de Dios. Más antiguo, y todavía en curso, es el lavado de la conciencia con el buen uso de la limosna. La institución de la limosna es fundamental, porque el desprendimiento debe ser voluntario y sin comprometer las ganancias. Como dicen muchos conservadores religiosos por televisión, con su eterna ansiedad proselitista, sólo así, por un acto de voluntad, se prueba la bondad del donante. Si la bondad pasa por el Estado, mediante el compulsivo cobro de impuestos a los ricos, Dios no puede distinguir los buenos de los malos. Tampoco puede Dios recibir en el Paraíso a toda la Humanidad. El Paraíso es un resort VIP con acceso limitado, no un derecho democrático. Algunas iglesias, incluso, han definido el número exacto de miembros posibles. Como si en el día de la creación de la Humanidad Dios se hubiese divertido imaginando un Infierno eterno donde arderían sus pequeñas creaciones, para regocijo de sus pocos preferidos que contemplarían desde las alturas semejante espectáculo de tortura colectiva o, peor, dando vuelta la cara al horrible destino de sus hermanos. No vamos a decir que necesitamos un Dios más humanista, porque no vamos a decirle a Dios lo que tiene que hacer. Pero no haría mal una lectura más humanista de las Sagradas Escrituras para dejar de atribuirle a Dios conductas tan sectarias, elitistas y materialistas.
El mexicano José Vasconcelos, fervoroso opositor de la hegemonía norteamericana, recordó en La raza cósmica (1925) una fiesta diplomática en Brasil: “Contrastó visiblemente la pobreza de la recepción americana con el lujo de otras recepciones; pero en honor a la verdad, a mí me parece admirable y digno de imitación el proceder yanqui, pues no tienen los gobiernos el derecho de hacer derroches con el dinero del pueblo”. Sin embargo, así como Estados Unidos había sido fundado por revolucionarios que se oponían a la tradición monárquica y religiosa de Europa y ahora se identifica con los valores opuestos del conservadurismo ortodoxo, así también el original espíritu “republicano” que fue sinónimo de austeridad y democracia hoy representa la ostentación y el elitismo. Así también el cristianismo primitivo fue todo lo contrario al hoy triunfante cristianismo del emperador (San) Constantino.
Casi al final de la entrevista, el periodista le preguntó si pensaba que Jesús hubiese andado en un Rolls-Royce, a lo que el reverendo Dollar contestó, con calma, algo así como: “Pienso que sí. ¿Por qué no? El Señor anduvo en un burro en el que ningún otro hombre antes había andado”.
Dejo al lector que descubra la lógica de este reverendo razonamiento teológico.
* Escritor uruguayo. Profesor de literatura latinoamericana en The University of Georgia, EE.UU.
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