CONTRATAPA

El proyecto imperial

 Por José Pablo Feinmann

En un libro de 1975, El libro de arena, Borges se muestra preocupado sobre el destino de Occidente. Ese año lo era de funestos presentimientos para la Argentina. Borges (él y los suyos) apoyaban lo que se venía. Se venía la gran ofensiva contra el país de la “subversión”, país que Borges temía y odiaba. Cuando esa gran ofensiva se consolidó en un Estado que utilizó el terror como arma de exterminio, Borges se tranquilizó, almorzó con el general que conducía ese “proceso” y hasta confesó no saber, él, gobernar un país, de modo que era bueno, confesó también, que el honesto general Videla lo hiciera. Sin embargo, en El libro de arena, Borges se muestra, no sólo preocupado por su país, sino por la suerte del entero Occidente. Esa preocupación la exhibe en el primer cuento del libro, “El otro”, título borgeano si los hay (y los hay), y la expresa de un modo enormemente preciso, ya que Borges, aun al hablar de política, se superaba a sí mismo cuando lo hacía desde la literatura. “Ahora las cosas andan mal”, le confiesa al interlocutor del cuento. Luego, al decirnos por qué “las cosas andan mal”, incurre en una transitada versión de la Guerra Fría, bastante torpe y paranoide. Dice: “Rusia está apoderándose del planeta”. En seguida, no obstante, consigna un texto memorable, de esos que uno siempre rescatará en él, aun cuando exprese la weltanschauung de un irredento derechista, pero es tan brillante, tan prefigurador del futuro, que pareciera un consejo que Borges, pongamos, podría haberle entregado a George Bush en setiembre de 2001, a pocas horas del atentado a las Torres.
“Las cosas andan mal”, reconoce Georgie. Un hombre de ideas, imaginativo como él debe tener alguna receta, alguna sugerencia para que mejoren. Borges ofrece la causa del mal y la solución. Dice: “América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio”. Así, Georgie Borges pudo haberle dicho a Georgie Bush: “La democracia es una superstición que debilita a América. La democracia, usted sabe que ésta es una de mis frases predilectas, es un vicio de la estadística. Lo único que puede salvarnos es la decisión implacable de convertirnos en un imperio”. Georgie Bush le habría dicho: “Eso estamos haciendo. Eso hemos decidido. Eso haremos”.
La administración Bush es, por fin, la acabada realización de lo que Borges pedía en ese lejano cuento de 1975: “América” abomina de su tradición democrática, o, si se quiere, abomina del mito de la democracia, que le fue fundante, constitutivo. Ese país se forjó en una lucha anticolonial, se forjó en lucha contra un imperio. Luego asumió las tesis de Tocqueville y se presentó ante el mundo como el defensor de los baluartes de la libertad, de la democracia. Con Theodore Roosevelt se quita esa máscara y encarna su nueva beligerancia histórica: “Somos una potencia y una potencia debe ser un imperio”. Se es un imperio por medio de la utilización de la fuerza, de la glorificación de la guerra, de la guerra permanente, ya que un imperio no sólo lo es por lo que conquista sino por la capacidad de retener lo que conquista; para hacerlo, su espíritu bélico no debe decaer nunca: sólo por la organización permanente de la violencia el imperio no pierde sus conquistas.
De la Primera Guerra, “América” sale fortalecida, pero la sacude hasta los cimientos la crisis del ‘29. Vacila en entrar en la Segunda Guerra, sin embargo lo hace y sale más fortalecida que de la Primera. “Entrar” en esta guerra le exigió montar la inmensa escenografía de Pearl Harbour, y esa escenografía le permitió reclamar a su pueblo el sacrificio y la venganza. Notemos lo siguiente: “América” sabe que necesita grandes causas de reivindicación para convocar la furia imperialista de su gente. Es un imperio que se dinamiza al ritmo de la retaliación. Toda retalización requiere una gran injuria, toda gran injuria requiere una gran venganza ydespierta su sed. Toda gran injuria requiere también un enorme dolor para el propio pueblo, un dolor que posibilita que, luego, los vengadores guerreros se lancen a restañarlo. De esta forma, las Torres Gemelas son a Bush lo que Pearl Harbour fue a Roosevelt y a Truman. Hiroshima y Nagasaki son impensables sin Pearl Harbour. A su vez, Hiroshima y Nagasaki ya no son acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial sino el comienzo de la Guerra Fría, del enfrentamiento a la Unión Soviética: “Esta es nuestra fuerza. La fuerza del imperio. Y estamos dispuestos a usarla”. Esas bombas caen en Japón, pero han sido arrojadas sobre Moscú. Ganada la Guerra Fría, más fortalecida que nunca, “América” requería otra gran injuria para asumir el papel definitivo del imperio. Para asumir la nueva retaliación, acaso la definitiva. Eso es el 11 de setiembre. Se sabe que Roosevelt sabía lo de Pearl Harbour y no lo evitó. Roosevelt necesitaba Pearl Harbour. No lo dudemos: Bush sabía lo de las Torres y no lo evitó. Bush necesitaba el 11 de setiembre, su Pearl Harbour. Ahora, tiene el campo yermo para explicitar desembozadamente la política guerrera del imperio.
Esa política se basa en los siguientes elementos: 1) Desechamiento de los valores democráticos. Lo que pedía Borges: abandonar la “superstición” de la democracia. 2) Pasaje a segundo plano de la temática de los derechos humanos. 3) Armamentismo y militarización de la economía. 4) Asunción, por parte de “América”, de su rol de imperio. Lo que implica el relegamiento de Europa a un segundo o tercer plano. 5) Reorganización del mundo en base a los objetivos estratégico militares y culturales de “América”. 6) Señalización de un nuevo enemigo “irrecuperable” (el “mal”, según Bush y los suyos): el terrorismo y los países que lo amparan. 7) Transformación del planeta en posible zona de conflicto: el “terrorismo” puede estar en cualquier parte y “América” decidirá cuál es ese lugar. O más claramente: qué es “terrorismo” y qué no lo es. El concepto de “terrorismo” encarna la indeterminación mortífera que el concepto de “subversión” tuvo en manos de los militares argentinos. 8) Al ser el “terrorista” el “mal” no pertenece a la condición humana: no será tratado como tal. Esto abre paso a las matanzas que ya largamente se vienen realizando en Afganistán. (Los datos, los films provisorios, las versiones, todo lo que ya se sabe es escalofriante. Los oficiales “americanos” respaldan a la Alianza del Norte en las más horrendas matanzas de prisioneros y los nazis serán superados en crueldad, o sus crueldades serán rigurosamente actualizadas entregándonos a una visión desesperanzada de la historia humana como repetitividad de la masacre.) 9) Respaldo irrestricto al Estado de Israel en manos de la administración Sharon, es decir, del fascismo.
“Ahora las cosas andan mal”, como decía Borges alarmado por la voracidad de la Unión Soviética, voracidad que su conservadurismo triplicaba en medio de visiones paranoicas. No, las cosas andan mal porque, en efecto, “América” se ha transformado en un imperio, un imperio que se enorgullece de serlo. No pareciera muy lúcido creer que este imperio hará implosión. Quienes acercan estas hipótesis tal vez optimistas se basan en la torpeza de George Bush. No es así. Theodor Adorno, en Minima moralia, decía que la estupidez de Hitler era una astucia de la razón. Lo mismo vale para Bush: su bobería, su torpeza, su rusticidad rural son una astucia de la razón. La historia de este imperio necesita a este Calígula. Un imperio no es sutil. Es torpe y sanguinario. Es eso que es Bush: un gigantón texano que destila petróleo, ambición y sed de venganza. Es la exacta máscara que este imperio requiere. Detrás de él están todos los demás: Colin Powell y los señores de las finanzas. Sólo algunas voces expresan el disenso. Las presumibles: Chomsky, Sontag, Jameson, muy pocas. No alcanzan para decir que “hay otra ‘América’”, como el atentado del 20 de junio de 1944 contra Hitler no alcanzó para decir que había “otra Alemania”. No, el imperio está compacto, poderoso y decidido, como nunca, a que el mundo sea tal como ellos quieren y necesitan que sea. Las resistencias deberán surgir deafuera, un “afuera” que el imperio, por esencia, buscará aniquilar, ya que si existiera un “afuera” el imperio no sería el imperio, es decir, el todo.

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