CULTURA
“La cultura no es una válvula de escape, es una tabla de salvación”
De paso por la Argentina para presentar una reedición de “El limonero real”, Juan José Saer intenta una lectura cultural de la crisis.
Por Silvina Friera
Las coordenadas geográficas de Juan José Saer están signadas de un modo azaroso por Serodino (el pueblo santafesino en donde nació en 1937), Santa Fe, Buenos Aires y París, ciudad en la que reside hace casi 35 años. En su estadía parisina, en principio por seis meses para cumplir con una beca, fue configurando lentamente un estilo, un proyecto literario encabezado por un elenco estable de personajes ficticios (Tomatito, Pichón Garay, Angel Leto, Barco, por mencionar algunos), que se deslizan en una zona de mixtura entre lo urbano y lo rural, y que se proyectan, con toda su latente complejidad, hacia la universalidad de su sistema. Aunque enseñó literatura en la Universidad de Rennes, disfruta ahora de las ventajas de su condición de “profesor jubilado” y del tiempo que tendrá para hilvanar las piezas, aún sueltas, de La grande, la próxima novela del escritor (para muchos considerado el más importante autor argentino vivo por la homogeneidad de su obra), que estima tendrá entre 400 y 500 páginas. En coincidencia con su visita (“Las comidas y los encuentros con los amigos están en el orden de prioridades”, dice), se acaba de reeditar El limonero real (1974), un texto fundamental, una parte imprescindible para comprender la totalidad de su narrativa.
Después de su paso por Buenos Aires, el autor de Glosa, La pesquisa, Responso, Nadie nada nunca y La vuelta completa, entre otras, presentará en San Pablo la edición brasileña de El entenado. Extraña a su familia y preferiría regresar cuanto antes a París. “Acá estoy con amigos, pero en Brasil no conozco a nadie”, señala Saer en la entrevista con Página/12. Para la reedición de El limonero real, Saer volvió a releer con cierto temor ese texto entrañable. “Hacía veinte años que no lo leía. Tenía miedo de encontrarme con un realismo muy directo y finalmente me di cuenta de que el libro había tomado un camino totalmente diferente. En esta nueva lectura resaltan elementos muchos más estilizados que los del mero realismo. La forma ha tomado más importancia que las descripciones. Y eso me parece positivo”, comenta.
–¿Encontró a la sociedad argentina muy cambiada por esta crisis, que aquí se cree sin antecedentes?
–No percibí muchos cambios directamente. Como sé lo que pasa, siempre estoy vigilando, viendo dónde voy a encontrar los signos de la crisis. Por momentos aparecen. En Buenos Aires lo que produce más impacto son los cartoneros, que existen en las provincias desde hace muchos años: son los cirujas. Hace algunos años recuerdo que hubo una manifestación de cirujas con sus carros y llenaron la Plaza de Mayo. De modo que para nosotros, los santafesinos, no es una novedad. Sin embargo, hay un contraste brutal entre dos sociedades, los que trabajan y los que no trabajan.
–Al mismo tiempo, la cultura vive un momento de ebullición...
–Sí, siento que hay una gran efervescencia cultural, comparable con el grado de excitación sexual que suele haber en los velorios. Se dice que la muerte exacerba la sexualidad por la sencilla razón de que la especie por conservación hace que, como uno de sus miembros ha desaparecido, se preocupe rápidamente en producir otro. La cultura no es una válvula de escape sino una tabla de salvación, aferrarse a algo para que la sociedad se reproduzca. En momentos de crisis siempre ha habido mucha creación artística. No es en los momentos de calma chicha donde los artistas se sienten más seducidos por la creación.
–¿Cómo define a El limonero... en el conjunto de su producción?
–Para mí es uno de los textos fundamentales de mi trabajo. Hay un núcleo en mi obra literaria que está constituido por Cicatrices, El limonero real, Nadie nada nunca, La mayor y Glosa. Esos cinco libros son el núcleo fuerte de mi narrativa. El resto son afluentes, consecuencias, prolongaciones, aplicaciones de un aspecto formal que creo haber encontrado en esos cinco libros.
–¿Prevalece un cuidado por la musicalidad?
–Sí, por supuesto, hay una construcción que podría ser considerada musical. El cuidado por la musicalidad de la frase me parece primordial y se percibe en los libros que publiqué en ese período. Pero siempre de manera intuitiva al principio, después de manera mucho más organizada, trabajé esta musicalidad.
–¿Por qué el río aparece como una constante en algunas de sus obras como El limonero..., El entenado o en el cuento “El camino de la costa”?
–En primer lugar forma parte de mi universo empírico. Naturalmente, en apenas unas solas cuadras en Santa Fe uno se tropieza con el río. De modo que el río es omnipresente en esa región. Es como una frontera y al mismo tiempo un lugar que tiene vida propia e irradia a la región sus características. También es un símbolo muy antiguo, casi arcaico, asociado con el tiempo que pasa y que se transforma en metáfora de la realidad y del tiempo. Además es un factor de civilización, de cultura y todo esto le da una jerarquía imaginaria que es interesante aprovecharla en un relato de ficción.
–¿Cuáles son los ejes de su próxima novela?
–Se llama La grande y el nombre está sacado de La gran fuga de Beethoven y de la sinfonía Nº 9 de Schubert, que se llama La grande. El proyecto es muy antiguo, estoy tomando notas desde hace mucho tiempo, pero empecé a redactar la primera parte y buena parte de la segunda recién el año pasado. En este momento me estoy planteando un problema de montaje. Cuando lo resuelva, la redacción avanzará más rápidamente. Aunque transcurre en los años ‘90, existen proyecciones hacia el pasado. Es la historia de un movimiento de vanguardia y la historia de un regreso. Hay una recapitulación sobre todas las vanguardias que asolaron la región y una reflexión sobre el sentido de las instituciones artísticas y literarias.
–¿Está el elenco estable de sus personajes?
–Sí, pero también hay personajes que han aparecido muy fugazmente en otras novelas. Esta novela nació en parte de La zona, especialmente de un relato muy olvidado por mí que se llama “El tango del viudo”, un personaje que deja la ciudad subrepticiamente sin que nadie lo sepa, y que regresa treinta años más tarde para quedarse.
–La grande, ¿pretende ser un compendio de toda su obra?
–No, simplemente aparecen ciertos personajes por la necesidad de la trama. Prácticamente todos mis textos están relacionados entre sí, construyendo una sola novela. En este momento podría escribir un relato que contara la infancia de alguno de mis personajes que ya murió. Construí un sistema que me permite mucha movilidad en el interior de la ficción. Pero no fue deliberado, lo fui armando poco a poco. También podría escribir otra novela que transcurriera en la mañana en que transcurre Glosa. Un cuento de Lugar comienza en el momento que termina La pesquisa, precisamente en la vereda de enfrente.
–Si la literatura funda zonas, ¿cuáles son las zonas que funda su obra en la literatura argentina?
–No estoy todavía en condiciones de hablar de mi literatura como si fuese la de otro. Toda literatura narrativa crea territorios que están ligados con la experiencia del autor. Sin embargo, me parece que todo escritor intenta universalizar su experiencia. Y eso es lo que yo trato de hacer y espero que me salga bien.
–Ricardo Piglia propone mirar la literatura desde los bordes del propio lenguaje y no desde el centro. ¿Qué opina usted?
–Como en muchas otras circunstancias, Piglia tiene razón. Una literatura novedosa siempre está puesta en los bordes. Desde los bordes siempre se produce y se construye una literatura nueva. Toda nuestra literatura constituye una prueba de esta afirmación. Sarmiento estaba afuera de la pampa cuando escribió Facundo, Hernández estaba afuera de la lengua cuando publicó el Martín Fierro, lo mismo sucede con Arlt. Quirogaera un hombre del límite. Sin duda, es desde los bordes donde se crean los nuevos centros.