CULTURA › EL ESCRITOR MANUEL VICENT ESTA EN
BUENOS AIRES PARA PRESENTAR SU NUEVA NOVELA
“Siempre se ama lo que no se posee del todo”
El escritor y periodista español presenta hoy en el ICI su último trabajo, “Cuerpos sucesivos”, una novela donde, a partir de un curioso romance, se hace preguntas sobre la naturaleza del amor y el alcance del deseo femenino.
Por Silvina Friera
Los ojos del escritor Manuel Vicent, azules e inquietos, camuflan la picardía con la templanza de la madurez. “Lo que más deseo es mirarme al espejo y no avergonzarme cuando me afeito. A esta altura lo ideal sería afeitarme con la luz apagada. Ya me conozco el rostro de memoria”, chancea el escritor y periodista español en la entrevista con Página/12. Cuerpos sucesivos, la novela editada por Alfaguara que presenta hoy a las 18.30, en el ICI (Florida 943), explora los riesgos y límites de la pasión amorosa. “Las mujeres se abren por el oído. Es como si guardaran ahí la combinación secreta de su caja fuerte. Empiezas soplándoles palabras dulces, cargadas de deseos y ellas se van ofreciendo suavemente”, dice uno de los personajes, el profesor de literatura David Soria. Sin embargo, las convicciones de este personaje se hacen añicos cuando conoce en un concierto a Ana Bron, una violonchelista que mientras ejecuta La muerte y la doncella, de Schubert, derrama lágrimas de sangre o al menos eso es lo que imagina este académico apesadumbrado, recientemente divorciado, que piensa que “un hombre está acabado cuando la belleza le pone triste”.
“El alma de la mujer es como un bosque en el que siempre te pierdes y no sabes si vas a regresar. Del bosque de las mujeres tanto yo como el protagonista sabemos poco y nada. Somos dos seres extraviados totalmente”, señala Vicent, autor de Pascua y naranjas (1996), Tranvía a la Malvarrosa (1994), Son de mar (premio Alfaguara 1999), que fue llevada al cine por Bigas Lunas, y La novia de Matisse (2000), entre otros. La violonchelista, que conserva las huellas de una adolescencia traumática y su rebeldía de okupa anarquista, vive una peligrosa pasión amorosa con Bogdan, un pianista que, a modo de un hombre-lobo, la somete a una violencia ritual en donde el placer y el dolor son las dos caras de una misma moneda. El escritor y periodista valenciano, columnista del diario El País, admite que en la literatura de estas últimas décadas “el tópico del amor está más disfrazado, lo que cambia son las formas de decir o de construir la historia, porque todo está escrito desde hace mucho”. Un verso de Luis Cernuda, “el amor es lo eterno y no lo amado”, aglutina y orienta la narración porque el sentimiento, según comenta Vicent, se desliza a través del triángulo amoroso conformado por Ana, David y Bogdan, de los cuerpos sucesivos que dan título a la novela.
–¿Se propuso escribir una novela erótica?
–En un sentido amplio sí, porque Eros significa vida. Pero no es erótica en la medida que no se busca una fórmula de aproximación o experiencia sexual entre una pareja o varias. Es una novela que trata del amor, de cómo llegar al alma femenina a través de la violencia o de la palabra. Aquí hay dos instrumentos para llegar al corazón de la mujer: la violencia de una navaja explícita o de una palabra como instrumento penetrante. La violencia la esgrime el amante joven, fuerte físicamente. Por otra parte, la palabra le pertenece a un amante fracasado, derrotado, al que le queda como única arma la palabra. Es el debate entre la violencia, el esplendor de la posesión, y la lenta conquista a través de la palabra. Por otra parte, también se plantea, si la mujer desde el fondo del placer o de la muerte puede construir el amante que desea, y si ese deseo puede llegar a ser sólido y darle volumen físico a un amante.
–¿Más allá de la violencia, en el mundo de la ficción parece triunfar la palabra?
–La palabra siempre tiene más largo alcance. En todos los niveles de las relaciones humanas, tiene más porvenir la palabra que la propia violencia.
–¿Por qué decidió ambientar buena parte del relato en la emblemática Residencia Universitaria de Madrid?
–Le daba un aire al profesor y lo definía muy bien, porque es un lugar que tiene muchas cargas energéticas de la cultura española, es un sitio muy bello de Madrid, que encierra entre sus paredes la melancolía de la libertad en épocas de la República. Este profesor está refugiado no sólo de un fracaso amoroso sino también de una cultura que también había pasado por allí como un fracaso. Los poetas que estuvieron en la Residencia, Cernuda, Lorca, Salinas, sumergen un poco el relato y lo hacen más oscuro.
–¿Qué concepción del amor prevalece en la trama?
–El amor es un sentimiento nada fácil, aunque está muy deteriorado literariamente, el amor está lleno de matices y es una pasión que arrastra mucho barro y muchas pepitas de oro. Por el amor se mata, por el amor se puede morir de angustia, los celos disparan la violencia. Lo que dispara el amor es una carencia. Siempre se ama lo que no se acaba de poseer del todo. Esa falta de plenitud, ese vacío que sientes en el estómago no es una pasión para nada placentera.
–¿Por eso la violencia en el amor se plasma a través de la obsesión por la sangre?
–Sí, es hacer literatura de esa aproximación de la violencia. No trato de explicar esta violencia como un placer sadomasoquista porque es una violencia que llega a la mística. La violencia a veces es mística: el intercambio de fluidos y de sangre es como una comunión. Además, está el sonido amoroso: el primer contacto entre David y Ana es telefónico. El profesor está presente en ella sin cuerpo, lo físico no juega ningún papel, es la palabra y la oscuridad. Lo que importa es el tono de voz, el oído y la imaginación y estas cartas el profesor las hace valer desde el primer momento.
–¿Los personajes derrotados son más interesantes para hacer literatura?
–El fracaso siempre es más estético que el triunfo. El fracasado da más de sí, un perpetuo ganador es horrible en cualquier faceta de la vida. El fracasado es un antihéroe, alguien que se ha curtido en la desgracia.
–¿Esta novela es producto de la madurez, un material que no podría haber escrito 30 años atrás?
–Probablemente. Antes era más barroco e ilusionista y trataba de deslumbrar con las palabras, pero con el tiempo fue aprendiendo a depurar ideas y formas. La sencillez muchas veces puede ser elaborada. Prefiero escribir con naturalidad, decir lo que quiero con las mínimas palabras posibles. Suelo comprimir mucho cuando escribo, en vez de explayarme en cinco páginas opto por decirlo en cinco líneas y crear un espacio para que el lector navegue. Si empiezas a cerrar la escritura, no dejas entrar al lector... a lo sumo lo llevas un par de páginas pero enseguida te abandona. Porque hoy conque un libro pese diez gramos más de lo que tiene que pesar en la mano, ya no lo compras ni lo lees.
–¿Esta capacidad de síntesis se la dio el periodismo?
–Sí, en mi columna semanal las palabras están medidas, todo lo que debo escribir son dos mil caracteres. A medida que el espacio es más pequeño, las palabras tienen más importancia. En un relato corto, todo tiene que tener un sentido, cada frase tiene que estar en relación con otra. Ver que alguien está leyendo un artículo tuyo y a la mitad lo deja, lo abandona... eso es lo más humillante que existe en el mundo (risas).