CULTURA › ANDRES RIVERA Y SU BALANCE DE LA SEMANA DE LAS LETRAS ARGENTINAS
“¿Por qué los autores no se unen?”
Durante dos jornadas, Andrés Rivera reflexionó sobre la literatura argentina, sus orígenes realistas y sus estilos. Elnarcisismo de los escritores y la dificultad para agruparse y llevar adelante iniciativas comunes fueron otros de los temas abordados. “¿Escritores agremiados? Parece joda.”
Por Angel Berlanga
“Mi tío Felipe, que fue para mí siempre un hombre joven, de cabello crespo, que trabajó de tipógrafo, fue el primero que puso delante de mis ojos Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt. Yo leí esas novelas con la misma pasión que había leído poco antes a Julio Verne y a Emilio Salgari. Así de simple. Esa fue mi introducción a la literatura argentina.” Y ésa fue la primera de las historias sobre su oficio que contó Andrés Rivera a lo largo de las dos jornadas que protagonizó, en el marco de la Semana de las Letras Argentinas, organizado por el Centro Cultural de España. El recorrido llegó hasta lo que había hecho la noche anterior: releyó Iniciaciones, una nouvelle inédita, escrita un par de años atrás que, dijo, no termina de convencerlo: “‘Esto no puede ser, tengo que reescribirlo todo’, me decía a mí mismo, y que yo no podía haber escrito eso. Pero la sustancia quiero dejarla”.
Rivera, que nació en Villa Crespo hace 75 años y reside desde hace casi diez en Córdoba, que está entre los cuatro o cinco mejores escritores argentinos vivos, que habla lenta, grave, filosamente, que cada tanto descarga una ironía punzante, que publicó en 1957 El precio y en el 2003 Ese manco Paz, reveló parte de la sustancia de Iniciaciones cuando el periodista y escritor Miguel Russo, su anfitrión, le preguntó, luego de Rosas y Castelli como protagonistas de novelas que hablan en primera persona, por qué no Videla. “En Iniciaciones está Videla, en la televisión, ante los ojos un poco asombrados de papi y mami, y del hijo de papi y mami –respondió Rivera–. Hace un tiempo, merced a que el chico Carrasco fue asesinado en el sur, dejó de existir el servicio militar. Yo tuve la oportunidad de hacerlo: y vi lo que es ‘saludo uno’. Y ellos lo ven, ahí, en televisión, un hombre alto, enfundado en botas altas, que le llegan hasta las rodillas, marrones las botas, lustradas (el pobre asistente debió pasarse tres días lustrando), con un uniforme impecable, haciendo ‘saludo uno’. Son piruetas con el sable, o con la espada. Y nada más. Creo que hay un elemento que por lo menos hasta ahora impide que yo pueda escribir sobre este hombre: yo no quiero ser Videla, no hay nada que me impulse a serlo.”
Las dos jornadas tuvieron caracteres bien distintos; en la primera, Rivera desgranó historias de sus libros, influencias literarias, conceptos de su oficio. A la segunda, disparada por la consigna “¿Qué se escribe en la Argentina en estos días?”, se sumaron el escritor Guillermo Saccomanno y el público. El debate principal giró en torno de la concentración del mercado en manos de unas pocas editoriales y de las dificultades de los escritores para agremiarse u organizarse. “¿Qué condiciones hay hoy para que un grupo de escritores se una y trace un plan de publicaciones?”, se preguntó Rivera luego de recordar que en los ‘60 junto a otros narradores armaron un sello que editaba sus libros. “¿Cuánto dinero hay que tener para imprimir, publicar, distribuir? ¿Cuántos escritores tienen que reunirse para hacer eso? ¿Por qué no lo hacen?”, siguió preguntándose Rivera, y Saccomanno tiró una punta: “Hay mucho narcisismo entre los escritores. Eso está en primer plano: cada uno se siente más genial que los demás”. Luego de subrayar que en este país “se escribe la mejor literatura de América latina”, Rivera coincidió con el peso del factor narciso e insistió con las dificultades prácticas y materiales, “porque en este país no existen los mecenas, eh; eso está claro”. “¿Un gremio de escritores? Suena a joda”, remató.
Rivera aseveró que desde su origen, El matadero de Esteban Echeverría, hasta estos días, la literatura argentina es realista. “Podemos citar nombres: desde el Martín Fierro, de José Hernández, que es una novela en verso, hasta Roberto Arlt, y muchas veces el propio Borges, e incluso hasta la generación de Saccomanno. Después, cuando se habla de inventiva,yo quiero traducirla en una sola palabra: talento. También los herederos de los grupos Boedo y Florida son realistas.”
A la hora de definir el rol de los intelectuales hoy, Rivera convocó a dos nombres emblemáticos: Haroldo Conti y Rodolfo Walsh. “Ellos se dijeron a sí mismos que sabían lo que tenían que hacer, y lo hacían, en tanto militantes y en tanto escritores –dijo–. Eso era inseparable en ellos. Hoy, ¿qué hacemos nosotros? Yo he caminado en manifestaciones de obreros metalmecánicos en las calles de Córdoba, y ahora de empleados del gobierno de la provincia; casi no existen los metalmecánicos en este país. Mañana acompañaremos a los peones que trabajan en la soja. Y eso es todo.”
Sobre el final, Rivera cuestionó, por efectista y porque no atiende a la raíz de la falta de interés por la literatura, la iniciativa gubernamental de entregar cuentos en los estadios de fútbol para incentivar la lectura. “Me parece paradojal –señaló Saccomanno– que Sabato esté en la cancha de San Lorenzo repartiendo un libro de Soriano, porque todos sabemos de las enemistades manifiestas entre ambos”; Rivera se preguntó entonces si no se trataría de un acto demagógico: “Por la cantidad de fotos: Sabato sonriendo, Sabato con boina, Sabato sin boina... Y después, nada”. Russo terció: “O al menos que sean los autores de esos cuentos, Sasturain, Fontanarrosa, quienes repartan los libros”. Y entonces Rivera, que cada tanto descarga una ironía punzante, se alarmó ante la posibilidad de que se repartan cuentos de Sabato en las canchas: “Si llegan a leerlo, definitivamente nadie va a leer más nada de literatura argentina”.