EL PAíS › EL SOCIOLOGO LUIS ALBERTO QUEVEDO
“Kirchner toma en sus manos todos los temas”
El secretario académico de Flacso analiza el estilo del presidente Néstor Kirchner. Considera que no es preocupante una primera etapa de hegemonía en la gestión, pero dice que tiene que abrir el juego.
Por José Natanson
Desde el momento mismo de su asunción, el estilo Kirchner se convirtió en uno de los tópicos favoritos de los análisis políticos y las charlas de café: que es hegemónico, que les pone el cuerpo a los problemas, que busca controlarlo todo, que no delega, que hace. Para Luis Alberto Quevedo –sociólogo, secretario académico de Flacso y experto en opinión pública– el personalismo presidencial no es un problema, al menos por ahora. “Es una primera etapa, pero él tiene una deuda con él mismo: saltar de una etapa de posicionamiento a formar una estructura política que sostenga la gestión”, asegura Quevedo.
–Se ha dicho que el de Kirchner es un gobierno apoyado en la opinión pública, ¿sigue siendo así?
–Es algo que se escuchó mucho: que Kirchner se maneja con un gobierno de la opinión pública, basado en un ingreso a la política que no tiene que ver con los partidos, ni siquiera con haber ganado las elecciones de manera significativa. Yo creo que Kirchner fue realmente Presidente dos o tres meses después de abril, cuando la sociedad lo conoció mejor, cuando demostró que no era un títere de Duhalde y que iba a conectarse con temas que la sociedad exigía. En ese momento fue Presidente por consenso en serio, pero no hubo un acto eleccionario, por lo que quedaron las encuestas y la opinión pública.
–Y comenzó a construir poder político: por ejemplo en Capital y en Misiones.
–Claro, la crítica a Kirchner en cuanto a que es un gobierno basado en la opinión pública se fue modificando en los últimos meses por sus jugadas políticas. Lo de Capital tuvo importancia estratégica, fue una jugada en contra del peronismo. Lo de Misiones fue políticamente más importante, porque enfrentó a Duhalde. Por eso, el gobierno apoyado en la opinión pública fue al principio, en mayo y junio. Hoy es un gobierno basado en un liderazgo político importante, con construcción de territorio y con decisiones. Está, además, montado en un ciclo económico que le es independiente pero que lo beneficia, está demostrando que la economía crece, el desempleo baja y las políticas sociales contienen. Hay política, construcción territorial y liderazgo. No es sólo opinión pública.
–¿Y cómo es la relación de Kirchner con la opinión pública?
–Es interesante y paradójica. Por las características del proceso electoral, Kirchner se basó en un consenso que se dio en las encuestas, y conectó bien con eso. Sin embargo, al mismo tiempo es alguien que descree del marketing, de los cánones de la comunicación política. Por ejemplo, hizo una campaña electoral sin un spot del candidato, él no aparecía en los spots. Descree de la publicidad política, eso en lo cual creyó tanto De la Rúa. El horror que Kirchner tiene a la política fashion de Menem, el fracaso de la Alianza, construida como una burbuja publicitaria, y su estilo personal (él no está dispuesto a tener un asesor que le diga que no puede usar traje cruzado y mocasines), lo hicieron romper con ese pasado basado en la apariencia, las imágenes o la construcción publicitaria.
–¿Eso significa que no hay comunicación política?
–No, significa que no hay publicidad, o que la publicidad es diferente. Uno puede tener comunicación política sin publicidad. Fue un retroceso, dicho entre comillas, porque volvió a formas de comunicación que se habían abandonado hace mucho. Por ejemplo usar la cadena nacional, con el Presidente sentado con la bandera al lado, leyendo un texto y sin el telepronter, para contestarle a Nazareno, es como volver a los ‘60. Eso no quiere decir que la comunicación sea mala, sino que trató de diferenciarse y construir otra comunicación. Otra manera que tiene es la idea de que a los problemas hay que ponerles el cuerpo. Su estilo es poner el cuerpo, ir a los lugares, ver a la gente. Eso que hizo de salir del auto y tirarse arriba de la gente fue una metáfora de algo que tiene incorporado, el cuerpo a cuerpo. Eso lo conecta con otra cultura política y con otra historia.
–¿Cuál es la diferencia con el estilo de otros presidentes?
–Menem al principio tuvo una estrategia de pinzas: la máxima mediatización y el cara a cara. Pero cuando se retira no lo sostiene más: no sostiene el vínculo con la gente, ni tampoco el Menem simpático que juega al fútbol o entra al programa de Mirtha bailando como si fuera un rey. Eso se quebró en la última campaña: no tanto su estrategia de comunicación como su imposibilidad de reconstituir escenarios claves. Entonces buscó la artificialidad. El acto de cierre en River fue una metáfora de su comunicación en la última generación: creó un anfiteatro, contrató un estadio, les pagó a los que iban, pagó la transmisión en las cadenas de televisión y además manejó las cámaras. Llegó al punto de que todas las cámaras que estaban ahí las manejaba su organización. De la Rúa, por dar otro ejemplo, hizo una gran construcción publicitaria, que le permitió subsanar sus problemas de comunicación, porque era un pésimo orador de tribuna y muy malo para el cara a cara. A Kirchner, ese tipo de comunicación política le produjo cierto horror, y apuntó a otro lugar, de mayor simplicidad y autenticidad, con menos artificio y publicidad. Eso, y ese estilo personal, se ven en la campaña publicitaria oficial.
–¿Cómo?
–Es una campaña muy alineada, muy centralizada, con una misma estética, con una marca única: “Presidencia de la Nación, Argentina un país en serio”. Es una comunicación muy centrada en Presidencia de la Nación, lo cual marca un estilo: no sólo toma las decisiones sino que además las firma. Menem, por ejemplo, era más abierto. Había publicidades del Ministerio de Trabajo, Economía tuvo una comunicación propia. Con Duhalde, el Plan Jefas y Jefes lo firmaba el Ministerio de Trabajo. Tan centralizada como es ahora es difícil de encontrar. Pero no es casual. La centralización y la agresividad de la comunicación están alineadas con el estilo Kirchner.
–¿El cara a cara es sostenible en el tiempo? ¿Qué pasa si bajan los niveles de legitimidad?
–Es sostenible si el éxito económico sigue. La Argentina tiene dos o tres cuestiones pendientes: terminar de renegociar el default, mantener el crecimiento, sustituir políticas sociales por empleo genuino. Si lo logra, va a poder seguir saliendo a la calle sin ningún problema.
–Algunos dirigentes, como Elisa Carrió, calificaron el estilo Kirchner de hegemónico, ¿qué opina de esas críticas?
–Kirchner tiene un estilo político que consiste en tomar en sus manos todos los temas. En una provincia como Santa Cruz lo podía hacer, en el gobierno nacional es difícil. Pero lo intenta. Se mete en decisiones muy micro, con un estilo personalista. Trabaja con los ministros, recorre el territorio, se desplaza, muestra su voluntad, toma decisiones, pero no logra instituir todo eso. Por ejemplo, no hace reuniones de gabinete. El personalismo, en esta primera etapa, puede vincularse a la necesidad de construir su territorio y su espacio político. Desde ese punto de vista no es peligroso. Pero también es cierto que la política no puede pasar por un solo hombre. La Argentina es un país demasiado complejo para que él resuelva todos los temas. En algún momento va a necesitar aliados, y a los aliados les gusta que los consulten en los momentos de crisis pero también en los de bonanza. El tiene una deuda con él mismo: saltar de una etapa de posicionamiento a formar una estructura política que sostenga la gestión. Eso requiere formar equipos más políticos, conservar aliados, porque sin no le va a costar mucho gestionar. Y eso se ve en las crisis. Lo que pasa es que por ahora van seis meses sin crisis.
–¿Cuál es el espacio de la oposición en medio del furor kirch-nerista?
–La presencia de Kirchner redefinió el espectro político y obligó a redefinir la oposición. A la izquierda le quitó buena parte del espacio. El espectro progresista tiene una fuerte carga ideológica, mucho más que propositiva. Y no tienen un modelo alternativo, ni propuestas respecto de temas como la renegociación con las privatizadas o la deuda. Es una izquierda que analiza la política más desde lo global, desde principios más universales, por lo que le resulta muy difícil encontrar un territorio para operar, ya sea desde la ideología o las propuestas.
–¿Y un partido de centroizquierda no opositor, asociado al PJ?
–No creo que Kirchner imagine un partido político asociado al PJ, ni tampoco formar él otra cosa. Me parece que piensa un sistema con aliados coyunturales, como por ejemplo Aníbal Ibarra. En el horizonte de Kirchner la idea no es ni que Ibarra se haga peronista ni formar un partido con Ibarra, sino construir alianzas. No es algo nuevo. El peronismo ha hecho eso siempre. Menem, por ejemplo, con los partidos provinciales y con la UCeDé: aunque logró que María Julia cantara la marcha peronista, nunca fundió a la UCeDé con el PJ. Kirchner va hacer algo similar: alianzas lábiles, movibles.
–¿Y la oposición de derecha?
–Es diferente. Evidentemente es un espacio que está libre, sobre todo desde el momento en que Menem dejó el gobierno. La derecha está volviendo, desde la crítica económica hasta la ideológica o institucional, como las críticas a la designación de Zaffaroni. Pero todavía está desorganizada, y tiene un grave problema: a Kirchner le va bien en la economía.
–¿Y el posmenemismo, los líderes del PJ como Juan Carlos Romero, Rubén Marín o Ramón Puerta pueden construir un polo interno alternativo?
–Kirchner está construyendo su espacio propio y, aunque hable de transversalidad, disciplina al peronismo como principal preocupación. El PJ es, antes que nada, un partido de gobierno y de territorios. Los gobernadores, intendentes, necesitan del Ejecutivo nacional. Entonces veo difícil que se construya un polo interno alternativo: el liderazgo de Menem está gastado y el otro gran líder, Duhalde, ha tomado una postura de apoyo tibio, o de no obstrucción.
–¿Usted cree que el PJ se va a kirchnerizar?
–No. Por ahora Kirchner suma voluntades, territorios y liderazgos. Pero no hay, como en los ‘90, menemismo, en el sentido de que gran parte del peronismo, gobernadores incluidos, se hicieron menemistas en cuanto a la gestión, el discurso o los principios. Fue una hegemonía más sólida. Por ahora hay un encolumnamiento detrás de un liderazgo nuevo y exitoso.
–¿Su conclusión, entonces, es que el único espacio de oposición es por derecha y por fuera del peronismo?
–Sí.