CULTURA › UN DEBATE SOBRE LAS MUJERES RUBIAS, LOS PREJUICIOS Y LA CULTURA

“Pueden ser ángeles o demonios”

Marcelo Figueras, Dalmiro Sáenz, Germán García, Andy Cherniavsky y Silvia Hopenhayn
analizaron cuestiones estéticas y culturales.

 Por Verónica Abdala

El prejuicio que niega a las rubias el crédito de la inteligencia y la fascinación simultánea por las melenas oxigenadas no son conductas antagónicas, como podría pensarse, sino dos de los modos en que se expresa el inconsciente colectivo argentino a la hora de juzgar la relación entre realidad y apariencia. Esa fue una de las conclusiones a las que arribaron Marcelo Figueras, guionista y escritor, el narrador Dalmiro Sáenz, la fotógrafa Andy Cherniavsky y el psicoanalista y escritor Germán García, convocados para debatir sobre el tema “Las rubias, los prejuicios, la cultura”, en el marco de una actividad impulsada por la revista La mujer de mi vida y el Malba, que coordinó la periodista Silvia Hopenhayn. Los cuatro panelistas intercambiaron opiniones y apostaron posibles razones por las que a las blondas suelen atribuírseles características negativas, por el solo hecho de exhibir una cabellera luminosa.
“Los prejuicios, de Jane Austen a esta parte, pueden haber variado mucho de forma, aunque en el fondo conservan su naturaleza segregacionista”, reflexionó Hopenhayn, dando pie al debate que se desarrolló frente a un nutrido auditorio. En su visión, los argentinos son especialmente crueles con las rubias, aunque al mismo tiempo parecen muchas veces cautivados por la estética de las cabezas platinadas.
García pensó que el caso de Eva Perón puede leerse, en este sentido, como un precedente muy distinto en la iconografía popular de los que podrían encarnar modelos como Nicole Neumann, vedettes como Silvia Süller o divas como Mirtha Legrand y Susana Giménez: su imagen remite en todo caso a la idealización, a “la figura de una santa, a cierta imagen de bonanza y de pureza”. Y este razonamiento llevó a Cherniavsky a plantear que “a diferencia de lo que ocurre con las morochas, las rubias suelen debatirse en una aparente contradicción, en una polaridad. Pueden ser ángeles o demonios. Se las ve como las mujeres puras, luminosas, angelicales, o como mujeres huecas capaces de exhibir una sensualidad extrema”. Madonna es para ella el prototipo de mujer que supo exhibir, y sacar provecho, tanto de una como de la otra faceta.
Figueras, por su parte, planteó que “el prejuicio puede pensarse como lo opuesto a la posibilidad de idealización”. En ese punto, el inefable Dalmiro sacó a relucir su repertorio de aforismos, volcado a la defensa de las rubias artificiales. “Uno es mucho más lo que desea ser que lo que es”, dijo en alusión a las teñidas. “Uno acaricia pensamientos más que pieles.” Los nombres de Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Kim Novak y Marlene Dietrich sobrevolaban la mesa: todos coincidieron en que el lugar que hace medio siglo ocupaban grandes y luminosas actrices, hoy parece haber sido ocupado por las modelos. “Mientras la imagen de aquéllas iba acompañada casi siempre por una cuota de talento, y por las características asociadas a un determinado personaje, en las modelos se trata del simple recorte de cuerpos perfectos y rubias cabelleras, sin trasfondo, sin discurso, sin que interese la personalidad ni el pensamiento”, acotó Figueras, guionista de Plata quemada, Kamchatka y El espía del tiempo.
Para García, “el objeto de deseo se valora por su rareza o su escasez”. Así, subrayó, es lógico que en un país con la conformación argentina “las rubias y flacas aparezcan como lo más deseado, lo distinto”. Un extranjero, desde el público, confirmó esa sospecha: la atracción parece tener más que ver con el exotismo atribuido a ciertas características físicas que con una determinada forma o un color. “En Alemania –contó–, donde las rubias son la norma, las publicidades de tintura para el pelo proponen fórmulas para convertirse en una morocha espectacular.”

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“Las rubias, los prejuicios, la cultura” fue impulsado por la revista “La mujer de mi vida” en el Malba.
Para el psicoanalista y escritor Germán García, “el objeto de deseo se valora por su rareza o su escasez”.
 
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