CULTURA › A 25 AÑOS DEL LANZAMIENTO DE “PUNTO DE VISTA”, UNA ENTREVISTA CON LA ENSAYISTA BEATRIZ SARLO
“La hacíamos por nosotros más que por los lectores”
La revista cumplió 25 años y fue homenajeada en el Centro Cultural Rojas. Entre los fundadores estuvieron David Oubiña, Adrián Gorelik y Beatriz Sarlo, que en esta entrevista relata los pormenores de aquel nacimiento.
Por Silvina Friera
La imagen de Folon, que ilustró la portada del primer número de la revista Punto de Vista, abría las compuertas del lenguaje en una época en la que se imponía sistemáticamente la clausura y la destrucción del sentido. En el fondo de un cubo negro, una suerte de túnel oscurísimo, aparecía la cabeza de un hombrecito que pugnaba por salir adelante. Era marzo de 1978, cuando ese ejemplar apareció en los quioscos de Buenos Aires. “A nosotros nos pareció que esa ilustración tenía una carga significativa fuerte. En situación de dictadura, prácticamente todo tiene una carga significativa, mientras que en democracia las palabras y las imágenes fluyen, y es muy difícil anclar un significado. En un contexto de penuria de sentido, como lo fue la dictadura militar, a todo se le podía atribuir un significado ideológico, cultural o político”, dice Beatriz Sarlo, directora de la revista, participante además del homenaje que se realizó a Punto de Vista en el Centro Cultural Rojas, junto a David Oubiña y Adrián Gorelik. “Estábamos en el fondo del pozo y éramos gente buscada. La revista se manifestó para nosotros, y para los que se incorporaron muy poco después, María Teresa Gramuglio y Hugo Vezzetti, como una forma de supervivencia intelectual. Nosotros la necesitábamos más que los supuestos lectores potenciales”, admite la autora de El imperio de los sentimientos, Una modernidad periférica, Borges, un escritor en las orillas y La pasión y la excepción, entre otros ensayos.
Punto de Vista, que cumplió 25 años, es hija de la clandestinidad. A fines de 1977, quienes empezaron a pensar cómo sería la revista, que devendría en faro intelectual para varias generaciones de argentinos, vivían adoptando todo tipo de precauciones, saltando de casa en casa, sin domicilio fijo ni refugio definitivo. Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y la propia Sarlo habían pertenecido a Vanguardia Comunista, un partido marxista leninista con el que mantuvieron una relación de discusión política muy intensa, y que fue el que aportó el dinero para financiar Punto de Vista. “La época de la dictadura nos permitió revisar el marxismo que habíamos practicado y el hecho de que no nos separáramos de los libros fue fundamental –señala Sarlo en la entrevista con Página/12–. Altamirano y yo pudimos volver a leer los textos que habían hecho nuestra conciencia filosófica hasta mediados del ‘76. Yo me considero una persona de izquierda, pero no comparto la nostalgia de los ‘70. No podíamos ir a ninguna parte, estábamos viviendo en una pieza de cuatro por cuatro, más o menos en condiciones de clandestinidad. Teníamos tiempo y disposición intelectual para volver a mirar todo. Veníamos de una militancia muy activa y una vez que esa militancia terminó, algo había que hacer. Decidimos revisar la conciencia filosófica anterior, como diría Marx.”
–¿La revista fue una manera de encontrar un anclaje en un país en donde imperaba el miedo y el terror?
–No hablábamos de miedo. No recuerdo que la palabra miedo haya sido pronunciada en una reunión de Punto de Vista. Tratábamos de exorcizar el miedo con bastante buen éxito, en el sentido de que cuando uno niega la palabra que denomina, está clausurando la posibilidad de ese sentimiento. La revista era como la gimnasia intelectual del preso, que hace todas las mañanas ciertos movimientos para vincularse con su cuerpo, y que pueden servir en el futuro para reinstalarlo en el mundo. De no poder sacar la revista o seguir leyendo (porque fuimos personas que no liquidamos las bibliotecas), hubiéramos optado por el exilio. La revista fue aquello que nos permitió anclarnos en la Argentina.
–¿Qué temas plantearon en los primeros números de los cuales no se podía hablar?
–Yo tomaba un libro sobre la tradición republicana y eso me permitía hablar de república o democracia. O como el Instituto Goethe hacía un ciclo de Fassbinder, eso nos permitía escribir sobre un director que pertenecía a la izquierda más radical, con un cine revulsivo. La revista no podía sino en estos primeros números mantenerse en un nivel de permanente alegorización.
–¿Qué ocurre con ustedes cuando aparecen los primeros lectores?
–Al principio estuvimos al borde de fracasar. Si no hubiera estado el dinero de Vanguardia Comunista, no hubiéramos podido sacar el tercer y cuarto número, dado que no creo que de esos dos primeros números se hayan vendido más de cien ejemplares. La revista no era minoritaria, era invisible, y fue por eso que pudimos subsistir. La primera buena sorpresa que se produjo fue cuando comprobamos que gente más joven que nosotros, que estaba en la universidad, muy descontenta, se enteró de la existencia de la revista y comenzó a vincularse con nosotros. A los dos años de salir la revista, comprobamos que habíamos roto el primer cerco. Seguíamos siendo muy invisibles, pero, en la época de la dictadura, descubrir algo que estaba sucediendo en una librería, en un teatro, en un quiosco, era una especie de desafío. Si bien parecía milagroso que descubrieran la revista, al mismo tiempo no había mucho más que descubrir.
–¿Cómo transitaron de la dictadura a la democracia? ¿Qué sucede con la revista y qué les ocurre a ustedes con el cambio de las reglas de juego?
–En el medio estuvo la guerra de Malvinas y nosotros fuimos de los pocos órganos escritos que de manera explícita condenó la guerra. Y eso nos fortaleció mucho y nos dio seguridad. Luego llegó un proceso que es muy acelerado porque, de ser prácticamente invisibles, nos vamos corriendo hacia la visibilidad, para la que no estábamos preparados. Hacer una revista en condiciones de dictadura es ideológicamente sencillo, aunque puede ser políticamente difícil. Con la transición democrática se abre la esfera pública y eso hace que la colocación de la revista sea mucho más complicada, y que entre nosotros mismos empecemos a debatir cómo nos ubicamos en la nueva esfera pública. Todos entramos a la universidad a la que nunca habíamos pertenecido, todos empezamos a colaborar en los medios de comunicación en los cuales nunca habíamos podido escribir, todos nos convertimos más o menos en figuras públicas y empezamos a tener otras alternativas, y hubo que encontrar un nuevo lugar para la revista. Fuimos ensayando y probando nuevos terrenos a medida que dejábamos de ser intelectuales jóvenes y empezábamos a ser intelectuales, sin adjetivos calificativos. La revista se interroga permanentemente sobre cómo conectarse con el presente, interrogación que hoy es capital de una revista cultural e ideológica como Punto de Vista.
–¿Qué respuestas a esos interrogantes ofrecen hoy?
–Quizás en el número de diciembre hay una intervención muy fuerte que caracteriza una forma de colocarse en el presente, que es el debate y la polémica intelectual. En un momento de bajo tenor polémico, nosotros organizamos una serie de intervenciones sobre una figura del campo plástico como es Guillermo Kuitca, en un franco debate con lo que fue el sentido común de la crítica y de los medios. Esta es una intervención típica, que quisiera que Punto de Vista siguiera teniendo: intervenir activamente y de manera original contra la grasa del sentido común construido. Una revista, para mantenerse viva, tiene que horadar la grasa del sentido común.
–En el balance de estos 25 años, ¿qué le falta a la revista?
–Quisiera que se incorporara gente mucho más joven. Hace diez años ingresó Adrián Gorelik, que aportó a la revista toda una perspectiva sobre el tema ciudad, que era novedosa. No quisiera que pasaran cinco años más sin que la revista tuviera un cincuenta por ciento de gente nueva, de gente de entre 30 y 40. Pienso en una revista que necesita imperiosamente de intelectuales jóvenes. Lo que me desvela hoy es cómo articular, dentro de la revista, gente que tenga, por los menos, 20 años menos que yo.
–¿Cuáles fueron los temas que Punto de Vista instaló en la prensa escrita, especialmente en los suplementos culturales?
–Los análisis culturales y la lectura sociocrítica de la literatura, Raymond Williams, Pierre Bordieu y la estética de la recepción. Fuimos los primeros que tradujimos a Bordieu, los primeros que trabajamos siguiendo alguna de las indicaciones teóricas de Bordieu y de Williams. Por eso muchas veces se ha hablado de Punto de Vista como la revista de los williamsianos. Publicamos el primer reportaje a Williams que salió en español. Fueron aportes fuertes de la revista. También hay que reivindicar algunas intervenciones en literatura argentina. Hoy, Juan José Saer es un escritor absolutamente consagrado, pero cuando Punto de Vista empieza a agitar el valor de la literatura de Saer, era un escritor marginal. Más cercano en el tiempo, yo tengo la manía particular de que cada novela de Sergio Chejfec tenga su anticipo en la revista, porque creo que es uno de los novelistas más interesantes de la literatura contemporánea.
–Los medios gráficos empezaron a utilizar palabras como “campo intelectual”. ¿Qué sucedió cuando vieron que estaban rompiendo el cerco de un modo más amplio?
–Yo me desmayé (risas). Estaba leyendo el suplemento de un diario y de repente veo “campo intelectual” como si se dijera “sembrado de maíz”. Ahí tuve como una visión de que algo de lo que nosotros habíamos intentado pasar había llegado a alguna parte. Fue muy sorpresivo. Me di cuenta de que nos estábamos desplazando, que de ser el centro del margen, pasamos a ser el margen del centro.
–¿Qué espacio ocupa hoy Punto de Vista?
–Es una revista de elite y minoritaria, y yo reivindico ese lugar porque una revista con el discurso de Punto de Vista no puede ser otra cosa que una revista de 2 mil lectores. No nos dirigimos al conjunto del público interesado en temas culturales, intelectuales o políticos sino a la parte más activa de ese campo. Es una revista de intelectuales para intelectuales, como lo han sido muchas de las grandes revistas en el mundo. Sería ciego o en un punto, por lo menos, antigramsciano decir que esto es un falso elitismo. Las elites intelectuales son las partes más activas de un campo cultural y son las que están más dispuestas a hacer experiencias de pensamiento y de difusión. Punto de Vista no puede circular más allá de esos lectores, el problema sería que circulara para menos de esos 2 mil lectores. Esto no implica una situación de jerarquía aristocratizante. Cuando intervengo en la prensa, lo hago con otro tipo de discurso. Me es absolutamente indispensable tener un lugar en donde los artículos sean de 40 mil caracteres y si tienen que ser de 50 mil o más, que lo sean. Una revista es un banco de pruebas: uno prueba hipótesis e ideas, y también escrituras.