CULTURA
› A LOS 67 AÑOS, SE SUICIDO EL
ESCRITOR HUNTER S. THOMPSON, UNO DE
LOS SIMBOLOS DE LA CONTRACULTURA EN LOS EE.UU.
Final abrupto para una vida llevada al límite
Fue una de las figuras clave del llamado Nuevo Periodismo. El autor de Miedo y asco en Las Vegas llevó a los hechos su teoría de poner el cuerpo en el relato hasta el límite de la tolerancia física. Subido a su propio “trip” periodístico, exploró como pocos el mito de los paraísos artificiales afines al sueño americano: casino, marquesinas, borracheras y dinero fresco.
› Por Julián Gorodischer
El, que lo soportó todo (palizas, sobredosis, preinfarto, encierro carcelario), ¿qué no habrá podido tolerar en el último minuto, a los 67 años, cuando se pegó un tiro en la cabeza en su casita de Woody Creek (en Colorado, Estados Unidos)? Hunter S. Thompson se suicidó el domingo pasado a la noche, y lo encontró su único hijo, Juan, en la mañana del lunes, austero para declarar: “Hunter se pegó un tiro en la cabeza”, dijo únicamente. El hijo de un “duro” nunca llora. El que murió fue a la crónica periodística lo que Charles Bukowski a las letras norteamericanas, bajo la premisa de que después de él habría otra manera de contar historias: poniendo el cuerpo, llenándose de ácidos y alcohol para alterar la percepción, ubicado en el centro mismo del relato hasta inaugurar el último antihéroe suburbano. ¿De qué modo? “Lejos de mí la idea de recomendar al lector drogas, alcohol, violencia y demencia –escribió en el prólogo a su obra maestra, Miedo y asco en Las Vegas (1971)–. Pero debo confesar que, sin todo esto, yo no sería nada.”
Gonzo
La biografía se narra como en una película. El joven Thompson, cronista con ínfulas, es enviado por una revista a cubrir una carrera de caballos. Vuelve sin nada: se dispersa, no consigue armar un relato de todo eso que ve, se pierde en el pequeño accidente cuando derrama ceniza en el traje de un político. Del defecto (la incapacidad de “no asociar libremente” y de construir un relato lineal), surge La Fundación. “Pasada una semana vino el editor a quien se le había prometido la nota a recogerla, y mi mente se quedó en blanco –recordó en el libro Hunter, de Jean Carroll–. Le entregué mis apuntes, pensando que nos quedaríamos sin cobrar. Cuando salió publicado el material, creí que debería cambiarme de ciudad. Pero todo el mundo empezó a llamarme para decirme que aquello era maravilloso...”. ¿Qué era lo nuevo? Escribir sin corregir ni volver atrás, dejar en evidencia el error y la irregularidad de la trama. Lo imperfecto arruinaba la prosa exquisita de los novelistas de época. Pero, a la vez, era celebrado con entusiasmo: ¡algo de naturalidad!
Fue el nacimiento de un género: periodismo gonzo implicaría la puesta en extremo del propio cuerpo, la percepción siempre alucinada y una escena final con riesgo para la integridad física. Por menos, no valdría la pena contar. Su narración crispada queda en los antípodas del relato a lo Tom Wolfe. Si aquél arrebata sus frases con exclamaciones y puntos suspensivos, Thompson elude la cuestión formal: habría que meterse en las historias como personaje y ya no se podría mirar sino bajo estímulos químicos.
Si Wolfe coquetea con lo lírico (rimando y sonorizando su crónica), Thompson cuenta en bruto, sin recaudos de estilo, únicamente preocupado en ensuciar el cuerpo en el barro de los hechos, como cuando recibe una feroz paliza de parte de la pandilla de Los ángeles del infierno (1966, su crónica sobre bandas de motoqueros de la periferia urbana) con el orgullo de “ser uno más” entre esos tipos que alternaban la vagancia con la custodia rentada en recitales de los Rolling Stones, desafiando el cinismo de sus congéneres dentro del Nuevo Periodismo (Tom Wolfe, Norman Mailer), y reclamando haber novelizado antes que Truman Capote en A sangre fría. ¿Por qué gonzo? “La palabra era utilizada por un amigo mío, pasadísimo, de Oakland –explicó Thompson–, para referirse a esas personas que tienen la mente peor que la de los locos.”
Novelas
Caos, moteles, psicotrópicos.... Sus historias –según dice el cronista Cicco, su fan argento–, “ponen en evidencia las debilidades del periodismo tradicional, haciendo algo gracioso y poco ortodoxo: no contar nada importante, perderse en los detalles, en la insignificancia. Pero hay que tener la mirada de un director de cine y los huevos de un valiente. Ser honesto en todo sentido: nuestros gonzos serían Charly García y Fernando Peña”. La consagración llegó con Miedo y asco en Las Vegas (1972), la travesía por la ruta rumbo a Las Vegas con la excusa de participar en una carrera de motos pero en busca de un sueño mayor: hacer caer el mito de los paraísos artificiales afines al sueño americano (casino, marquesinas, borrachera y dinero fresco).
Sus novelas y artículos compilados tras su paso por la revista Rolling Stone (El diario del ron, La gran caza del tiburón blanco y Miedo y asco...) son la traslación de la ola beatnik a la crónica, como En el camino pero sin ficcionalizar voluntariamente. Dejando que el ácido se encargue del asunto y ponga en duda la objetividad de cualquier mirada. Thompson inaugura el “trip” periodístico que es, a la vez, un racconto encandilado y una puesta en crisis de la verdad del cronista. ¿Acaso el alucinado no reproduce una realidad irrepetible? ¿Cuántas realidades coexisten en distintos estados alterados de la conciencia? El realista obsesivo es inmolado. La nueva crónica desafía el tonito monocorde o “de color beige” (según Tom Wolfe) de las noticias en los diarios. Mata al observador imparcial: en La gran caza del tiburón blanco interviene en la historia provocando con pintadas hirientes a los pescadores, compite junto a uno de ellos, llama la atención y huye cuando van a buscarlo para aleccionarlo. El gonzo nunca se queda afuera.
Cerca del final, reivindicaría los buenos viejos tiempos cuando era fácil enriquecer el “acontecimiento” bajo influencia de los químicos. “Pero la mayoría de los grandes traficantes –se quejaba Thompson en los ’90– ya no manejan ni siquiera ácido o mescalina de calidad. Hoy el mercado es de los depresores para hacer cortocircuito en el cerebro o bloquearte la mayor cantidad de tiempo posible.”
En los bordes
En Miedo y asco en Las Vegas, la propuesta fue propasarse con otros ciudadanos, transgredir leyes del tránsito, estar al borde del ataque al corazón, imaginar vampiros bajo influencia de psicotrópicos hasta ir prefigurando tendencias actuales dentro del periodismo: la confesión en primera persona (detalle de consumos de drogas), la narración de un descenso a los infiernos (borracheras contadas en la novela El diario del ron, o alucinaciones de Miedo y asco...) y un tipo de cronista autodenigratorio. Ese gusto por la autodesfiguración, tan frecuente en los mejores cronistas de este tiempo, era anticipado en las golpizas recurrentes de Thompson: de parte de los pescadores de La gran caza del tiburón blanco o los pandilleros de Los ángeles del infierno, entre otras. Es la catarsis que justifica la crónica.
Desde el 2000, el gonzo se desmarca. Ya en 1970 había despuntado la vocación política al postularse como alcalde de Aspen, Colorado, y clamar por la despenalización de la tenencia de drogas y un límite al turismo irresponsable y al contar las miserias de una interna en la convención que elegiría como candidato a Richard Nixon (en Miedo y asco en la campaña). En 2004, inicia su diatriba contra George W. Bush al que augura una derrota crucial en las elecciones, “cuando le llegará su propio Armagedón”. Fue un ferviente demócrata comprometido con la campaña de John Kerry, al punto de estimular fantasías de una fórmula conjunta, en los antípodas del apoyo que le entregó Tom Wolfe a Bush. En paralelo, alejado de la pluma, se lo vio en sus columnas de la cadena de deportes ESPN, hablando de fútbol americano y de básquet, en honor a su propia figura de apostador perdido. El desenlace con disparo resumió (el domingo) el espíritu del gonzo: alto impacto, un golpe de efecto narrativo, protagonismo absoluto del cronista y, claro, una buena paliza para terminar...
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