CULTURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA ANGELA PRADELLI
“Ser simple para escribir es algo bastante complejo”
La autora de la novela El lugar del padre explica los mecanismos de su narrativa. “Quiero seducir al lector desde el primer párrafo, porque siempre puede hacer otra cosa más interesante que leer”, señala.
Por Silvina Friera
Los ojos verdes de Angela Pradelli se pegaron al vidrio de la ventana de su casa de Adrogué para mirar desde ahí cómo su vecino se empecinaba en voltear el paraíso. La belleza de esa imagen estuvo rondando por la cabeza de la escritora, pero su olfato en el arte de contar y traducir las historias simples con esa urgencia y necesidad imperiosa que reclama la literatura –como sugería Cheever, autor al que admira– le dieron a ella el don de la prudencia chejoviana: saber que ese hombre que cortaba un árbol era apenas el punto de partida de una narración que, en forma paralela, podría hacer eco en los complejos mecanismos del duelo por la muerte de un familiar. Así nació El lugar del padre (Alfaguara), novela ganadora del premio Clarín, que confirma la prosa minimalista de una escritora que potencia (y poetisa) pequeños universos narrativos, habitados por personajes que nunca cuestionan las condiciones precarias de su existencia porque no les queda más remedio que vivir. “La escritura me da una felicidad enorme, me completa –señala Pradelli en la entrevista con Página/12–. No me imagino sin escribir en esta etapa de mi vida, como no me imagino sin leer. Hay escritores que padecen el oficio, pero a mí eso no me pasó nunca, todo lo contrario, más allá de que alguna vez proteste porque las cosas no salen.”
No lo dice, pero ella tiene la certeza de que las cosas le salieron bien desde que se animó a escribir. Profesora de letras –enseña literatura en el Polimodal–, periodista y autora de las novelas Las cosas ocultas, Amigas mías (primer premio del concurso Emecé 2002) y Turdera, Pradelli confiesa que empezó a escribir poco antes de los 30. “Yo tenía y sigo teniendo una locura por la lectura. Fui una lectora voraz de chica, sin tener por desgracia o por suerte –no lo sé todavía– un abuelo con una gran biblioteca. Mi mirada no estaba cargada de prejuicios sobre la lectura; nadie me decía qué autor era bueno o malo, y no tener prejuicios te hace entrar a los libros de una manera diferente.” Y quizá también esa forma de ingresar a la lectura, le fue marcando un rumbo literario, orientado y consolidado en los talleres de escritura de Guillermo Saccomanno, al que define como “su maestro”.
–¿Cómo fue adquiriendo ese estilo tan depurado que tiene su escritura?
–A través de los escritores que admiro. Un autor que me dio vuelta la cabeza cuando lo leí fue Chéjov. Hay un escritor, Richard Ford, que escribió un prólogo a una selección de cuentos de Chéjov, en el que dice que Chéjov es bastante impenetrable para los jóvenes; es decir, que cuando alguien es muy joven toma a Chéjov y dice: “¿Y esto?”. Sin dejar de entender la historia, hay una complejidad que no terminan de poder alcanzar. No sé si es tan así, pero sí me parece que Chéjov es lo suficientemente complejo para que los lectores vayan acercándose en cada lectura de diferentes maneras. Y todo eso lo logra con una simplicidad enorme. Y es bastante complejo ser simple.
–¿Trabaja mucho con la corrección para reforzar ese estilo?
–Sí, corrijo mucho. Hay escritores que avanzan con la historia y después corrigen. A mí me parece que la corrección también te va marcando un rumbo sobre qué cosas trabajar en ese relato. A mí no me importa dar vuelta cada párrafo como una media y estar un día entero para corregir una oración. Tengo que avanzar segura. El lugar del padre la escribí en tres meses, como respondiendo a una necesidad imperiosa que es lo mejor que te puede pasar cuando escribís: que ese texto, que esa escritura se vuelva necesaria.
–¿Esa necesidad estuvo presente en otros de sus libros?
–Sí. Antes de escribir Turdera, me anoté en el Censo Nacional porque es la experiencia más literaria que existe fuera de la literatura: poca gente te contesta las preguntas que hacés, todo el mundo te cuenta una historia. Cuando terminé el censo, me fui atravesada por todas esas historias que había escuchado y me pregunté qué hacía: si tomaba notas y escribía para no olvidarme, o si dejaba que todo esto decantara, esperaba y después escribía con esa memoria y con ese resto que quedó. Preferí esperar, pero cuando empecé a escribir se me volvió imperiosa esa escritura; y a mí me parece que es una buena señal porque cuando un texto es necesario, hay resortes y mecanismos que empiezan a funcionar.
–¿Cuál fue el disparador de El lugar del padre?
–Un domingo a la mañana, en el silencio raro de las casas, escuché unos ruidos que no reconocí, me asomé por la ventana y vi que mi vecino Ramón estaba tirando un paraíso enorme de su casa. Y esa escena me subyugó. Lo seguí por las diferentes ventanas de mi casa, durante todo el tiempo que trabajó, hasta que después de cuatro horas logró tirar el paraíso. Esa tarde le contesté un mail a un amigo y en uno de los párrafos le conté lo que había visto. Ese párrafo me quedó dando vueltas, hasta que un día me senté y fui escribiendo la novela con la sensación de que era muy difícil de publicar porque no respondía a ningún modelo.
–Esa sensación estaría vinculada con la estructura de la novela, en la que cada capítulo puede ser leído como un cuento.
–Sí. A mí me interesa escribir con la respiración del cuento porque me parece que potencia toda la estructura de la novela. Además de trabajar tensando mucho más los hilos, me gusta plantear mis novelas como universos completos.
–¿En qué aspectos su experiencia periodística le sirvió para la ficción?
–Cuando yo escribía en Las/12 sobre mujeres importantes en lo que hacían, aunque no fueran famosas, trabajaba con los mismos mecanismos de la literatura: la claridad y la idea de seducir al lector desde el primer párrafo, porque siempre puede hacer otra cosa más interesante que leer. Como escritor tenés que tener en claro que siempre escribís para otro, porque hay una seducción que se vuelve muy necesaria. Yo no escribo para mí, ni para el cajón; escribo para que alguien lea y necesito que el otro se siente y se quede con lo que yo escribí.