ESPECTáCULOS › MITOS, INTERNAS Y EXPECTATIVAS ENTRE LOS BAILARINES
Buenos Aires en movimiento
María Nieves, Carlos Rivarola y Mora Godoy, entre otros, analizan el momento que vive la danza tanguera en la ciudad. Hay ebullición, pero también mucha competencia.
Por Karina Micheletto
Además de ser “un sentimiento que se baila”, “la pasión de Buenos Aires” y conceptos por el estilo, el tango es moda y fuente de ingresos, como bien saben los inversores que siguen abriendo tanguerías por todo Buenos Aires. En el boom del tango de los últimos años tuvo mucho que ver la danza, que abrió el tango al mundo y cambió esquemas tradicionales en el género antes que la música. Los bailarines de tango son protagonistas de un fenómeno que sigue creciendo. Pero, ¿es realmente el tango bailado la fuente de ingresos que muchos imaginan? Bailarines y profesores sacan cuentas y responden sobre otro mito del ambiente, el que asegura que, puertas adentro, la competencia es feroz y los odios se acumulan.
Carlos Rivarola preside la Asociación de Maestros, Bailarines y Coreógrafos de Tango, una agrupación creada en el 2001 con el objetivo de defender los intereses del sector. El es el primero en discutir el mito de la manteca al techo: “Los bailarines somos los más desprotegidos. La mayoría no tenemos obra social. Llevamos el tango al mundo, pero en muchos países trabajamos ilegalmente, porque no tenemos modo de conseguir visas. Las escuelas de tango no tienen subsidios”, enumera. “Algunos tuvimos la suerte de hacer espectáculos importantes, películas, y gracias a ese prestigio podemos pelear nuestro cachet. Pero en Buenos Aires hay bailarines que ganan 30 pesos por noche, cuando un cubierto cuesta más de 150 pesos”, denuncia. “Un conserje de hotel, que cobra mínimo 40 pesos por turista que envía a la tanguería, gana más que un bailarín”, se enoja.
“En la Argentina está instalada la idea de que todo lo que sea tango tiene que ser gratis o barato, a menos que esté pensado para turistas”, advierte Rivarola. En el Salón Argentino se cobra 10 pesos la clase. En la Escuela Argentina de Tango, 12 pesos. “Y la mayoría son turistas, los de acá van a los lugares donde pagan 5 pesos la clase y después se quedan en la milonga. ¿Cómo se puede mantener eso? Por eso los salones no pueden ponerse en condiciones, no tienen aire acondicionado ni pisos adecuados”, se queja. Uno de los objetivos aún no cumplidos de la Asociación es la de fijar aranceles mínimos. “No sólo serviría para equipararnos con otras actividades similares, también ayudaría a los empresarios como patrón. Muchos no nos contratan porque están convencidos de que somos caros”, explica Juan Manuel Fernández, vicepresidente de la Asociación.
Puestos a compararse con los músicos, los bailarines acusan menor jerarquía. “El bailarín siempre fue el último orejón del tarro”, asegura María Nieves. “Por ser la más veterana y tener más de cincuenta años de trayectoria, yo tendría que estar ganando para vivir holgadamente, y ni siquiera me alcanza para comprarme un autito”, grafica. Aun así, Nieves acepta que en la época de oro del tango los bailarines cobraban menos. “En una de las primeras giras que hice con Canaro por toda América ganaba cincuenta dólares por mes. No era nada”, recuerda. Hoy los cachets varían, pero en líneas generales un bailarín de compañías que hacen giras por el exterior cobra entre 400 y 1000 dólares por semana.
A pesar del crecimiento de la actividad, el circuito es pequeño y hay que lograr formar parte. “El ambiente es muy cerrado, se labura mucho con las mismas parejas, muy por recomendaciones. Por ahí hay gente talentosa que no puede entrar porque no la conocen, como tuvimos la suerte nosotros”, dice Luciano Capparelli, de 21 años, que empezó viajando para competir en festivales a los 16, junto a su pareja Rocío de los Santos. Como suele ocurrir, los “instalados” acusan a los “recién llegados” de bajar los cachets. “Hay gente nueva que quiere viajar, hacer la experiencia, y acepta trabajar cobrando poco y nada, no sabe hacerse valer. Pero no es su culpa; también es inexperiencia, uno va aprendiendo a fuerza de equivocarse. Lamentablemente en el tango no está instalado el representante, que nos facilitaría las cosas”, opina Sabrina Véliz, que tiene 29 años y ya pasó por varias compañías.
Eduardo Arquimbau, con 45 años de carrera, celebra la cantidad de bailarines formados: “Antes, para sacar bailarines, debíamos hacer milagros. Hoy hice una prueba para Michelángelo y vinieron cien”, dice. Mora Godoy, coreógrafa, disiente: “No hay tantos buenos. Para mis compañías me cuesta conseguir bailarines; abrí una escuela de formación gratuita para poder descubrir y capacitar gente”, asegura. La próxima audición para entrar a esa escuela será el 18 de marzo a las 15 en su estudio de Pueyrredón 1090.
El ambiente del tango es rico en historias de peleas y escandaletes varios, y los bailarines no tienen fama de familia unida. Ellos hablan de “celos” o “competencia”, pero juran que ahora se quieren más que antes. “No creo que estén peleados los chicos de ahora. Antes sí, será que éramos pocos y había como una pica”, dice María Nieves, y acerca una explicación: “El tango en sí es medio raro; que la mujer lo dejó, que el amigo lo traicionó... Ese machismo enrareció el ambiente. Antes nos dejábamos llevar y la palabra del hombre era ley. Pero ahora cambiaron los papeles, somos las mujeres las que nos lucimos, y el hombre viene a ser un partenaire”.
Según Arquimbau, “después de un festival todos nos juntamos, vamos a comer y somos amigos, pero en la pista nos matamos. Somos celosos, pero los celos son buenos”. Otros hablan de “alineaciones”: “Yo estoy alineada con determinado tipo de bailarines que están en la misma que yo: mirar para adelante. Con los que critican todo lo que aparece no tengo onda, porque estoy convencida de que critican por envidia”, dice Godoy. Otro reclamo común es la falta de apoyo estatal o de políticas públicas destinadas a potenciar el trabajo de los bailarines y a difundir el tango. “El tango es un producto argentino y debe ser el único donde nos creen que somos los mejores, aunque no lo seamos. Uno dice que es argentino y que hace tango, y afuera es Gardel”, dice Arquimbau. “Y acá parece que no se dieron cuenta. ¿Cómo se entiende que no tengamos un ballet de tango de Buenos Aires? Se pagaría solo, porque lo pedirían de todo el mundo.”