CULTURA › RICARDO TALESNIK, “COMO SE HACE
UNA FIESTA” Y EL REGRESO DE UN CLASICO
“Aún hoy, es posible hacer fiaca”
En estos días coinciden en la cartelera dos obras escritas por el autor en los años ‘60, en las que la cotidianidad social le sirve para dibujar un humor de altísima acidez.
Por Hilda Cabrera
En Cómo se hace una fiesta, Luisito intenta ganarse la vida y motiva a “una familia disfuncional”, por malavenida y estrambótica, a que celebre algo. A cambio, espera que le ofrezcan dinero o un lugar donde dormir. En La fiaca, Néstor, empleado modelo, decide un lunes abroquelarse en la cama y huir así de su rutina oficinesca. Estas dos piezas teatrales concebidas por Ricardo Talesnik en los años ’60 hallan ahora nuevo cauce en versiones interpretadas por diferentes elencos y montadas en distintas salas, pero a cargo de una misma directora: Valeria Ambrosio. Una se presenta en La Casona de Beatriz Urtubey (Corrientes 1975) y otra en el Broadway 2 (Corrientes 1155). Luisito transforma con su sola presencia el lugar en el que se inserta, aun cuando su intención no es revolucionar el ambiente. Talesnik cuenta que ideó esta pieza en 1965, pero no llegó a estrenarla. Entonces había convocado a una actriz prestigiosa, Inda Ledesma. “El texto no es el mismo”, aclara. “El original era impresionista, abstracto: no se sabía de dónde provenía el intruso. Un poco al estilo de Ha llegado un inspector.” Las celebraciones constituyen una obsesión para el autor, y también las preguntas que genera, los porqué y para qué: “A veces son pan y circo”, sostiene. Con los años llegó a identificar fiesta con unión, sea a través de la risa o de las lágrimas, y a la existencia de fiesta allí donde hay justicia.
Talesnik fue niño-actor, y más tarde inventor de historias para la tevé, donde se inició en 1964 y dos años después colaboró en dos capítulos de Historias de jóvenes, dirigidos por Rodolfo Kuhn. Guionista de cine (Dios los cría, Cien veces no debo, La guita, en colaboración con Jorge García Alonso; Las venganzas de Beto Sánchez), autor de teatro (El avión negro, compuesto por sketches propios y de Roberto Cossa, Germán Rozenmacher y Carlos Somigliana; Solita y sola, Los japoneses no esperan, sobre el cinismo y la mentira; El Chucho, una historia musical, unipersonal farsesco de 1976; Tributo a mamá y Talesnik sin fiaca, entre otros títulos), confiesa que su debilidad son los gags visuales: “Me fascinan el cine mudo estadounidense, la comedia al estilo de Billy Wilder y las películas italianas de los años ’50”, puntualiza en diálogo con Página/12.
–¿De dónde surge en sus obras la relación entre humor y miedo?
–De escribir sobre cuestiones dolorosas y profundas hasta que aparece la comicidad exasperada. Como autor, estuve de acuerdo con los escritores realistas de la década del ’60, que se preocuparon por lo social, pero en cuanto a forma me atraían los artistas que trabajaban en el Instituto Di Tella: los vanguardistas y los que adherían al teatro de Eugène Ionesco, de Samuel Beckett... En La fiaca busqué sintetizar esos gustos.
–¿Qué significó básicamente La fiaca?
–Estar en contra de la rutina. Atravesaba un momento económico malo y me asustaba tener que emplearme en una oficina para subsistir. Nunca fui empleado, o sea que escribí sobre una fantasía. Me influyó mucho Il posto, una película de Ermanno Olmi, donde un chico muy tímido busca un puesto y entra en ese mundo, para mí, patético.
–¿Cree que hoy se reflexiona de manera semejante frente a la rutina? Existe el individuo que aporta poco a su trabajo, pero de manera que no se note, y a veces no sólo por sentirse explotado...
–Hoy, en general, se gana poco y se tiene miedo a quedar en la miseria. Sin embargo, es posible que alguien decida hacer fiaca, por lo menos un día. La insatisfacción frente a la rutina también es un malestar de esta época. Claro que hay gente que gana muy bien, carece de espiritualidad y se conforma con integrarse. Puede viajar por el mundo, por ejemplo, y creer que eso es un mérito. Yo no conozco Europa, y a Estados Unidos y otros países de América fui para trabajar. En Nueva York actué en mi unipersonal En camiseta, bastante autobiográfico. Casi una terapia, como la obra que presentamos en Caracas con Henny Trailes, cuando éramos pareja. Fue a fines de los ’70 y el título era Cómo ser una buena madre. Se trataba de una idishe mame y su hijo. Ahí yo era el hijo y Henny la capocómica del espectáculo. Una noche, actuando el sketch La culpa, hice catarsis. El hijo le comunicaba a su madre que se iba de paseo con la novia. Eso desencadenaba escenas de dolor: la mame quería impedirlo inventando enfermedades. Al final, ante las dudas del hijo, le dice: “Te vayas o te quedes, ya me arruinaste el día”. (Situaciones de ese tono se encuentran en el libro Autobiografía no autorizada, de Talesnik, publicado por Ediciones de la Flor.) Aquella noche estallé, y el público me ovacionó. Eso terminó en una pelea con mi mujer. Cuando quedé solo en el hotel me puse a escribir En camiseta.
–¿Escribir fue siempre así, un desahogo?
–Los libretos y los gags me salían del alma, pero no empecé en el teatro como autor sino actuando. Cuando cumplí los 13, mi viejo se empeñó en que debía ayudarlo a vender bananas en el Mercado de Abasto. Dejé los estudios: era un vago. Me gustaba mucho el cine: iba a un cineclub de nombre Antígona, donde los profesores, jovencísimos, eran Tomás Eloy Martínez, Salvador Sammaritano... Después pude entrar a La Razón. Estaba en el departamento de Relaciones Públicas. Un día me salió un chistecito visual y algunos me lo festejaron. Era la época de los uruguayos de Telecataplum... ahí trabajaba Henny. Empecé a repartir mis chistecitos a actores, a gerentes de publicidad, de programación... y entré a la televisión. Padecí épocas de desocupación, de malaria... Caí en cama, enfermo, y en ese estado se me ocurrió La fiaca, mi obra de teatro más exitosa. Se estrenó primero en Chile, en 1967, y después en Buenos Aires, con dirección de Carlos Gorostiza en el Teatro San Telmo. Entonces me convertí en dramaturgo. Se hicieron versiones en varios países de América y Europa, y en 1969 pasó al cine. Fernando Ayala dirigió la película: actuaban Norman Briski, Norma Aleandro, Jorge Rivera López, Lydia Lamaison, Juan Carlos Gené...