CULTURA › ENTREVISTA AL DRAMATURGO Y PERIODISTA MARIO DIAMENT
Entre la casualidad y el destino
El autor argentino radicado en Miami está presentando en el Cervantes, con dirección de Carlos Ianni, Cita a ciegas, una pieza teatral que fue concebida con una “estructura borgeana”. Diament asegura que es su obra “más romántica”.
Por Cecilia Hopkins
Mario Diament estrenó en 1971 su primera obra, Crónica de un secuestro, y al año siguiente comenzó a escribir en La Opinión. Desde entonces encontró el modo de desarrollar una carrera dramatúrgica en paralelo con su tarea periodística. Desde hace 10 años vive en Miami, donde enseña periodismo en la Universidad Internacional de La Florida. Vinculado al New Theatre, la compañía que suele estrenar sus textos (escritos en español y luego traducidos al inglés), el autor produce continuamente obras que, en muchas oportunidades, recalan en los sitios más diversos: en este momento tiene dos piezas en cartel en Rumania (El libro de Ruth y Tango perdido) en tanto que Crónica..., desde su estreno, nunca dejó de representarse por lo menos dos veces al año en alguna parte del mundo. “La hacen talleres de teatro, conjuntos filodramáticos, elencos profesionales... hasta la hizo un grupo de indígenas en la Puna de Atacama, también en la ex Yugoslavia”, se asombra Diament.
Cita a ciegas se estrenó en Miami hace un año y medio, y ya recibió varios premios. Ninguno de sus cinco personajes tiene nombre pero el espectador supone de inmediato que el escritor ciego sentado en un banco de plaza apoyado en su bastón no es otro que Borges, aunque nadie lo nombre. Su presencia permite relacionar varias historias a partir del relato de los demás personajes, en todos los casos, acuciados por extrañas pulsiones: “Es mi obra más romántica –afirma Diament en una entrevista con Página/12–. Yo empecé a hacer teatro político porque en los ’70 la realidad no dejaba otra opción, y luego tuve una etapa pinteriana. Esta obra tiene que ver con otro costado mío muy importante, con la pasión y el amor”. Cita a ciegas puede verse en el Teatro Cervantes bajo la dirección de Carlos Ianni. El elenco está integrado por Víctor Hugo Vieyra, Ernesto Claudio, Ana Yovino, Beatriz Dellacas y Teresita Galimany.
–Cita... presenta un conjunto de relatos que se conectan entre sí. ¿Ya tenía un plan previo o fueron surgiendo durante la escritura?
–Escribo a partir de situaciones que me parecen interesantes. Y la obra termina siendo una exploración de este potencial. Desde el comienzo tengo solamente algunas ideas, nunca más que eso. En este caso quería que el personaje fuera ciego y escritor pero que no fuera Borges. Pero sí sabía que quería una estructura borgeana, que hubiera encuentros que podrían obedecer a la casualidad o al destino. Las historias se fueron desarrollando a partir de los diálogos, sin saber previamente adónde iban a llegar.
–¿Le divierte pensar más en la idea de casualidad que en la idea de destino?
–Me interesan ambas cosas, porque estos hechos podrían ocurrir en dimensiones diferentes. En muchos de sus cuentos Borges muestra, a partir de su agnosticismo, su fascinación por los mundos paralelos mucho antes de que la mecánica cuántica se difundiera tanto. Pensar en la existencia de otras dimensiones modifica nuestra noción de tiempo y espacio. Leo mucho sobre estas cuestiones por la necesidad de comprender el mundo en el que vivo. Estos planteos –si bien algunos los entiendo mejor que otros–, a veces, me hacen cuestionar la naturaleza de la existencia. Otras, afortunadamente, se convierten en obras de teatro. Porque la noción de vivir en un mundo que no se entiende es muy angustiante.
–En la obra Esquirlas una de las cuestiones que atormenta a los protagonistas (los tres han vivido la dictadura y se encuentran luego de años) es la culpa que sienten permanentemente. ¿En qué medida persiste en usted esa sensación?
–Es inevitable no tenerla –más allá de que yo sea hijo de madre judía– por pertenecer a una sociedad que pasó por el Proceso. No creo que importe lo que se hizo en ese momento porque lo que sucedió fue tan tremendo que siempre se tiene la impresión de que, en el fondo, pasó porque dejamos que sucediera. Nunca se hizo un examen de conciencia como país o como generación. La prensa nunca hizo su mea culpa, por ejemplo. Y en gran medida, la enfermedad de esta sociedad tiene que ver con esto.
–¿Le fue difícil dejar el país para radicarse en Miami?
–No, porque ya había vivido muchos años afuera: siete en Nueva York y otros siete en Israel, como corresponsal en Medio Oriente. A comienzos de los ’90, cuando llegué, viví la transición del Miami geriátrico a la ciudad de las supermodelos, el veloz rediseño de lo que ahora es la Riviera de los Estados Unidos. Fue un proyecto deliberado que comenzó con la revalorización de los edificios art déco y que más tarde trajo como consecuencia una mayor actividad artística, teatral, cinematográfica y literaria.
–¿Cómo se percibe el país desde allí?
–Depende del punto de vista. A través del cine se recibe la imagen de una Argentina nueva e interesante. Muchos de nuestros directores están llamando la atención. También hay una visión exitosa del país, como productor de vinos, por ejemplo. Ahora, en cuanto a la política, hay un desconcierto general porque, desde el punto de vista del gobierno norteamericano, no se sabe dónde ubicar el fenómeno Kirchner, si junto a la figura de Lula o a la de Chávez.
–¿Y usted qué piensa?
–Muchas de las decisiones políticas de Kirchner me causan una gran simpatía. Pero hay otras que no. Porque creo que tiene mucha tendencia al autoritarismo y a la intolerancia. Su relación con la prensa y su avance sobre los medios también me preocupan. Me parece que todavía está peleando su campaña política y que no se ha puesto a gobernar.