CULTURA › LA HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA, CON PAGINA/12
Saber la historia de las historias
A partir de mañana, el diario ofrecerá una colección de sesenta fascículos dedicada al tema, preparada por el Departamento de Castellano y Literatura del Colegio Nacional de Buenos Aires: la mejor manera de resolver baches culturales.
Por Silvina Friera
Cuando el director del Cineclub Núcleo, Salvador Sammaritano, atendía los llamados telefónicos, le preguntaban por las películas que se proyectaban. El contestaba, por ejemplo, Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica. Si el desprevenido y potencial espectador trataba de averiguar si era un estreno, Sammaritano le replicaba: “¿Usted la vio?”. Si la respuesta era no, él decía: “Entonces para usted es un estreno”. Esta anécdota que recuerda la profesora Silvina Marsimian trae a colación el hecho de que muchas veces hay una distancia abismal entre la gran mayoría de la gente y los objetos culturales. “Muchos conocen el Facundo, pero no lo leyeron, o saben quién es Borges sin haberlo leído porque están en la representación imaginaria. Lo primero que hay que hacer, sobre todo en esta época de fin de siglo, es reconstruir una línea cronológica en la literatura e informar al lector cuáles son los clásicos argentinos, que parecen conocidos pero que no lo son tanto, y sobre todo promover su lectura”, señala Marsimian, responsable de los 60 fascículos semanales de Historia de la literatura argentina, realizada por el Departamento de Castellano y Literatura del Colegio Nacional de Buenos Aires, que Página/12 ofrece a partir de mañana, todos los miércoles, a los lectores del diario.
Los sesenta fascículos, que abarcan desde la época colonial hasta la actualidad (ver aparte), responden al género de la divulgación que tanto escasea en la literatura argentina. “Queremos discutir la idea, tan instalada en la opinión pública, de que los medios masivos están enfrentados a la literatura o a la cultura. Por eso nos planteamos cómo producir un material que sea apto para un público masivo, cómo interesar de nuevo a la gente por la literatura argentina, que como cualquier manifestación cultural forma parte de la tradición de nuestro país”, dice Marsimian, directora del Departamento de Castellano y Literatura del Colegio Nacional de Buenos Aires, en la entrevista con Página/12.
–En general, la literatura argentina que se enseña en las escuelas medias comienza con El matadero. ¿Por qué optaron por empezar con la época colonial?
–Cuando uno habla de literatura argentina, se refiere a la literatura nacional que empezó con la Generación del ’37 y los románticos. Simbólicamente parece que la literatura nacional o que el lenguaje argentino se hubieran conformado mágicamente en esa zona. Nosotras comenzamos con la Colonia porque respetamos al maestro Ricardo Rojas: si él optó por esto, por algo debió ser. Pero también queríamos mostrar, a diferencia del Romanticismo, que no hay una ruptura con el pasado indígena y español sino que hay una continuidad. Si bien el lenguaje argentino se desarrolló con los románticos, que prestaron especial atención al lenguaje del pueblo, a cómo se hablaba, a la lengua oral, no creemos que la Argentina haya hecho esa ruptura que los románticos quisieron con la metrópoli ni con la lengua española. Aunque la presencia indígena en la literatura argentina es muy pobre en relación con otras naciones hispanoamericanas, de todas maneras ese espacio está simbolizado y representado. Además, cuando uno vuelve a leer las crónicas de la Colonia se da cuenta de que ya hay romanticismo, ahí también hay algo argentino que se está gestando y va a desarrollarse. Igual, nosotras hablamos de una escritura fundacional, pero no podemos separar muy bien qué es literatura de lo que no es; simplemente recuperamos esta escritura fundacional y quedará para evaluar y seguir investigando si forma o no parte de la literatura.
–¿Qué lecturas proponen respecto de las obras canónicas?
–Las obras maestras se recuperan, pero ahora planteamos desde la teoría y desde la crítica nuevas lecturas, ampliamos los circuitos, incorporamos otros casos que a lo mejor no son canónicos, pero que nos parecen que pueden ser evaluados. Recuperamos a (Antonio) Pigafetta con un diario de viaje en italiano o a Tomás Falkner, con un texto escrito en inglés sobre la Patagonia. Alguien puede preguntar ¿un italiano o un inglés pueden ser incorporados a la literatura argentina? Sí, obviamente, porque la historia de la literatura argentina implica también una historia de la lengua argentina, de la lengua literaria. Nosotras tratamos de abrir esas fronteras porque puede haber una literatura argentina en una lengua no argentina, así como vamos a trabajar algunos textos argentinos que pueden llegar a alimentar por su universalidad una literatura más bien de orden universal, como quería Borges.
–En Historia crítica de la literatura argentina, de Noé Jitrik, la inclusión del escritor polaco Witold Gombrowicz generó debates. ¿Lo incorporaron al canon?
–Sí, absolutamente. Y buscamos el debate, que los fascículos movilicen a la gente, que la pongan en contacto con lo que desconoce, empezar a moverse y discutir y dejar de lado esa estabilidad del canon o de la tradición para ver qué se lee como literatura y escuchar a los lectores de distintas épocas: las Aguafuertes de Roberto Arlt no fueron leídas como literatura en el momento en que fueron publicadas, pero hoy nadie dudaría en considerarlas literatura. Las bibliotecas van cambiando, los intereses que suscitan las obras son diferentes, por cuestiones políticas hay determinados autores que en un momento tienen auge y en otro mueren significativamente.
–En cuanto al aspecto teórico de esta historia de la literatura, ¿se remitieron a alguna escuela en particular o combinaron enfoques?
–No se pueden elegir criterios, estamos en tiempos en que no resulta conveniente definir los objetos teóricos a partir de una sola perspectiva, hay que construirlos desde distintos criterios, porque donde se agota un criterio, empieza a funcionar otro. En los primeros fascículos manejamos una serie de ejes histórico-políticos en tiempos en que la emancipación todavía no ocurre. Pero cuando el Romanticismo como escuela, en Argentina, empieza a tomar características de estructuras americanas, adoptamos criterios estéticos. No forzamos las relaciones para que todo encaje, pero tampoco pretendemos ser disparatados y abrir una multiplicidad que genere un desorden en el lector. Las prácticas culturales del mundo contemporáneo están en red, y hoy en día es bastante difícil separar los géneros porque estamos viviendo la contaminación de los géneros. No quisimos establecer nuestra filiación con ningún teórico porque los apreciamos a todos, pero tampoco compartimos ninguna de las posturas en forma completa.
–¿Hay un eje o tópico que plantee la literatura y el exilio, desde la Generación del ’37 hasta la dictadura militar?
–Sí. El exilio es una constante en la literatura argentina, pero también en la hispanoamericana porque tiene que ver, como señaló Alejo Carpentier, no solamente con la movilidad del intelectual por cuestiones políticas, económicas o culturales sino con una opción. El intelectual argentino puede reunir en sí múltiples perspectivas porque está en viaje permanente: mira a Argentina desde el país o también desde Europa o los Estados Unidos. La figura del exiliado es sintomática de nuestra literatura.
–¿A qué atribuye la escasez de trabajos de divulgación en el campo de la literatura?
–Voy a dar una respuesta que una vez me dio Borges, que fue mi profesor en literatura inglesa: “No lea crítica, lea literatura”, decía. Creo que no tenemos que llegar a esos extremos porque hoy la crítica incluso se lee como literatura, como un género literario. La literatura ha quedado en manos de los críticos, que escriben para sus pares y no para el público masivo, y se han olvidado de que la gente busca algo que sea más ameno, más agradable y que pueda degustar en otros niveles, lo cual no quiere decir bajar el nivel académico sino encontrar el lenguaje, las estrategias lingüísticas y discursivas más aptas y más didácticas para ese público.
–¿Por qué a la escuela le cuesta tanto formar lectores?
–El lector no nace, se hace. La literatura requiere tiempo y esfuerzo: si me tengo que sentar a leer el Facundo no sólo me tiene que atraer sino que necesito tiempo material. La escuela, lamentablemente, en estos últimos tiempos, tiene principios un tanto anárquicos en cuanto a la enseñanza de una didáctica de la literatura, el canon está en discusión, entonces no se sabe bien qué leer, cómo leer y desde qué lugar leer. Las editoriales –escolares o no escolares– tampoco hacen una propuesta de lectura que pueda llegar a interesar.