EL PAíS
Murió Norberto “Croqueta” Ivancich
Por Mario Wainfeld
Parece que sus documentos dicen que se llamaba “Luis Norberto”, pero siempre fue conocido en sus múltiples facetas como Norberto Ivancich. En rigor, para casi todos, fue Croqueta Ivancich. El apodo, su nom de guèrre en los ’70, le calzaba a medida, pues su inteligencia era tan notoria a primera vista como su pelada o los anteojos culo de botella que le daban un aspecto de intelectual de izquierda. En verdad, fue un cuadro político que militó en el peronismo durante décadas. Era sociólogo, fue docente e investigador. Murió anteayer a la noche, súbitamente, de un infarto. Estaba en plena actividad. A la edad de 56 años tenía a su cargo la Subsecretaría de la Gestión Pública del gobierno nacional.
Se graduó en la Universidad de Buenos Aires, donde enseñó durante el resto de su vida, con la previsible excepción del período 1976-1983, en el que la dictadura militar lo puso de patitas en la calle. Dedicó un buen trecho de su vida a la actividad académica enseñando, investigando y también interviniendo en su vida política.
Fue fundador e integrante, junto a Carlos “Chacho” Alvarez y Darío Alessandro entre otros, del grupo editor del periódico Vísperas, que se imprimía, salía y se distribuía como se podía durante la dictadura. Luego, en los ’80 y albores de los ’90, participó activamente en la revista libro Unidos.
También escribió dos libros augurales sobre la corrupción menemista, La carpa de Alí Babá y La traición de Alí Babá, en colaboración con Hugo Barcia. El primero fue todo un best seller, lo que le suscitaba tamañas ironías acerca de su capacidad de llegar al gran público, en la que no confiaba especialmente. Como cualquier persona dotada de sentido del humor, dedicaba buena parte de sus dardos a tomarse en solfa.
Tenía una fenomenal versación que volcó en años de cátedra y en numerosos trabajos académicos, aunque se autodefinía como perezoso para escribir. Su memoria era prodigiosa, apenas menos que su capacidad de interpretar al vuelo los hechos de un modo tajante y mordaz.
Su opción vital fue el peronismo, en el que revistó durante más de tres décadas. Un tránsito que abarcó, entre otras escalas, la JUP, la JP, la JP Lealtad, la Renovación de los ’80, el cafierismo, el grupo Calafate. Un collar de opciones discutibles, en muchos casos frustrantes, como suele acontecer en un país donde la dignidad de comprometerse suele pagarse con el duro costo de la defraudación.
Jamás quiso definirse ni ser un arquetípico intelectual, malgrado su saber muy vasto y lecturas tan dispersas como interminables. Lo suyo fue la lucha política, con convicciones firmes, lengua acerada y una integridad muy superior a la media del peronismo del fin del siglo XX. No es para nada una anécdota que tras años de militancia, docencia y función pública viviera en la misma casa en la que habitó siempre.
Era talentoso, burlón, didáctico, ingenioso. Tenía la chicana y el ejemplo histórico fácil. Simple será para el lector entender por qué generaba respeto y emulación.
Quizá sea menos lineal comprender que ese tipo con modales y costumbres de oso, huraño muchas veces, agresivo a menudo, muy dosificador de gestos explícitos de afecto, fuera además muy querible. Pero vaya si lo era ese solterón hecho y derecho que sabía ser amigo de sus muchos amigos, solidario con los que atravesaban trances duros. Si hasta podía refrenar su verba implacable cuando venía al caso. Ayer fue velado y desfilaron para llorarlo compañeros de militancia, de docencia, de gestión, alumnos, amigos que cosechó.
Hoy a las 10.30 lo entierran en la Chacarita. Croqueta dejará un ejemplo de compromiso. Y el recuerdo de su inteligencia vivaz, de su vocación por la política, de sus cabronadas, de las carcajadas estentóreas con que sellaba sus ocurrencias.