CULTURA › OPINA LA SOCIOLOGA ANA WORTMAN
“Es una búsqueda de legitimación”
Especialista en consumos culturales, Wortman analiza el gusto del nuevo rico.
Por J. G.
Ana Wortman, compiladora de Imágenes publicitarias / Nuevos burgueses (Editorial Prometeo), estudió en profundidad las estrategias de legitimación de la clase media a través del consumo cultural. De cómo obras de teatro y recitales sostuvieron, durante la crisis, lo que la economía fue quitando. Ante la consulta de Página/12, la socióloga repiensa, bajo la misma vara, los modos que legitiman a los nuevos ricos, sus consumos de arte y espectáculos, una ética y estética propias que podrían, de aquí en más, tener un nombre: simulacros culturales. “Las clases altas recientes, para ocupar un lugar de poder, necesitan un barniz de legitimación simbólica. Quieren demostrar al resto de la sociedad que no las legitima solamente el dinero”, dice.
–¿Qué caracteriza el consumo cultural de estos nuevos ricos?
–En estas burguesías repentinas hay poco tiempo para dedicarle a formarse y acumular un capital cultural. Incorporan la cultura en pastillas, rápidamente, como en un simulacro, cuando en realidad no han formado el gusto. El gusto se forma a largo plazo, y ellos no tienen tiempo, tienen que entrenarse para competir en la empresa... Si el proyecto originario de la burguesía era constituirse como un modelo cultural, con la escuela como espacio de divulgación, ahora podría estar apareciendo un saber propio excluyente, que no es compartido por el resto de la sociedad, autorreproducido y que deja al otro afuera. Lo que más me llama la atención es cuando se llevan los espectáculos al country, tanto para la tercera edad como para adolescentes.
–¿Qué lecturas haría de ese nuevo hábito social?
–Es la idea de fundar un lugar inclusivo y excluyente para el resto de la sociedad. Antes la gente salía a la calle, existía la posibilidad de cruzarse. Y ahora lo que prima es excluir, ir hacia atrás en la historia hacia una especie de refeudalización.
–¿Domina la instalación de nichos de consumo por clase?
–Esto genera, como efecto de sentido, una sociedad fragmentada, aislada. Uno siente que antes circulaba más gente de distinta clase y formación por todos lados. Ahora se tiende a ir al mismo lugar; hay sitios a los que no se puede ir. Se ha ido reduciendo la esfera de circulación, y los burgueses enriquecidos viven yendo de Barrio Norte a la Panamericana, y no mucho más. Lo dicen hasta los tipos de las inmobiliarias: se ve en cómo se ha fragmentado la ciudad y cómo se amplió la diferencia entre el valor del metro cuadrado en Caballito o Belgrano. Hay un enriquecimiento cultural muy limitado: el sujeto moderno cosmopolita se forma en la capacidad de circular por todos lados y ahora se empobrece la subjetividad. Hay una especie de ensimismamiento: a los niños se los socializa en ámbitos cada vez más homogéneos, iguales.
–¿Qué identidades sociales se constituyen en los countries?
–Llevé a mi hijo a un cumpleaños y vi cómo se reducen los espacios de circulación. Chicos de clase media alta no van a los cumples porque los padres tienen que marcar tarjeta en el country. Se construye una falta de diversidad, no hay sorpresa de encontrarse con un desconocido, se va a los mismos lugares de vacaciones, se divierten de la misma manera. Constituyen una sociedad en la que el otro se convierte en una amenaza.
–¿Qué efectos sociales y de sentido se generan?
–En este contexto prenden los discursos de la amenaza. Se construye el discurso de la inseguridad y la gente empieza a vivir en fortalezas sitiadas. Se circula por espacios reducidos y conocidos. Crece el discurso del miedo al terrorista, el terror a alguien que por el color de piel es amenazante, que te puede robar.
–¿Qué opciones quedan para integrarse?
–Las salidas están en lo que se pueda hacer para generar espacios públicos, la intervención estatal para que haya lugares convocantes para el conjunto de la sociedad. Se tienen que generar políticas urbanas que inviertan en actividades que expresen a muchos, en las que la gente sesienta protegida en un marco en el que el derecho a resguardarse no pase por el poder económico de la gente.