DEPORTES › LA SELECCION TUVO RAFAGAS DE BUEN FUTBOL, PERO NO PUDO CON CHILE
Un empate con mucho gusto a derrota
En su debut en las eliminatorias la Selección argentina igualó 2 a 2 con Chile, tras ir ganando por 2 a 0 en un partido con altibajos, matizado por los golazos de Kili González, Aimar, Mirosevic y Navia. Fue expulsado Samuel y no jugará contra Venezuela, el martes.
Por Juan José Panno
El gustito es, naturalmente, amargo. No podía ser de otra manera porque la Selección argentina empató de local, un partido que iba ganando 2 a 0 a un rival que es uno de los más débiles de la región y que encima jugó sin sus principales figuras. Lo primero que debe quedar claro es eso: no fue bueno el resultado ni fue buena la actuación del equipo. Lo demás ya entra en el arduo terreno de la discusión, la polémica, el análisis.
Las contradicciones y ciertos manejos de Marcelo Bielsa (pone buenos jugadores, no les da libertad; respalda a los que andan más flojos; dice que es lo mismo jugar verticalmente que lateralizando, nunca deja claro de qué lado está) parecen trasladarse a un periodismo y un público esquizofrénicos que saltan sin escalas del elogio desmedido a la crítica despiadada y que, por estos tiempos tiene tolerancia cero y paciencia bajo cero. Demasiada presión recibieron los jugadores porque demasiado abiertas están todavía las heridas de la eliminación temprana en el último mundial. Los dardos caen, entonces, sobre los que estuvieron en aquel campeonato y lo ligan de rebote los que acompañan este nueva etapa. No es fácil cumplir en estas condiciones. Los futbolistas sabían que a Chile había que golearlo y demolerlo jugando en gran nivel, porque ése era el mensaje que les bajaba desde la calle y porque, en el fondo, ellos mismos se lo imponían. No pudo ser, pero lo más curioso es que estuvo cerca de que fuera. Entre los 30 minutos del primer tiempo y los 15 minutos del segundo tiempo, es decir entre el primer gol del partido y el primer gol chileno el equipo de Marcelo Bielsa entregó lo mejor de la suyo: toque, pelota contra el piso, paredes, encuentros, destellos de precisión en velocidad, llegadas masivas, una, dos, media docena de situaciones clarísimas y dos goles. Si Crespo no hubiera andado tan peleado con el arco, si Aimar y D’Alessandro hubieran tenido un poquito más de puntería y el Chelito Delgado un poquito más de suerte, ahora se podría estar hablando del reencuentro de la selección con su público y se estarían trazando paralelos con el 4 a 1 de las anteriores eliminatorias. El primer gol lo hizo el Kili González, con un zurdazo sorpresivo, desde 25 metros que dejó parado al arquero chileno, tras un buen pase de D’Alessandro; el segundo gol lo hizo Aimar, con la cara interna del botín derecho, como Valdano contra Alemania en el ‘86. Fue un golazo espectacular por la definición de Aimar, pero especialmente por la jugada de D’Alessandro, que había perdido la pelota y que transformó el error en acierto con un amague que le permitió llevársela y meter después el estiletazo para dejar a su compadre cara a cara con Nelson Tapia. Ese gol era una especie de síntesis del fútbol desenfadado y libre que, con buena leche, muchos le vienen reclamando desde hace mucho al técnico argentino. Con jugadores como esos en la cancha, es posible que en algún momento empiecen a sonar afinados los violines.
Antes del gol había pasado muy poquito. Los chilenos con doble línea de cuatro y sin mucho ánimo de arrimarse a Cavallero, aguantaban, mientras el cuadro local insinuaba de tanto en tanto que un desborde del Chelito Delgado o una pared de los pibes podía abrir el panorama. Mientras tanto, Verón se afirmaba en el medio y empezaba a manejar los hilos. Llegaron los goles, llegó el tiempo de jugar fenómeno y de transformar los tibios silbidos en calurosos aplausos. Estaba todo para la goleada, pero... Mirosevic encontró el descuento inesperadamente y los fantasmas aparecieron enseguida, como era previsible. Sin Verón en la cancha, con Almeyda en una tarde negra, con algunas dudas en el fondo y sin peso arriba, los jugadores entraron en el río revuelto que propusieron los agrandados rivales. El empate, que logró Navia, después de una falla de Almeyda no tuvo nada que ver con el desarrollo del partido ni con la Justicia. Fue un bajón.