SOCIEDAD › LAS RELACIONES AFECTIVAS Y SEXUALES ENTRE LOS JOVENES SEGUN UNA INVESTIGACION SOCIOLOGICA

La cultura de los afectos

Un grupo de sociólogos investigó los códigos de las relaciones afectivas y sexuales entre los jóvenes, tanto de sectores medios como populares. Indagó sobre anticonceptivos, sida, el cuerpo, las formas de acercamiento. El compilador del texto, Mario Margulis, analiza aquí una época de veloces transformaciones.

 Por Andrea Ferrari

La chica se produce largamente antes de salir para el boliche. Allí participará del juego del mirar y ser mirada y tal vez trance con algún chico. Si la relación avanza y más adelante tienen relaciones sexuales, ella le pedirá que use preservativo para protegerse del sida y del embarazo. Y luego dormirán juntos en la casa de ella. Todo muy normal. Normal ahora, porque a sus padres todo esto les parece un mundo extraño, a años luz de sus costumbres. Ese cambio en los mandatos culturales que rigen las relaciones afectivas y sexuales es lo que se propuso estudiar un grupo de investigadores del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales. Hace cuatro años encararon una investigación sobre los códigos que siguen estas relaciones en la actualidad, tanto en los sectores medios como en los populares. Ese estudio dio lugar al libro Juventud, Cultura, Sexualidad, que acaba de publicarse. Aquí, Mario Margulis, uno de los autores y el compilador de ese texto, habla de las ideas extraídas a partir de ese proceso. “Durante dos mil años vivimos con conductas muy pautadas: lo que había que hacer y lo que no había que hacer –afirma–. Esta nueva libertad plantea muchos interrogantes, y son más acuciantes en la mujer que en el hombre.”
Los investigadores –docentes y estudiantes de la Cátedra de Sociología de la Cultura de la UBA– realizaron el estudio entre 1999 y 2002. El espacio elegido fue la ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Hicieron encuestas, entrevistas y observaciones. En los sectores medios, trabajaron principalmente con jóvenes vinculados al ámbito universitario. En los sectores populares, en barrios del conurbano, villas y pensiones urbanas. También realizaron entrevistas a personas con capacidad de ofrecer información calificada: médicos, sexólogos, enfermeros, educadores, trabajadores sociales, ginecólogos, psicoanalistas.
–Nos propusimos estudiar la afectividad y sexualidad de los jóvenes teniendo en cuenta los cambios en ese terreno desde la perspectiva de la cultura –explica Margulis–. Buscamos saber cuáles son los códigos en cada momento, variables en cada sector social, que están organizando los comportamientos. La gente se mueve no porque elige moverse así, sino porque en cada momento su cultura le está indicando posibilidades, elecciones y permisos. Uno se mueve dentro de lo que hay. El libro trata de interpretar nuestra cultura en este aspecto. Nos diferenciamos en este sentido de una aproximación a este tema que pueden hacer los sexólogos, los psicólogos o los demógrafos.
–Para analizar los comportamientos en cuanto a la afectividad y la sexualidad el estudio plantea una división tajante entre sectores medios y populares. ¿Por qué?
–Nosotros hicimos exploraciones previas y esta primera separación, que obviamente es muy gruesa, tiene que ver con una división en Buenos Aires entre descendientes de europeos y descendientes de provincianos y de sectores llegados de países limítrofes. Eso no quiere decir que haya una unidad en el interior de cada uno de estos sectores. Hacemos esa gran separación porque hay comportamientos en lo afectivo, en lo reproductivo y en lo sexual muy distintos. La revolución sexual de los 60 impactó en su marco de valores, de ideas y costumbres sobre todo en los sectores medios. La influencia es mucho menor en los sectores populares, que tienen comportamientos más tradicionales en este sentido. Eso se pone de manifiesto por ejemplo en algunos indicadores que salen a la luz estadísticamente: hay más hijos por mujer en sectores populares que en sectores medios. Eso habla del uso de anticonceptivos, de una cultura con respecto a pautas sobre la sexualidad, de una forma de procesar la sexualidad y actuar sobre el propio cuerpo que varía fuertemente entre ambos sectores. En los sectores populares, el discurso sobre la sexualidad entre padres e hijos sigue siendo muy tradicional, hay una tendencia más bien prohibitiva y de control que no condice con las circunstancias de la práctica, con los discursos de los medios de comunicación, con toda una serie de comportamientos de nuestra era. Entonces las chicas de las clases populares están muy desprotegidas en relación con las de clase media.
–En los sectores populares a menudo el acceso a los anticonceptivos existe y sin embargo no se los usa con constancia.
–El acceso existe, pero no siempre es fácil. Aunque ahora hay más distribución gratuita en los hospitales, hay que poder viajar hasta el hospital, a las chicas jovencitas se les plantean un montón de obstáculos para poder acceder. Pero lo que hay sobre todo es que en la cultura típica de los sectores populares no ha ingresado la anticoncepción como algo que haya alterado las viejas pautas. Los sectores medios desde hace bastante tiempo incorporaron la anticoncepción. Ya desde antes de los 60, antes de la píldora, las familias europeas tenían pautas de fecundidad restringida. Se practicaban métodos antiguos, coitus interruptus, condón. Muy tempranamente en Argentina hubo una fecundidad parecida a la de los países europeos en los sectores medios. En cambio en los sectores populares tenemos una fecundidad más parecida a la de los países latinoamericanos. En esos sectores no se cree en la anticoncepción. No es que no crean que actúa, pero no lo tienen incorporado a la cultura. Hay, además, un hecho más de fondo que son los comportamientos culturales diferentes respecto del cuerpo: el cuerpo se procesa de manera distinta.
–¿De qué manera?
–En los sectores medios el cuerpo es “construido”: se puede actuar sobre él en cuanto a la salud, en cuanto a la delgadez o la silueta. Es una cultura que tiene profundamente incorporado el procesar el cuerpo. Y también se puede proceder sobre la concepción. La mujer ha podido separar la sexualidad de la concepción. No necesita del hombre para cuidarse: es técnicamente y culturalmente posible. En cambio en los sectores populares eso no es así respecto del cuerpo. En general por razones económicas: es difícil hacer la dieta necesaria para ser delgado y no se tiene tanto acceso a la medicina. Y hay un cierto fatalismo respecto del cuerpo: el cuerpo no es manejable. Una frase que lo sintetiza sería que en las clases populares el cuerpo es destino. También en la sexualidad: hay relaciones sexuales y hay hijos.
–En el libro se hace hincapié en la influencia de los medios en cuanto a los modelos de cuerpo impuestos, cuerpos ideales, estilizados y tonificados. Esto influye en ambos sectores, pero se elabora de manera diversa.
–Es cierto. En los sectores populares también está la preocupación por la silueta, hay médicos que cobran poco y ofrecen dietas para adelgazar. Pero ésos suelen ser intentos que fracasan. Hay una serie de dificultades económicas y no tienen modelos culturales de cuerpos delgados. Para muchos chicos y chicas jóvenes dura un tiempo este intento de mantenerse delgados y luego se va hacia el sobrepeso. También las maternidades numerosas dificultan el cuidado.
–La postergación de la maternidad como un rasgo distintivo de las mujeres jóvenes actuales sólo sucede en los sectores medios.
–En la mujer en los sectores medios desde hace bastante se ha avanzado hacia la disminución de desigualdades. En la Universidad de Buenos Aires, por ejemplo, es mayor el número de chicas que de muchachos: incluso en la carrera de medicina. La maternidad es en este sector una posibilidad, ligada a un deseo: la cultura contempla a la mujer como madre en la clase media, pero cada vez más le ofrece otras alternativas que de alguna manera compiten. Por eso vemos la postergación de la maternidad, y la medicina actual lo hace posible. En la pareja, estos cambios generan una tensión permanente en cuanto a la distribución de tareas laborales y hogareñas.
–La investigación parece sugerir que las mujeres se separan con más facilidad de los mandatos culturales paternos que los hombres.
–Sí, la mujer ha tenido más para ganar. Los hombres han cambiado pero nunca hubo para ellos restricciones tan grandes: la moralina pesaba mucho más sobre la mujer, ella no era dueña de su cuerpo. Hay que recordar que en el siglo XIX se consideraba que para la mujer la sexualidad era una obligación y un goce para el marido. Es un cambio todavía en proceso, muy veloz.
–Parece particularmente veloz en cuanto a los más chicos. ¿Qué diferencias observaron en los adolescentes en relación con los jóvenes?
–En eso estamos ahora, exactamente. Estamos viendo grandes diferencias, por ejemplo, entre los de 20 y los de 15. Sobre todo en las mujeres. Vemos que están entrando en otro terreno, que es el terreno de la iniciativa. Sobre todo en la clase media, porque en las clases populares hay más contradicción en este plano. Pero en los sectores medios vemos que las chicas de 20 dicen: “Mi hermanita de 15, hay que verla...”. Las mujeres empiezan a superar los tabúes de poder mostrar iniciativas. Históricamente la cultura les permitía dar unas señales de interés muy pautadas y acotadas, pero ahora es mucho más explícito y abierto. Están conquistando este terreno. Y esto también es complejo para los hombres. La cultura nos ha enseñado determinadas maneras de ser hombre y ser mujer y eso va cambiando muy rápidamente. Y los cambios no son fáciles, son conflictivos.
–El boliche aparece como un escenario especial en el contacto entre jóvenes.
–Sí, el boliche sigue siendo un espacio de contacto. No necesariamente es el espacio donde se hacen las parejas. Hicimos encuestas donde preguntamos de dónde se conocían las parejas estables y en general respondieron que fueron presentados por una prima, en una fiesta familiar o en la universidad, aunque no en el boliche. Pero el boliche es un lugar donde hay mucha fantasía, es un lugar importante en el imaginario. Se juegan muchas cosas, un gran narcisismo, el mostrarse, juegos que no llegan muchas veces al encuentro, a conocerse.
–Es el reino de la “transa”.
–El lenguaje revela la ambigüedad de la situación: la transa tiene algo de juego, de picardía. Pero también es un comienzo, y no necesariamente termina en eso.
–¿Cómo analizan los cambios culturales en cuanto a la edad de iniciación sexual?
–Es un proceso que va cambiando desde hace 40 años. Cambia muy rápido si miramos la secuencia de siglos anteriores: hay una abrupta transformación que implica cambios ideológicos sobre la sexualidad. La edad de la iniciación es temprana en ambos sectores: alrededor de los 15. Hay un hecho muy importante en la clase media: la tolerancia de los padres. En este aspecto incide mucho el tema del sida y otros peligros que son vislumbrados en torno de la sexualidad. Los padres se ven obligados a empezar a mirar lo que no querían mirar. Entonces consideran mejor que la nena venga a casa con el novio, un tema bastante difícil de aceptar, pero que se termina aceptando. Cuando la madre se da cuenta de que la nena empieza a tener relaciones, la instruye y la lleva al ginecólogo. La ayuda a cuidarse. Esto no sucede en los sectores populares. El discurso allí es muy restrictivo: no se acepta la sexualidad de las hijas. La forma de evitar el embarazo es cuidarlas, prohibiéndoles salir, vigilándolas. Las mismas madres muchas veces no tienen incorporada la anticoncepción. No se asume entonces que la nena pueda pedirle al novio que use condón. Y en las condiciones que puede tener la vida sexual, a escondidas, es inconcebible que se lo pidan. Entonces se embarazan.
–El libro habla de una sexualidad mediática que aparece alejada de la sexualidad real.
–Los medios tienen por un lado la publicidad, directa o indirecta, donde el sexo es parte del proceso de venta de un producto. Es una mercancía que acompaña a un proceso de persuasión. También están las telenovelas, con un imaginario sobre el amor, que creo que tienen un efecto socializador muy fuerte: mucha gente aprende comportamientos en estas telenovelas. Y la televisión al mismo tiempo tiene una sexualidad muy frívola, muy banal, cosificada, donde solamente se maneja el cuerpo fetichizado, como objeto. También hay muchos otros juegos con los cuerpos. No sólo están los cuerpos propiciados como modelos de belleza, estilizados, blancos, que corresponden a los grupos hegemónicos: se está empezando a usar, como un juego, incluir a un negro, a un latino... pero siempre procesados por ese modelo de legitimidad, siempre bellos y elegantes. Yo les digo negros light. Significa poner un toque étnico, pero en definitiva es lo mismo. No desafían el modelo, que es el modelo de la selectividad, de la distinción, de la riqueza.
–La idea del modelo único de pareja aparece perimido. ¿Hacia qué modelo apuntan los jóvenes hoy?
–No es que haya perimido. Cambió la idea de la indisolubilidad, de la pareja para siempre. La separación no es vivida como una catástrofe. Y no está tan presente el matrimonio formalizado, es una alternativa en un momento de la vida. Hacia dónde se va es difícil saberlo, porque el cambio es muy rápido, muy veloz. Los hombres y las mujeres se están preguntando constantemente dónde están. No tienen modelos. Durante dos mil años vivimos con conductas muy pautadas: lo que había que hacer y lo que no había que hacer. Esta nueva libertad plantea muchos interrogantes, y son más acuciantes en la mujer que en el hombre.

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“La gente se mueve no porque elige moverse así, sino porque en cada momento su cultura le está indicando elecciones y permisos.”
 
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