Martes, 27 de noviembre de 2007 | Hoy
DEPORTES › WALTER RIBONETTO, SEGUNDO ZAGUERO DE LANUS
El defensor, pilar en el equipo de Cabrero, no hizo inferiores y vino a su equipo hace seis años. “No se nos va a escapar”, opina.
Corral de Bustos dista 350 kilómetros de Córdoba capital. Allí nació, por ejemplo, Oscar Alfredo Ruggeri. Allí, Roberto –albañil de oficio y profesión– y Rosa María –encargada de un taller de costura– esperaban a su segundo hijo, al que pretendían llamar Waltino. Después de debatirlo, cambiaron de idea y decidieron ponerle Walter Darío. Parte de aquel nombre quedaría marcado en la vida del nuevo integrante de la familia, ya que su hermana Mónica, seis años mayor, rápidamente lo apodaría Tino. Desde aquel 6 de julio de 1974 hasta hoy, Walter “Tino” Ribonetto recorrió un camino particular, poco común en la vida de un futbolista, que debutó en Primera recién a los 27 años y que juega en el mismo puesto en el que se desempeñaba Ruggeri. En una charla con Página/12, el defensor que está a un paso de ser campeón con Lanús hace un repaso de toda su extraña carrera, que lo lleva a valorar aún más este exitoso presente.
“Cuando era chiquito me la pasaba jugando al fútbol. Como no me gustaba mucho estudiar, llegaba del colegio, dejaba todo tirado y me iba a jugar. Si no era fútbol, a la bolita, todas cosas que los chicos de ahora ya no hacen. También salíamos a cazar pajaritos”, recuerda Ribonetto y empieza a recorrer en su cabeza su largo camino hacia las luces de Buenos Aires y hacia el fútbol grande de la Argentina. “Mi sueño siempre fue ser jugador, pero jamás pensé que se me fuera a dar de tan grande.”
–¿Cuál fue su primer acercamiento al fútbol profesional?
–La primera oportunidad la tuve a los 22 años. Estaba jugando en la liga para Independiente de Chañar Ladeado y me llamaron para ir a probarme a Brown de Arrecifes, pero preferí quedarme en Corral de Bustos, porque recién había fallecido mi papá y estaba mal de ánimo. Además, estaba trabajando en la cerealera y ganaba buena plata. Después tuve otra chance en San Lorenzo. Esa fue la primera vez en mi vida que viajé a Buenos Aires.
–¿Y en San Lorenzo no quedó?
–Sí, quedé, pero me volví. Estaba Jorge Castelli como técnico y pasé la prueba, pero como nunca había hecho inferiores, me dijeron que tenía que ir un par de meses a prepararme físicamente a la filial del club, que era Armenio. Cuando llegué, le pregunté a uno de los pibes cuánto se ganaba por mes. ¡Para qué! Cuando me lo dijo, agarré las valijas y me volví para Corral de Bustos, donde estaba más cómodo y ganaba mejor.
–¿Cómo es que finalmente se le abrió la puerta de Lanús?
–Fue a fines de 2001; me acuerdo de que estábamos jugando la final del campeonato: Independiente de Chañar Ladeado contra Chañarense, el clásico. Ganamos la primera final y un muchacho me dijo que el Cai (Carlos) Aimar quería hablar conmigo. Yo no entendía nada, no sabía para qué. Después de algunos días me encontré con él y me ofreció hacer una prueba en Lanús.
–¿Ahí ya vino para quedarse?
–No, ojalá... Todavía tenía que jugar la revancha de la final. Fue mortal lo que pasó: el Cai les fue a preguntar a los dirigentes si me dejaban viajar y lo sacaron corriendo. Recién después de ganar la otra final pude venir.
–¿Cómo fue el momento de la prueba, cuando le confirman que había quedado en Lanús?
–Primero tuve que pasar la pretemporada, que también fue otra historia. Me acuerdo de que en Salta fui titular en un amistoso contra Juventud Antoniana. Hice un gol a favor, que me lo anularon, y un penal en contra. Pero eso no fue lo peor. Al otro día, en la tapa de un diario de Salta salió una foto grande con la jugada del penal. El tema fue que salí con otro nombre, decía Martinuzzi, en lugar de Ribonetto... ni me conocían.
–Después de todo esto, ¿qué siente cuando se habla de presión por un partido de fútbol?
–Y, es difícil. Muchas veces me pasa que veo algunos chicos que no quieren elongar o que no hacen lo que les dice el entrenador y me da mucha bronca. Siempre lo hablamos con los más grandes del plantel, Bo-ssio, Graieb, Velázquez, que el futbolista es un privilegiado. Trabajás dos horas al día, te pagan por hacer lo que te gusta y encima ganás buena plata. Creo que la única presión que tenés pasa por tratar de hacer las cosas bien y dejar todo en la cancha. Pero la verdadera presión la tiene un tipo que se tiene que levantar para ir a laburar y no le alcanza la plata para comer o para pagar las cuentas.
–¿Lanús va a ser el campeón?
–Sí, pienso que sí. Estamos muy cerca y creo que no se nos va a escapar.
Entrevistó: Mariano Verrina.
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