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–Si se tuviera que quedar con una imagen del fracaso argentino en el Mundial de Corea-Japón, ¿cuál sería?
–El equipo argentino estaba en un pueblito de morondanga, donde había un predio de la Asociación Japonesa de Fútbol, que quedaba a media hora de una ciudad chiquita y fea donde vivíamos los periodistas. El día que Argentina empató con Suecia terminamos de transmitir, nos subimos a una camioneta, alguien manejó toda la noche y nos despertamos a las 7 de la mañana en la concentración. Llovía. Para mí se había acabado el laburo, se había acabado el Mundial, se había acabado todo. Y me quería ir a dormir al hotel, que estaba a 50 kilómetros, y como nadie iba en auto para allá arranque caminando hasta una estación de tren –que era como la de Laferrère, pero prolija–, compré un boleto, dormí un rato en un banco, hasta que llegó el tren. Poco antes de que llegara el tren, escucho: “La concha de la lora, la reputa que lo parió”, así, en castellano original, y me doy vuelta y veo en una fila india, caminando bajo la garúa, con esas valijitas con ruedas, a Crespo, Sorín, Verón y el otro creo que era el Piojo. Los cuatro comenzaron a correr para tratar de agarrar el tren. Corrieron, pero no lo agarraron y se quedaron puteando desde el andén de enfrente. Esa imagen de esos cuatro pibes, que deben ganar millones, caminando con sus valijitas bajo la lluvia me parecía como la síntesis perfecta de ese Mundial. Desde el tren llamé a los periodistas que estaban en la concentración para que vayan a hacerles fotos, pero cuando llegaron ya estaban sentados, esperando. Pero esa imagen de ellos caminando, parece la síntesis de ese mundial: toda la truchada de que éramos maravillosos y de cómo terminamos.