DIALOGOS › PATRICIA REDONDO, PEDAGOGA E INVESTIGADORA DE LA INFANCIA EN LA ARGENTINA

“Se ha avanzado jurídicamente, pero no en la vida cotidiana”

La ex directora bonaerense del Nivel Inicial señala que la Argentina “tiene con la infancia una deuda enorme”, y subraya que a lo largo de los años, cada cambio de gestión de gobierno “en vez de sumar y continuar experiencias, las interrumpe y se empieza de cero”.

 Por Natalia Aruguete y Walter Isaía

–¿Cómo analiza la situación actual de la infancia en Argentina?

–La situación de la infancia –o “las infancias”, como se dice en los últimos años– en Argentina tiene una deuda interna enorme. Desde la década del ’90, los primeros datos duros daban –y el Instituto Gino Germani lo publicó particularmente– que en nuestro país la mayoría de los niños eran pobres y la mayoría de los pobres eran niños. Este dato, que marca a toda la sociedad, todavía no se ha revertido. Uno puede decir que hay lugares donde sí se ha mejorado sustantivamente la situación. Pero a escala nacional, la infancia sigue siendo del orden de la deuda para la sociedad argentina.

–¿Se puede percibir algún tipo de cambio entre el escenario del ’90 y la actualidad?

–Hubo un cambio que tiene que ver con la cultura política de nuestro país. Es decir que frente a cambios de gestión o de gobierno, en vez de acumular en términos de políticas estatales dirigidas a la infancia, se genera una enorme debilidad. Porque hay jurisdicciones que han avanzado en políticas de orden social y educativo, pero con los cambios de gestión esas políticas, en lugar de profundizarse o desplegarse más, se cambian por otras con las que se empieza a improvisar nuevamente. Esto, en términos de democracia, es una pérdida de recursos, de expectativas, en fin, una enorme frustración.

–La economía argentina ha crecido en los últimos cinco años, ¿eso traccionó en pos de generar nuevas políticas que contenga a las infancias?

–Yo creo que sí, pero hay algo del orden de lo insuficiente. Quiero decir, en años de crecimiento económico se tendría que haber construido un shock de políticas articuladas para la infancia, que atiendan a los niños desde que nacen, porque la falta de articulación debilita muchas veces la ejecución de programas y planes. Se trata de comprenderlos, ubicarlos como ciudadanos apenas nacen. Te diría más, es necesario impulsar políticas que atiendan la maternidad previamente. Desde allí, hay que articular las instancias estatales de salud, educación, desarrollo social. Hay experiencias en otros países latinoamericanos –también acotadas, porque América latina tiene democracias con estas características– que han instalado el control del niño sano desde que nacen, en una articulación entre salud y educación, que permitió eliminar la desnutrición infantil. El caso chileno por ejemplo. Desde mi perspectiva, la temática de la infancia en Argentina requiere de una atención y urgencia que se viene postergando. Me parece que lo que no se mide –y esto sí tiene una variable económica– es que aquello que se desatiende hoy tendrá un costo mucho más alto después.

–¿Qué tipo de políticas fortalecerían la articulación que usted propone?

–Tienen que ser políticas que garanticen los derechos de los niños. Esos derechos, que están en la Convención, en parte de nuestra Constitución y en el Pacto de San José de Costa Rica, deben efectivizarse. Nosotros tenemos la paradoja de que en los últimos años se ha avanzado mucho jurídicamente, pero eso no se traduce en el cumplimiento de esos derechos en la vida cotidiana de los niños en Argentina. Por ejemplo, la educación inicial en la ciudad de Buenos Aires no alcanza. Es noticia, hay auditorías, interpelaciones, pero no se resuelve que la franja etaria de 45 días a cinco años tenga oportunidades de educarse. Esto no se da sólo en la ciudad de Buenos Aires, lo pongo como ejemplo por el ingreso per cápita que tiene. Pero uno puede encontrar que en el Impenetrable del Chaco los jardines de infantes se sostienen con mucho esfuerzo de las maestras y de las comunidades. El crecimiento de la educación inicial en Argentina es muy desigual. Me parece que las políticas tienen que tener como núcleo central la garantía de los derechos que están enunciados. Esto quiere decir que un niño que nace en nuestro país tiene que tener derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, a la alimentación. Para quienes nos dedicamos al tema de la infancia desde hace muchísimos años, produce cierto espanto la imagen en la televisión de esas mangueras que tiraban millones de litros de leche. Es casi del orden de lo obsceno cuando a kilómetros de donde eso ocurría se mueren los chicos por desnutrición. El tema de la distribución de la riqueza se vincula directamente con la situación de la infancia en la Argentina.

–Usted mencionó que “la mayoría de los pobres son niños y la mayoría de los niños son pobres”. Cuando esos niños o jóvenes cometen algún delito se pide la ausencia de derechos humanos. ¿Qué relación encuentra entre pobreza y delincuencia en los niños?

–A mí me parece que hay un lugar en que nuestro país, nuestra sociedad se imagina sin porvenir. Porque una sociedad que se proyecta en términos de otros futuros posibles requiere de un movimiento que supone alojar a los nuevos, a los que están llegando o, como decía el filósofo Jaques Derrida, a los que aún no han llegado. En la Argentina –esto lo ha estudiado la investigadora Sandra Carli–, si uno mira la infancia como analizador de nuestra sociedad, ve una sociedad que no construye a largo plazo. Si uno se acerca a los barrios populares ve que hoy el nivel de desprotección es enorme, a pesar de los esfuerzos de las organizaciones sociales por generar espacios de cuidado, como jardines comunitarios, lo que se conoce como “merenderos”, que son los lugares donde, en plena crisis, las madres embarazadas y los niños se alimentaban. Hay un esfuerzo social de los grupos populares por resolver las carencias enormes que atraviesan. Sin embargo, cuando uno se acerca a un barrio, se encuentra con que las únicas referencias del Estado son las escuelas. Hay pocas salas de primeros auxilios, no hay pediatras todos los días. Esto también sucede en el interior, tuve oportunidad de corroborarlo. No hay registros civiles, muchos chicos están durante años sin documentos porque los registros civiles se cerraron en muchos lugares –aunque ahora el Ministerio de Desarrollo hizo una política de identidad–, no hay servicios hospitalarios suficientes, no hay plazas ni clubes para niños. Cuando uno se acerca, mira y escucha, no es tan difícil entender ciertos niveles de violencia que se expresan más adelante, porque la violencia más estructural la produce la propia sociedad. Los niños llegan a un país donde no siempre los albergan.

–¿Cómo analiza el rol que juega la escuela en lugares donde no están presentes otras instituciones del Estado?

–Es un tema bastante complejo. Por una parte, es real que en miles de barriadas populares la única institución, hasta materialmente presente, es la escuela. A veces, cuando los docentes expresan –lo tengo recogido en investigaciones– “somos madres, padres, sociólogos, contenedores”, hay que intentar separar y lograr que eso no esté cargado de una mirada moralizante sobre las comunidades, en el sentido de que la familia está totalmente desinteresada de la escolaridad de sus hijos. Si hay otro orden de discusión es porque las familias, sobre todo desde el 2001 en adelante, han sido impactadas por un proceso de pauperización extrema. En los últimos años se ha mejorado, pero vivimos en una sociedad donde las mujeres se han volcado al mercado de trabajo, los hombres se han quedado sin trabajo y donde hubo transformaciones de carácter económico que impactaron en los modos de resolver la vida cotidiana de los chicos. Es decir, no siempre se encuentra en las escuelas del país esa madre que va a la reunión de padres y está cerca de la escuela.

–¿Qué relación encuentra hoy entre las comunidades y sus escuelas?

–Creo que para las comunidades, la escuela y la escolaridad son como un resto de lo que significó la educación pública en Argentina hasta los años ’60 y ’70. La escuela sigue siendo, en parte, un espacio diferenciado donde puede suceder algo diferente. Te doy el ejemplo de un barrio donde estuve hace poco tiempo: cuando uno deja una ruta y entra casi 50 cuadras al corazón del conurbano bonaerense, y se encuentra con las calles de tierra, las aguas servidas, los colectivos y “remises truchos”, parece que todo es trucho, y la ciudadanía se te disuelve. Entonces, que haya una escuela es una marca de filiación muy significativa. Por eso, un tema es qué sucede con las instituciones del Estado y la sobrecarga que significa para las escuelas la inexistencia de otras redes. Y otro tema es cómo mira la escuela a las comunidades y a las familias con las que trabaja. Yo creo que un maestro no reemplaza a la familia. Al contrario, creo que si todavía –y con muchísimas dificultades– algo del orden de lo escolar sigue aconteciendo en esos lugares, también tiene que ver con que las familias siguen sosteniendo cierta expectativa sobre algo mejor para sus hijos. No diría algo mejor para sus hijos, algo mejor de lo que ellos están viviendo hoy.

–En este escenario de falta de articulación de políticas nacionales que usted describe, ¿qué cree que le aportó la nueva Ley de Educación a las infancias?

–Esa ley es muy importante porque marca la derrota de todo el proyecto educativo de los ’90, pero tiene que tomar cuerpo. Parte de las escenas que estamos viendo desde principios de año tienen que ver con que esta ley, que en el caso de la infancia instala la universalización de la educación inicial y avanza sustantivamente sobre la obligatoriedad de los cuatro años en algunas provincias (como Buenos Aires o Río Negro), abre un escenario en una perspectiva totalmente diferente a la de los ’90, como la obligatoriedad de la escuela media o la revalorización de la escuela técnica. Nosotros discutimos mucho en el momento de elaboración de la ley en relación a la cuestión de la infancia, porque es muy amplia la brecha con lo que sucedía que algunos educadores. Algunos decían “para qué discutir la universalización si sabemos que no se va a cumplir”.

–¿Y usted qué opina? ¿Hay que dar esa discusión?

–Yo creo que contar con que exista la ley habilita la posibilidad de la disputa. Entonces, para mí, es un avance muy importante. Ahora les toca a las provincias profundizar ese avance y que lo traduzcan en las particularidades, porque hay otros actores que existen –sobre todo en aquellos lugares donde no estuvo el Estado en los años ’90– pero no están esbozados en la ley.

–¿Quiénes, por ejemplo?

–En el caso de la primera infancia, hubo educación a cargo de organizaciones sociales. Allí también hay una responsabilidad-obligación del Estado de articular, sostener y profundizar, y de hacer un salto cualitativo. Pero, en primer lugar, hay que reconocer esto.

–Además de las organizaciones sociales, ¿qué mirada tiene la sociedad de las infancias?

–Tengo un enorme escepticismo, porque las infancias no son tema de la agenda pública ni de los medios. No se trabaja adecuadamente y es difícil imaginar cómo será el porvenir si no se atienden hoy determinadas cuestiones que asumen una gravedad bastante importante. Me parece que la sociedad oscila entre conmoverse por el caso de Barbarita en Tucumán, con esas fotografías de desnutrición en la tapa de los diarios, y a las 24 horas desconocer toda responsabilidad para que las miles de Barbaritas que existen en nuestro país dejen de existir. Veo una sociedad donde muchísimos sectores sociales, pedagogos, docentes, se ocupan de las infancias y eso no tiene expresión en políticas universales. Hoy, ocuparse de los niños en un barrio de San Francisco Solano, por ejemplo, resuelve la inmediatez, pero no resuelve la mediana o larga duración. Lo mismo sucede en otros ámbitos.

–¿Cómo analiza la brecha creciente que existe hoy entre los distintos sectores sociales, en relación con los niños y sus posibilidades de desarrollarse?

–Hoy se pueden ver enormes brechas en el mundo infantil. ¿Que es ser niño hoy en Argentina? Es algo muy distinto para unos y para otros. Para un nene de hasta cuatro años puede ser una vida con bienestar, con acceso a bienes materiales y simbólicos y donde, entre sus demandas cotidianas, puede estar el acceso a Internet, el uso de las nuevas tecnologías, que además son una marca de la temprana infancia. En el otro extremo, uno encuentra niños inscriptos casi exclusivamente en estrategias de supervivencia familiar. Si estos nenes estuvieran en un jardín de infantes, podrían ser interpelados por las nuevas tecnologías, los nuevos lenguajes y expresiones corporales, pero su experiencia infantil queda muchas veces circunscripta a ser un componente de esa estrategia de supervivencia. Cuando hablo de la infancia en la Argentina, no hablo de un sujeto homogéneo, sino muy heterogéneo, con marcas de diferente orden y donde las experiencias infantiles quedan libradas a lo más lábil: las posibilidades que tiene cada grupo familiar. Por eso hay que traccionar desde el Estado.

–¿De qué forma?

–Un buen ejemplo de esa tracción es la creación de una señal estatal de TV infantil. Esa es una política de un potencial enorme, si se plantea unir un universo de niños desde una señal que va a estar centrada en un reparto cultural en términos de lo público. Argentina no puede no tener eso resuelto, por los recursos humanos que tiene, por su historia. Es difícil comprender cómo determinadas cuestiones vinculadas al desarrollo infantil, a la educación, a los bienes culturales, no estén resueltas en nuestro país. Porque hay recursos por todos lados.

–¿Usted coincide con ese diagnóstico?

–Yo no sé si llego a ese planteo, pero hay una falta de mirada, una tendencia a desenfocar a las nuevas generaciones a modo de ejemplo. Nuestro país tiene el galardón de tener niños en cautiverio. Eso esta denunciado en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pero aún hay cárceles donde hay mamás detenidas y más de 60 niños en cautiverio. Ahora se está avanzando en una ley que propone un arresto domiciliario, pero eso es del orden de lo siniestro. A su vez, hay una experiencia en la ciudad de Rosario, que tiene un tríptico en relación con lo que se les brinda a los niños, premiado internacionalmente, que es de una plenitud y una creatividad absolutas. Es único. Esto es lo que presenta la Argentina: situaciones que ubican a los niños en un desamparo absoluto, por un lado, y el logro de conjugar el sentido público, la política, el presupuesto y las personas en la producción de una propuesta inédita de atención educativa, cultural y social para los niños, por otro. Ciertos sectores sociales creen que quizás levantando el vidrio polarizado y manejándose con pools privados en los itinerarios de sus hijos van a lograr esa seguridad tan mentada de que nada les suceda. No hay una apuesta en relación con la seguridad que pase por invertir, multiplicar políticas, programas, acciones y responsabilidades desde una mirada colectiva y social, con presencia del Estado haciendo lugar a esta temática. En nuestro país, las infancias no tienen lugar.

–Además de la preocupación por la relación entre infancia y pobreza, ¿qué otras cuestiones sobre la infancia deberían formar parte de la agenda política y están ausentes?

–Por ejemplo, las discusiones que se dan sobre los niños en el nivel mundial apuntan a los derechos mediáticos como derechos de cuarta generación. Es decir que no se trata sólo de los niños en situación de pobreza, sino de la infancia como sujeto, donde las interpelaciones más importantes están viniendo del mercado. Hay quienes hipotetizan que hay una pos-infancia, otros plantean –como en Estados Unidos– que la hamburguesa McDonald’s es un componente de la subjetividad infantil. No es una demanda de hamburguesa, sino que constituye un mercado de los deseos. Más allá de que uno pueda coincidir o no, lo que se está planteando es que el tiempo de ser niño está siendo interpelado por cambios muy potentes. Hay temas que exceden lo vinculado a la desigualdad.

–¿Qué iniciativas se propuso tomar cuando fue directora del Nivel Inicial en la provincia de Buenos Aires, durante la gestión de Adriana Puiggrós, en 2007?

–Lo primero que nos propusimos fue tener presencia en los jardines de infantes y generar un movimiento para garantizar mayores niveles de igualdad desde el reconocimiento de la tarea de los maestros. Nos ocupamos de llegar a las islas, de escuchar, de estar allí. Lamentablemente, este movimiento se cortó. Un desafío enorme. Para mí fue una novedad que un nene de dos años, en el Tigre, se suba todos los días a una lancha y viaje con salvavidas una hora y media hasta un jardín y que no haya preceptor de lancha. O nenes que caminan varios kilómetros, en el interior de la provincia de Buenos Aires, para llegar a su jardín de infantes. Nuestro objetivo fue estar presentes. Recorrimos más de la mitad de la provincia con la intención de generar un movimiento de reconocimiento de saberes, experiencias, de la voluntad y el esfuerzo de las maestras jardineras de la provincia. Yo estaba tan atenta al dolor de cintura de las maestras que viajan en las lanchas como a intentar pensar en experiencias de maestras que atendían problemas dobles. En el partido de Tres de Febrero, hay una experiencia de radio con la escuela media en Fuerte Apache. La experiencia nos habilitó a pensar y crear una escuela infantil para los hijos de los papás y mamás adolescentes de esa escuela media, y que éstos puedan tener garantizada la obligatoriedad de su enseñanza.

–¿Desde su trayectoria en la educación, podría sintetizar cuál fue el objetivo que tenía cuando ingresó a la gestión?

–Nuestro objetivo fue movilizar, movilizar y movilizar, conocer las experiencias que se hacen a puro pulmón, ver las plazas construidas con mucho esfuerzo. Instalamos por primera vez en la Argentina un proyecto que se llamó “Cine más chicos”. Fue una experiencia inédita que se hizo, a modo exploratorio, en cinco jardines. La propuesta fue que los chicos se acercaran al lenguaje cinematográfico y experimentaran lo que fue el cine primitivo: la oscuridad, lo lúdico, lo físico. Una experiencia que después se cortó. Pero creo que fue una de las satisfacciones más grandes que tuvimos. En un barrio del conurbano, absolutamente estigmatizado por ser cocina del paco y donde la situación es muy traumática, esta experiencia hizo que los nenes sonorizaran a Chaplin en el jardín. Los sábados había cine dentro del jardín y los nenes arrastraban a los padres a ver películas con ellos. Creo que lo central allí fue traccionar en términos de igualdad.

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Imagen: Gustavo Mujica
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