Lunes, 10 de mayo de 2010 | Hoy
DIALOGOS › RAFAEL LAJMANOVICH, BIóLOGO DEL CONICET, ESPECIALISTA EN AGROQUíMICOS
El científico de la Universidad del Litoral se pregunta por los pocos estudios que se realizan sobre agroquímicos en comparación con la gran cantidad de ellos que se utilizan. “Los ejemplos que demuestran que los agroquímicos se utilizan en forma indebida son abrumadores –señala–, con mortalidad de fauna, casos de intoxicaciones humanas y demás.”
Por Darío Aranda
El nombre de Rafael Lajmanovich se vuelve recurrente para cualquiera que se introduce al mundo de los agroquímicos en Argentina. Investigador del Conicet, doctor en ciencias naturales y profesor titular de ecotoxicología en la Universidad Nacional del Litoral (UNL), de perfil muy bajo, y reacio a la prensa, la consulta al especialista fue recomendada por científicos de diversas universidades, organizaciones socioambientales e incluso por entidades que nuclean a productores de soja. Comenzó a investigar los efectos de los químicos agrarios hace trece años, cuando el monocultivo comenzaba a creer geométricamente y pocos hablaban del glifosato, el endosulfán y otros productos básicos de los agronegocios. El primer contacto de este redactor con Lajmanovich fue en abril de 2009, cuando el investigador del Conicet y director del Laboratorio de Embriología de la UBA, Andrés Carrasco, alertó sobre los efectos del glifosato. En ese momento Lajmanovich declinó la propuesta de una entrevista. Entendía que era un error reducir la denuncia a un solo producto (el glifosato) y afirmaba que el debate debía incluir a todos los sectores involucrados, “en especial a los pobladores locales, en muchos casos rehenes de un modelo productivo poco sustentable”. Luego de un año de gestiones, el investigador aceptó un reportaje. Alertó sobre las consecuencias del modelo agropecuario, confirmó los efectos nocivos en los anfibios, llamó la atención sobre la falta de estudios en humanos, echó sospechas por la falta de información en la sociedad, denunció la primacía de la rentabilidad por sobre el ambiente y la salud, y aportó una mirada crítica al accionar del mundo académico y científico.
–Luego de trece años de trabajo, ¿qué producen los agroquímicos?
–Los anfibios son extremadamente vulnerables a todo tipo de sustancias químicas, especialmente a los utilizados en el agro. Los anfibios necesitan para su supervivencia de pequeños cuerpos de agua, donde los agroquímicos pueden alcanzar niveles letales. En la última década los ambientes naturales se alteraron, las relaciones que había en especies de fauna comenzaron a cambiar, algunas desaparecieron, otras que no estaban en gran cantidad comenzaron a ser especies dominantes, se perdió la relación en el funcionamiento del ecosistema.
–También confirmó casos de malformaciones.
–Así es. En el caso de anfibios es un fenómeno que está siendo reportado en distintas partes del mundo y se ha comprobado su relación con los agro-ecosistemas, fundamentalmente con el uso de algunos químicos. Nuestro grupo de trabajo ha podido observar a lo largo de años un notable incremento en la frecuencia y en los casos de malformaciones, siempre en relación con las áreas cultivadas.
–¿Cómo se debe interpretar el incremento en los casos de malformación justo en áreas donde está presente el cultivo industrial?
–Se interpreta como un indicador importante del grado de afectación de las actividades antrópicas (humanas) sobre las poblaciones de anfibios. Los resultados expuestos marcan una clara tendencia que relaciona sitios con intenso uso de agroquímicos y hábitat alterados con la mayor proporción en los tipos y casos de malformaciones.
–¿Cuál es el impacto de los agroquímicos en el medioambiente y en especial en los animales?
–Es muy difícil determinar exactamente cuál es el verdadero impacto, tampoco conviene separar ambiente por un lado, animales por otro y el hombre aparte. Los impactos suelen ser integrales y en muchos casos las derivaciones de éstos suelen verse después de varias generaciones, acuérdese de lo que paso con el DDT (insecticida utilizado desde la década del 30).
–¿Qué pasó con el DDT?
–El DDT en algún momento fue una solución para problemas con los mosquitos y la malaria. Se empezó a usar de forma masiva y luego se comenzó a ver que ocasionaba problemas reproductivos, había residuos hasta en casquetes polares, llegaba a estar en la leche de los seres humanos. Causó múltiples inconvenientes. Lo que primeramente era una solución para la humanidad luego se tornó un problema que llevó a que se prohíba. Sin embargo sus residuos siguen estando presentes en los ecosistemas de todo el mundo.
–¿Puede suceder lo mismo con las actuales agroquímicas?
–Muchas veces los químicos que estamos usando parecen ambientalmente amigables, según las pruebas o las certificaciones que tenemos en este momento, pero hay muchos ejemplos como para pensar que hay muchas cosas que están sucediendo en este momento a nivel molecular, poblacional, y podremos ver sus consecuencias dentro de cuatro o cinco generaciones.
–¿Cómo es el efecto de los agroquímicos en el agua?
–En el agua se potencian los efectos. Gran parte de los agroquímicos fueron diseñados para el medio terrestre y cuando entran en contacto con el agua potencian su toxicidad miles o cientos de miles de veces.
–¿Su experiencia afirma que se puede controlar que los agroquímicos no lleguen al agua?
–Es muy difícil que no lleguen al agua, quizás imposible. La masividad que hay de su uso hace que la posibilidad de que llegue a ambientes acuáticos sea bastante alta.
–¿Por dónde pasaría la solución?
–Los ejemplos que demuestran que los agroquímicos se utilizan en forma indebida son abrumadores, con mortalidad de fauna, casos de intoxicaciones humanas y demás. El tema podría pasar por su manejo responsable.
–El “manejo responsable” es lo mismo que sostienen las empresas y es lo mismo que se decía del endosulfán o el DDT, hasta que se reconoció su efecto letal. Decir que se trata sólo de mal uso puede ser una forma empresarial de desligar responsabilidades.
–Estoy de acuerdo. El manejo responsable es una parte importante, a corto plazo. A un mediano y largo plazo habría que buscar otras soluciones al uso de tantos agroquímicos. Hay demasiados productos químicos en el ambiente y tendría que tratar de reducirse o reemplazarse por otras alternativas. Volviendo al caso de los anfibios, la mayoría de los productos utilizados en forma masiva, por ejemplo la cipermetrina, glifosato, endosulfán, está claro que no deben ser esparcidos cerca de un cuerpo de agua. Son todas sustancias que son sumamente peligrosas y que se tiene que hacer un uso muy responsable de eso.
–Usted hace eje en el uso responsable y el control. Si se toma sólo la soja, ¿cómo se controlan 19 de millones de hectáreas?
–Es imposible de controlar.
–Dejando de lado una cuestión conservacionista, ¿por qué es importante estudiar y entender lo que sucede con la fauna y los agroquímicos?
–Lo que les suceda a los anfibios de alguna manera les puede suceder a los humanos. Por otro lado los anfibios están considerados excelentes controladores biológicos de artrópodos (principalmente insectos) que en muchos casos pueden ser perjudiciales. También sirven de alimento a otras especies de vertebrados y las pieles de anfibios han sido consideradas como fuentes naturales de numerosos compuestos bioactivos con propiedades medicinales.
–Para no caer en la disyuntiva “agroquímico sí” o “agroquímico no”, ¿cómo se debiera abordar integralmente el aspecto ambiental y sanitario de lo que implica el uso masivo de agroquímicos?
–Para empezar habría que tener mucho más manejo de la información, y bajar esa información a la sociedad. Así el ciudadano de a pie estará consciente de la cantidad de químicos que hay en los campos y en los alimentos. Eso podría provocar cierta presión social sobre el uso masivo de agroquímicos. Tendría que haber legislación más dura, y que se cumpla, y que los productos OGM estén catalogados en sus envases, como en Europa.
–La información que usted pide que la sociedad debe tener, ¿es información que no existe, y por eso no se difunde, o es información que está retenida en algún lugar?
(Sonríe) –Supongo que esa información debiera estar en algún lugar. Por ejemplo estadísticas reales de uso de agroquímicos, ya que no está declarado todo lo que se usa. No hay base de datos accesibles sobre el tema, y debieran existir.
–¿Por qué cree que no está disponible?
–No se difunde información sobre agroquímicos para no asustar a la gente. Hay que tener presente que, aun cuando se realice un buen manejo, pueden producir efectos nocivos y no tenemos que olvidar que los agroquímicos, en especial los plaguicidas, son sustancias químicas diseñadas para matar, lamentablemente no muy selectivas, que no distinguen grupos biológicos. En otro orden, pero vinculado con la misma lógica, como sucede con el tema de los combustibles fósiles, si bien existen alternativas a su uso, no se ve que en un plazo mediano esto ocurra, lo mismo pasa con los agroquímicos más peligrosos, ya que existen intereses económicos que sobrepasan todo razonamiento.
–¿Qué intereses?
–Las empresas que producen los agroquímicos, que venden la semilla, y logran un círculo vicioso que lo que más le interesa obviamente es seguir vendiendo. Es un claro interés económico que se impone sobre el cuidado del ambiente, de la fauna, de las generaciones futuras. El modelo actual está basado en esta utilización de agroquímicos para grandes cosechas. Es descabellado pensar que se puede parar de golpe, por más que creo que se debiera hacer. Pero se puede alertar y tratar de que este modelo productivo no nos trague, como nos está tragando.
–Usted habla de la importancia de la información. Es de público conocimiento que muchos agroquímicos se aprueban en Argentina en base a información aportada por las empresas, sin realizar estudios desde el Estado o ámbitos independientes. Por ejemplo en el caso de la soja y el glifosato nunca se hizo público el expediente de aprobación. ¿Qué opina?
(Sonríe largamente) –Hay mucha información que debe ser pública, sin dudas. Así como a los científicos de las universidades nos obligan a publicar nuestros investigaciones y nuestros trabajos pasan por un comité de ética, en el caso de las empresas debiera ser igual. A nosotros nos controlan muy de cerca por los microlitros de agroquímicos que utilizamos en investigación, y está muy bien que así sea, pero otros usan cientos de millones de litros de agroquímicos y nadie los controla.
–Su trabajo se centra en agroquímicos en anfibios, pero al mismo tiempo afirma que ambiente, animales y humanos no se pueden separar, que los impactos son integrales. ¿Cuáles podrían ser esos impactos en humanos?
–Hay que aclarar que a nivel humano los efectos suelen ser distintos por el nivel de exposición, ya que la fauna silvestre convive dentro de ese sistema con químicos. Aclarado eso, muchos productos agroquímicos tienen un modo de acción similar a nivel bioquímico tanto en anfibios como en humanos. Entonces el efecto podría llegar a ser el mismo. En conclusión, los anfibios se exponen antes que los humanos, sirven de alerta para los efectos que pudieran ocurrir con humanos. Por algo los anfibios son reconocidos mundialmente como “los canarios de la mina”, son considerados indicadores ambientales altamente sensibles para prevenir efectos en poblaciones humanas.
–¿Qué debiera hacerse para determinar cómo afecta a humanos?
–Debiera haber supervisión médica, profesionales de la medicina estudiando el tema. Y se podría llegar a tener avances importantes.
–¿Conoce trabajos sobre el impacto en humanos?
–Muy poco. En Argentina no hay.
–¿Por qué no hay?
–Requiere mucho tiempo, trabajo, esfuerzo y recursos. En Argentina se estudia más la fauna silvestre que a los humanos.
–Es extraño que un país con la mitad de su superficie cultivable sembrada con soja no haya estudios sobre el impacto en humanos.
–Prefiero no responder.
–La relación en cuanto a cantidad usada de agroquímicos y cantidad de estudios es muy desproporcionada. ¿Por qué no hay más estudios sobre los impactos en ambiente y salud?
–No sé por qué no hay más estudios, pero sin duda hay una desproporción grande entre cantidad de agroquímicos e investigación sobre sus consecuencias. No son temas prioritarios, de agenda científica, quizá porque están más preocupados en la mayor producción, se piensa más en producir que en conservar recursos naturales. Es claro que siempre la ciencia legitima los modelos productivos, con estudios o con el silencio. En el caso del modelo agropecuario hay mucho silencio.
–La Justicia de Santa Fe emitió un fallo contra el uso de glifosato. Entre otras cuestiones no pide a los afectados que demuestren cómo los afecta, sino que exige a la provincia de Santa Fe que demuestre que no los afecta. Y da intervención a la UNL. ¿Qué debiera hacerse para estudiar seriamente eso?
(Se muestra sorprendido) –No estoy al tanto de esa intervención de la UNL. No me han avisado.
–Usted es una de las personas más calificadas ¿y no lo han consultado aún?
–No.
–Es extraño.</p>
–Puede ser.
–¿Desde la UNL se pueden realizar estudios sobre efectos del glifosato en humanos?
–Cualquier universidad nacional tiene el potencial humano para avanzar con esos estudios, que diluciden el costo social y sanitario del modelo productivo actual. El potencial humano le aseguro que está. Luego están los intereses que pueda tener cada institución. Las universidades tienen un compromiso con la sociedad y debieran ponerse al frente de todo este tipo de estudios.
–En el tema agroquímicos es recurrente el uso de un argumento: “No hay pruebas científicas de que hacen mal. Se puede usar”. ¿Está de acuerdo?
–Para nada. Habría que razonar de manera inversa y creo que hay que aplicar el principio precautorio. Más que probar que produce efecto nocivo, hay que probar que no produce efecto nocivo. Sobre todo con sustancias que están pensadas para matar, como los agroquímicos.
–Antes se decía que algunos químicos no eran perjudiciales. Luego se comprobó que sí. Sucedió con DDT, clordano, dieldrin, endrin, endosulfán. ¿Es descabellado pensar que podría pasar lo mismo con el glifosato?
–No es descabellado para nada. La ciencia lo puede demostrar dentro de unos años. Lo mismo sucede con los Organismos Modificados Genéticamente (OGM, transgénicos).
–El año pasado hubo una fuerte polémica con el tema del glifosato. ¿Qué opinión le mereció esa puesta en agenda del debate?
–La puesta en debate me pareció muy buena, siempre abordar críticamente un tema tabú es bueno. Que la sociedad tenga acceso a información es bueno. Y me pareció muy valiente la acción de Andrés Carrasco (investigador que dio la alerta sobre los efectos del glifosato y luego enfrentó una campaña de desprestigio).
–La Presidenta creó una comisión investigadora sobre el glifosato, y ese espacio luego elaboró un informe sobre el tema. ¿Qué le pareció?
–Tuve oportunidad de leer el informe. Ante todo, me llamó la atención que nunca fuera presentado públicamente ni esté en el sitio del Conicet, donde se difunden todos los trabajos donde interviene la institución. El informe es una recopilación de información y es cierto que había muchos estudios que fueron financiados por Monsanto, por lo cual no son trabajos independientes. Como todo trabajo que se precie de “científico”, tenía que haber sido sometido a arbitraje, como cualquier documento científico, y no se siguió ese regla básica.
–¿Por qué cree que no fue presentado oficialmente?
–Quizá porque se expone a muchísimas críticas.
–El habitante del campo o zonas periurbanas hace tiempo que alerta que ya no hay tal o cual animal del monte. También suelen denunciar efectos nocivos luego de fumigaciones y casi siempre esos dichos son subestimados. ¿Tienen asidero científico sus denuncias?
–Sin duda. Muchas veces lo observacional de la gente local es clave. Y es un grave error subestimar las alertas que dan los lugareños, ellos son rehenes de un modelo productivo poco sustentable y debieran ser el primer llamado de atención para productores, políticos y científicos.
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