Lunes, 10 de junio de 2013 | Hoy
DIALOGOS › HORACIO FERRER, EL CUMPLEAñOS DEL MAYOR POETA VIVO DEL TANGO
Ferrer será homenajeado mañana con un gran festival tanguero en el Teatro Maipo. “Ser tanguero es una forma de transitar por la existencia, aun sin tocar un instrumento, sin cantar ni bailar”, afirma el poeta que acaba de cumplir 80 años.
Por Carlos Zito
Este martes 11 de junio, Horacio Ferrer, el mayor poeta vivo del tango, y presidente de la Academia Nacional del Tango, será objeto de un gran homenaje en el Teatro Maipo, donde las grandes figuras del género vendrán a saludarlo por los 80 años que acaba de cumplir. Allí, sus muchos amigos podrán verlo totalmente repuesto del grave problema de salud que tuvo hace unos meses. Estarán presentes numerosos artistas que participaron en grabaciones de sus obras, entre ellos Amelita Baltar, Susana Rinaldi, Leopoldo Federico, Walter Ríos, Pablo Agri, Karina Beorlegui, César Salgán, Jairo, María Graña, Raúl Lavié, Raúl Garello, Patricia Barone y Esteban Morgado. El autor de la célebre “Balada para un loco” es además un erudito del tango y pocos como él pueden hablar con tanta propiedad y conocimiento directo sobre la música de Buenos Aires, cuya difusión en todo el mundo es hoy en día aun mayor que cuando conquistó Europa, a principios del siglo pasado.
Para comenzar, hay que explicar cómo se llega a Horacio Ferrer. Ocurre que el poeta, como no podía ser de otra forma, vive en una buhardilla, pero situada en un lugar muy particular: el último piso del hotel más lujoso de Sudamérica, el Alvear Palace, en plena Recoleta. Así resulta ser –literalmente– su “bulín de la calle Ayacucho” y su “nido de gorrión”, desde donde mira a Buenos Aires, y que comparte con su musa inspiradora, su compañera desde hace más de treinta años, la pintora Lulú Michelli. Con un café de por medio, la entrevista comenzó con una pregunta tan sencilla como imposible de responder.
–Horacio, ¿qué es el tango?
–Es un conjunto de artes y una manera de ser, de vivir. Ser tanguero es una forma de transitar por la existencia, aun sin tocar un instrumento, sin cantar ni bailar. Es una forma de vivir, que mezcla bohemia, trabajo, ilusiones y formas de amar, y que tiene un lugar importante para la amistad.
–¿Y como género musical?
–El tango es más que una música, es un arte dentro del arte musical. No se puede componer un tango sin haber vivido ese tipo de existencia, que se hereda de maestros de hace varias generaciones. Yo me crié con Julio De Caro, con Pichuco, con Piazzolla, centralmente, pero además fui muy amigo de Homero Expósito. Con mis amigos, que tanto son arquitectos como vagos soñadores, convivimos en el tango con toda felicidad: nos gusta escuchar esa música. He pasado noches enteras con amigos escuchando tangos y desentrañando las estéticas.
–¿Y si tuviera que escribir una definición para un diccionario?
–El tango no se puede definir. No responde a una estructura genética predeterminada, va cambiando con el fraseo, con los que cantan, va cambiando con los que bailan... Hay algo que es muy importante: el tango es serio, aunque sean jocosas algunas letras. El tango es serio, tiene mucha humanidad, tiene mucho ser, mucho ser humano dentro, de todas las especies, épocas, pintas, alcurnias; es atorrante y ducal.
–El tango del principio no se parecía al que luego trajo De Caro en los años 1920; y éste tampoco se parecía al de Troilo en los ’40. Después vino Piazzolla y cambió todo. ¿Por qué, sin embargo, no hay dudas de que todo eso es tango? ¿Qué es lo que hace que sintamos que “hay tango” en cosas tan distintas?
–Es la esencia existencial del tango, musicalmente por supuesto, la más consolidada en las artes. Se pueden recitar las letras, pero la música es una especie de aroma que nos envuelve, que reconocemos como una señal diferente dentro del mundo de la música. ¡El tango canta, aunque no tenga letras! (canturrea “La Cachila”). Eso lo envuelve a uno y le duplica lo existencial.
–¿Cómo le explicaría a un músico de Yemen o del Congo qué es un tango?
–Ya hay una transmisión de generación en generación, y en todos lados saben qué es el tango. He recorrido el mundo con Gidon Kremer, que no es un músico de tango, pero sí un genio del violín. Me llevó a recitar “María de Buenos Aires” por decenas de países. Las giras duraron diez años, de 1997 a 2007. Fue impresionante. En todos lados, la gente conocía los tangos, los distintos estilos. Es una música de una universalidad fenomenal.
–Hay quienes sostienen que se trata del fenómeno cultural, no sólo musical, más importante que dio América latina en el siglo XX. Por su riqueza, que se ramifica en danza, poesía, moda, lenguaje, literatura, estéticas plásticas, etc., por su universalidad y su persistencia.
–Sin ninguna duda. No hay nada comparable. El tango no necesita a nadie que lo defienda. Se ha defendido solo, con su renovación, su capacidad de cautivar y sus cuatro artes: la música, la danza, el canto y la poesía. El tango tiene una personalidad tan grande que, como decía Pugliese, ¡hasta los tangos feos son lindos! “Fumando espero”, por ejemplo, es feísimo. “Fu-man-do-es-pe-ro-a-la-mu-jer-que-quie-ro...” Le falta gracia, tiene algo de cuplé, pero aun así tiene algo. Y si lo escuchamos por Di Sarli, ya es otra cosa.
–Hablando de Di Sarli: después de muchos años parece que se terminó la estúpida superstición de que traía mala suerte...
–¡Por favor, eso fue pura envidia! Después la ligó el pobre José Libertella, el gran bandoneonista creador del Sexteto Mayor. La yeta que le adjudicaban a Di Sarli se la habían trasladado a él. Es obra de envidiosos.
–Ahora, al revés, a otro gran director, Osvaldo Pugliese, se le atribuye ser un agente de la buena suerte. ¡Hasta existen estampitas del maestro con una aureola!
–Pugliese es muy querido, y se lo merece. Hay una cosa que siempre digo, y en la que fui escuchado: la trayectoria completa de la orquesta de Pugliese, con cuarenta años de evolucionar y de tocar, es mucho más importante para la música del siglo XX que lo que dejaron Los Beatles, que hicieron siempre lo mismo. Lo que pasa es que ellos tenían para su difusión la empresa Inglaterra, y nosotros la empresa Argentina. Es la verdad y nadie, pero nadie, me lo discute. El trabajo musical de la orquesta de Pugliese fue sencillamente extraordinario. Vos tomás “El rodeo” y tomás “Yunta de oro”, dos extremos, y ves que está la orquesta y está el estilo. Pero cómo evolucionó, cómo se enriqueció la orquesta: es una sinfonía maravillosa. Estaba como primer bandoneón el Tano (Osvaldo) Ruggiero, al que una vez, en París, le dije que era “el Pichuco” de la orquesta de Pugliese. ¡Quedó encantado con esa comparación! Y tuvo violinistas como Enrique Camerano y luego Oscar Herrero (Ferrer tararea el solo de violín del tango “Chiqué”, y agrega). Camerano tenía esa cosa agitanada, que después imitó un poco Herrero.
–Uno de los secretos del tango parece estar en su variedad de estilos.
–El tema de los estilos es el más importante en el tango, musicalmente hablando. La creación estilística en el tango es impresionante. Los estilos tienen una personalidad y una grandeza aristocrática. Fresedo, Di Sarli, D’Arienzo, Canaro, que con cuatro notas hacía su estilo inconfundible. Hay, por un lado, estilos de solistas, maneras –por ejemplo– de tocar el piano, que a veces se trasfunde a la orquesta, y por otro lado hay estilos orquestales. La orquesta de Di Sarli, a pesar de que algunos digan que no estaba escrita, sí lo estaba, aunque con muy poca cosa, con mucha sencillez, pero con una gran expresión que venía del piano del director. Toda la orquesta tocaba para el piano. Yo fui muy amigo de Félix Verdi, que era el primer bandoneón de Di Sarli, y me decía: “Siempre estaba buscando esos bordoneos, esas improvisaciones, y cuando se daba cuenta de que lo estábamos mirando, ¡tocaba en cuatro para disimular!”.
–Parece que nunca dejó que lo filmaran mientras tocaba el piano.
–Sí, es cierto. Yo no lo conocí personalmente. Fue al único que no llegué a conocer, porque no se dio la ocasión. Sé que era un tipo muy chinchudo y se había enemistado con varios de sus músicos, que al final se separaron y formaron la orquesta Los Señores del Tango. Otros, en cambio, como Tierrita Guisado (primer violín) y Félix Verdi, lo adoraban. En todo caso, la de Di Sarli fue una orquesta que influyó hasta en Pugliese. Este me dijo un día algo que yo transcribí en mi libro, y que lo tengo grabado: “Mi orquesta, mi forma de tocar proviene melódicamente de Julio De Caro y rítmicamente de Carlos Di Sarli”. Y como sabemos, él había formado su estilo a partir de Fresedo, al que admiraba enormemente y tenía como maestro, al punto que le dedicó uno de sus tangos más bellos, “Milonguero viejo”. Por otra parte, como se nota con “Bahía Blanca” o “A la gran muñeca”, Di Sarli hizo moldes estilísticos que son imbatibles. Como Troilo con “Quejas de bandoneón”: se puede decir que ese tango es de Juan de Dios Filiberto tanto como de Troilo.
–¿Qué es lo que escucha de tango?
–Todo. Muy variado. Pero sobre todo la orquesta de Troilo, que tuvo una trayectoria impresionante, y también Troilo con la guitarra de Roberto Grela, que es “encaje de bolillos”, como dicen en España. Para mí, el Gordo fue el más grande director. El segundo fue Osvaldo Fresedo, por la calidad en la expresión de lo que está escrito. Fresedo tenía esa dinámica maravillosa del disminuendo y del crescendo. Troilo es el gran escultor de los sonidos. Empieza con un pianissimo, la música viene del horizonte y después se acerca y se pone en primer plano...
–Pero era también una orquesta compadrita, sobre todo en la época de Fiorentino.
–¡Claro! Troilo y Fiore. Ellos mismos eran compadritos. Y lo era también la orquesta, efectivamente, porque el tango es compadrito. La esencia humana del tango es compadrita, como se ve en esa célebre foto de Pugliese apoyado en un portal de Villa Crespo: es un verdadero compadrito. Yo le dije un día a Osvaldo: “Usted es un compadrito”. Y me dijo muy decidido: “Sí” (carcajadas). El tango desde un principio tiene esa esencia. Es el espíritu del compadrito, que va a matar o a morir; es el hombre de la llanura metido en la ciudad, y que está siempre alerta, como atravesado permanentemente por una corriente eléctrica. El compadrito no habla; habla con el cuerpo. Y el andar y el moverse del compadrito inspiró muchos pasos de baile, por ejemplo, el hecho de que el hombre dirige a la mujer y que baila siempre avanzando, mirando en torno suyo, vigilando.
–¿Cuál es el tango que le pone la piel de gallina?
–¡Tantos, tantos, tan hermosos! Recuerdo cuando nos reuníamos con mis amigos en Montevideo a tomar whisky y a escuchar tangos, a comentarlos... Apagábamos la luz para escuchar mejor, y me veo oyendo “La mariposa” por Pugliese, impresionante, o “Nueve puntos” por Di Sarli, que es una sinfonía en una píldora... Y decíamos: “¡Póngalo otra vez, póngalo otra vez!”.
–¿Tiene un tango preferido?
–No, no tengo un tango preferido*, porque son tantos tan hermosos. Tengo varios tangos que suelo ir silbando por la calle; lo que pasa es que el tango es tan variado, que es difícil elegir entre “Responso” y “Flores negras”, los poemas de Manzi, como “Sur”, o de Cátulo Castillo, como “La última curda”, y todo lo que escribió Alfredo Le Pera para Gardel es algo fantástico. Yo tuve la suerte de ser amigo de casi todos, de Cadícamo, de Homero Expósito, de Pichuco, que era un poeta que en lugar de palabras usaba notas. Yo era un muchacho de 15 años y él me ponía una silla en medio de la orquesta para que disfrutara más... Pichuco estaba muy contento de que a mí me fuera bien trabajando con Piazzolla, aunque él me había preparado para que escribiera para él. Pero yo me di cuenta de que él ya no estaba para componer. Y debuté con Piazzolla con María de Buenos Aires, una obra de dos horas. No era algo que hubiera podido hacer con Troilo, que ya estaba medio retirado. Con Piazzolla yo le agregué mi empuje al empuje que tenía él... ¡Es la pieza argentina más representada en los teatros del mundo!
–¿Y si tuviéramos que salvar de un cataclismo uno o varios tangos?
–Yo no pensaría en tangos sino en autores... Cobián, por ejemplo. Ayer estábamos cantando “Almita herida”... ¡qué maravilla! “Mi refugio”, “Los mareados”... y Bardi, y Pugliese, que hizo joyas menos conocidas que hay que escuchar, como “Una vez”. Y Piazzolla, y Pichuco... “Pa’ que bailen los muchachos” (tararea los primeros compases).
–Esa es una compadrada...
–¡Siiiiiiiiiiií! Ahí la música te dice: “Te voy a decir algo, pero te lo digo despacito... ¡y no te lo digo del todo!”. Ja, ja, ja...
–¿Cómo ve el panorama del tango joven?
–Maravilloso, hay mujeres y hombres, cantores, muy buenos bailarines y excelentes músicos, tenemos 40 bandoneonistas jóvenes que la rompen.
–¿El ritmo es el secreto de tango?
–¿De qué ritmo hablamos, del de D’Arienzo, del de Canaro, del de Pugliese? Es cierto que algunos grupos a veces se escapan de lo que el público entiende como tango. También ocurrió eso con De Caro. Fijate: una vez fui a un espectáculo donde se presentaban 40 guitarristas que tocaban todos los géneros, y le pregunté a uno: “¿Y con el tango cómo andan?”. Y me respondió: “Hasta De Caro me estiro”. ¿Te das cuenta? (Ríe ruidosamente.)
–Recién mencionaba a Gardel. Si yo pronuncio ese nombre, ¿qué le evoca?
–¡Dios! (Exclama casi sin dejarme terminar la frase.)
–Caramba, de movida sacó el as de espada... A ver qué le queda para la segunda. ¿Pichuco?
–¡El suplente de Dios! (Explota en carcajadas.)
–¿Pugliese?
–El Stravinsky del tango.
–¿Salgán?
–Un distinto a todos.
–¿Di Sarli?
–El milonguerismo hecho materia.
–¿Piazzolla?
–Un hermano, genial.
* Pero, lector, podemos intuir cuáles le gustan, viendo la lista de los que menciona en el tema que escribió con el título de Viva el Tango: “Sur” (Troilo-Manzi), “Qué noche” (Bardi), “Percal” (D. Federico-H. Expósito), “La Yumba” (O. Pugliese), “Silbando” (S. Piana-Cátulo Castillo), “Adiós Nonino” (A. Piazzolla), “El choclo” (Villoldo-Discépolo), “Divina” (J. Mora-Juan de la Calle), “El Marne” (E. Arolas), “Uno” (M. Mores-E. Discépolo), “El andariego” (A. Gobbi), “Milonguita” (S. Linning-E. Delfino), “Vida mía” (O. y E. Fresedo), “A fuego lento” (Salgán), “El motivo” (Cobián-Contursi), “Bahía Blanca” (C. Di Sarli), “La bordona” (E. Balcarce), “Flores negras” (F. De Caro-Gomila), “Che papusa oí” (Matos Rodríguez-Cadícamo), “La Tablada” (F. Canaro), “Mala junta” (J. De Caro-P. Laurenz), “Suerte loca” (Aieta-García Jiménez), “La mariposa” (P. Maffia–Cele), “Volver” (Gardel-Le Pera).
Aunque esta lista quizá no sea exactamente la de sus tangos preferidos sino una selección ecuménica que abarque todas las épocas.
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