DISCOS
El viejo truco de vender música con chicas lindas
Hilary Hahn y Hélène Grimaud fueron contratadas por Deutsche Grammophon. Una estrategia contra la retracción del CD clásico.
Por Diego Fischerman
No es que una mujer intérprete de música clásica no pueda ser linda. Las ha habido hermosas en varias épocas, empezando por Clara Wieck. Tampoco parece haber nada extraordinario en que se aproveche su imagen para vender más (o para vender, a secas). Lo que llama la atención es que el señero sello Deutsche Grammophon haya abierto su libro de pases para incorporar, precisamente, a dos mujeres –una violinista y la otra pianista– tan célebres (o quizá más) por su belleza como por su talento musical. Ambas tienen, por ejemplo, sitios propios en Internet y páginas de fans. En todos los casos, a los clips de sonido, con intachables fragmentos de música de Brahms, Rachmaninov o Johann Sebastian Bach, se agregan galerías de fotos. Y las dos, la norteamericana Hilary Hahn y la francesa Hélène Grimaud, encaran verdaderos fenómenos mediáticos, dentro de los moderados límites que proporciona el mercado de la música clásica.
La movida de Deutsche Grammophon debe haber dejado bastante tambaleantes a los sellos discográficos en los que las jóvenes grababan hasta ahora. Sony –en el caso de Hahn– y Warner –en el de Grimaud– apostaban muy fuerte en ese sentido y, a pesar de la retracción general en cuanto a ediciones, daban a ambas tratamientos preferenciales. Es posible que el amarillo que identifica a la primera marca que grabó obras clásicas en forma completa y que, casi sin competencia, edificó el canon durante toda la segunda mitad del siglo XX, sea un señuelo irresistible. Al fin y al cabo se trata de compartir catálogo con Herbert von Karajan, Martha Argerich, Claudio Abbado, Maurizio Pollini o John Eliot Gardiner. Pero también es posible que, frente al descuido progresivo que los catálogos especiales empiezan a sufrir en algunos sellos, las dos damas hayan decidido mudarse a una empresa más identificada con el repertorio que interpretan. Lo que no resulta demasiado creíble es que ese deseo de mudanza haya acometido a las dos al mismo tiempo. Más bien todo indica que se trata de una operación en la que Deutsche Grammophon salió a buscarlas especialmente a ellas y con toda la intención de robárselas a Sony y Warner, con el dinero que hiciera falta.
La estrategia, luego de haber probado bastante infructuosamente con dudosos cruces de géneros, como el de la flojísima Misa Tango del argentino Luis Bacalov –mala no por ser una misa ni por recurrir al tango sino, simplemente, por pueril y mal escrita–, es, ya desde hace unos años, recurrir sin vueltas al atractivo de los personajes por sobre el de la música. La pista la podría haber dado la versión que este mismo sello grabó hace unos años, con Anne Sophie Mutter haciendo Las cuatro estaciones de Vivaldi y posando, en cada una de las múltiples caras del estuche, como si se tratar de una modelo (eso sí, con el violín en la mano, que es un elemento sumamente decorativo). Y es que luego de la primavera de los primeros años del CD, cuando los melómanos se dedicaron en bloque a tratar de reproducir su vieja discoteca en el nuevo formato, las ventas han caído demasiado. Las obras exóticas, de autores recién descubiertos, se venden poco, por definición. ¿A cuántas personas en el mundo pueden interesarles las obras de Sir Hubert Parry o el argentino Alberto Williams? ¿Y cuántos melómanos pueden querer comprarse de nuevo una versión de la Tercera de Beethoven o de los Conciertos Brandeburgueses de Bach? No quedan, entonces, muchas otras alternativas que aplicar lo mejor de la parafernalia aprendida con el pop y dedicarse a fomentar el culto a la personalidad, un vicio que nunca fue ajeno a la música clásica.