ESPECTáCULOS › UN PASEO POR LOS SECRETOS DEL EXITO TELEVISIVO “REBELDE WAY”
El universo de la Elite Way School
El programa de Cris Morena incorpora desde el viernes un nuevo elemento a su aceitado mecanismo comercial: estrena versión teatral.
Por Verónica Abdala
Si hay algo que nadie podría cuestionarle a Cris Morena es que tiene claro cómo explotar al máximo una serie televisiva dedicada al público infanto-juvenil. Lo probó con sus productos para Telefé en los años del menemismo –”Jugate conmigo”, “Chiquititas”, “Verano del ‘98”– cuando el gerente de programación era su marido, Gustavo Yankelevich y lo confirma con “Rebelde Way” (el producto más exitosos del nuevo Canal 9, aunque heredado de Azul). El esquema de la idea es que el programa en sí, eso que el público tiene a mano casi gratis, opere como disparador de una batería de productos paralelos, un merchandasing que llega a ser central para el negocio. En este caso, el éxito al respecto es rotundo.
El ciclo, que tiene un promedio de 14 puntos de rating cada noche, atesora su propio CD (Señales, de Sony, que lleva vendidas 85 mil placas y lidera el ranking de ventas, superando a las Bandana, el producto del año pasado de Yankelevich), un video clip que pasan canales musicales como MTV (del tema “Sweet baby”), una revista paralela a la trama televisiva (Erreway) y como si todo esto fuera poco, la versión teatral que se estrena el sábado en el Gran Rex. El formato, además, ya fue vendido a distintos países de América latina, Rusia, Estados Unidos, España e Israel. Más sorprendentes que las dimensiones y ramificaciones del programa son algunas claves que cruzan las historias de esos chicos a los que a partir del viernes sus fans verán cantando y bailando en el teatro. Sobre todo, ciertos elementos estéticos e ideológicos que definen la naturaleza única del mundo de Cris.
El programa gira en torno de las desventuras amorosas de cuatro chicos (interpretados por los hoy casi famosos Camila Bordonaba, Felipe Colombo, Luisana Lopilato y Benjamín Rojas). Son los clásicos asuntos del rubro de los programas del corazón: quién sale con quién, quién dejó a tal por cual, a quién le gustaría salir con quién. Sólo que, como el esquema es el de un programa para adolescentes tempranos, entra en escena el sexo, en dosis suficientes como para tentar y después retener al público juvenil y en dosis sencillamente abundante para los usos y costumbres universales en el tema, como si el programa fuese ajeno a la realidad de que lo consumen miles de niños, también. Seguramente, la lógica es que la responsabilidad al respecto está en mano de los señores padres. Un poco de música pegadiza y olvidable y una que otra coreografía completan la oferta artística, como para que quede claro que en ese universo paralelo a la Argentina 2002 en el que se mueven estos chicos está todo súper bien.
Casi todos los personajes importantes pertenecen a una clase social privilegiada, y a la hora de moverse prescinden igualmente de las sutilezas. El personaje de Catherine Fulop (Sonia) se moviliza en una cuatro por cuatro, el padre de Marizza almuerza en un club náutico a orillas de río y se ausenta a causa de sus “viajes de negocios”, y los cuatro protagonistas asisten a la escuela llamada Elite Way School (!). Allí puede ocurrir, como se vio en los primeros envíos, que los chicos ricos discriminen desenfadadamente a los becados, a la gordita del grado, o al hijo de una mucama. O que una alumna de 15 años, se plante en medio de una fiesta de la escuela para concretar un strep tease notable. Más allá de que puedan recibir algún tipo de reprimenda en la lógica del programa esto aparece como algo “normal”.
Si hay algo que está claro, es que los personajes (Pablo Bustamante, Mía Colucci, Marizza Spirito y Manuel Aguirre) no son como cualquier hijo de vecino: que uno sea el hijo de un intendente, otra la de un empresario de la moda, el tercero, un mexicano becado en la escuela que llegó al país para vengar la muerte de su padre, y la cuarta la hija de una vedette, prueba que están bastante alejados del común de la gente, y por cierto, indirectamente relacionados con el dinero y el poder. Definitivamente, las historias de la gente de barrio no son las que a Cris Morena le interesa contar. Para eso está el mundo según Adrián Suar.
Si las ficciones de Suar, podría pensarse, se inscriben en la tradición de las comedias familiares que recuperan con cierta mirada romántica la cotidianidad de la familia de clase media argentina, las de Cris Morena muestran la otra cara de la moneda: el día a día de los alumnos de colegio privado desvelados por la ropa que visten, el estatus del club al que asisten y la onda de la música que escuchan. Muy de vez en cuando se llenen la boca hablando de cuestiones más esenciales, como si en la psiquis de su estratega sonase un despertador, subrayándole que la frivolidad ha pasado ya todos los límites lógicos.
Además, hay madres con extensiones (¿Morena hablando de sí misma?) que se disputan hombres con chicas a las que doblan en edad, padres más ocupados en hacer dinero que en la atención de sus hijos y, sobre todo, caras lindas a rolete: la fealdad es mala palabra en el planeta Erreway. O, en todo caso, podrá ser reivindicada, como tantos otros valores que llenan la boca de los personajes, desde las puras formas, desde un discurso que, por donde se lo mire, se revela como superficial.
A Cris, de todos modos, no le preocupan las críticas que puedan hacerle al respecto: se cansó de explicar en los reportajes que no trabaja para los críticos “sino para gente”, y que además no pretende “confundir aún más a los chicos que lo miran”, sino que lo que le preocupa es llegar a “entretener”. En su favor podría decirse que en muy contadas oportunidades educar a los jóvenes –o empaparlos de una mirada relativamente crítica respecto a ciertas cuestiones– estuvo entre las prioridades de la televisión. La televisión, y este programa lo subraya, es ante todo un negocio.