DISCOS › SE PUBLICA UN DISCO HISTORICO DE EDUARDO LAGOS
El sonido de la modernidad
El notable pianista y compositor reunió un equipo único, incluyendo a Piazzolla y a Hugo Díaz. El registro estuvo desaparecido 34 años.
Por Diego Fischerman
¿Un disco donde Piazzolla toca como invitado? ¿Donde en la armónica está un misterioso Hans Oreja, que no es otro que Hugo Díaz? ¿Una grabación en la que en la percusión está Domingo Cura y cantando aparece Carlos Franzetti? ¿Un registro que cuando fue editado pasó casi desapercibido y que estuvo fuera de catálogo treinta y cuatro años, hasta ahora, en que se publica en CD? Sí y, como en las propagandas, mucho más. Porque Así nos gusta, de Eduardo Lagos, es uno de los grandes discos secretos de uno de los grandes músicos argentinos y porque a la lista de intérpretes magníficos que tocan allí (en la que no puede dejar de mencionarse a Dante Amicarelli y a Oscar Cardozo Ocampo) hay que agregar que lo que tocan está entre lo más original e influyente producido en la Argentina en una época en que la modernidad, las mezclas y el riesgo estético estaban a la orden del día.
Lagos es un músico atípico. Considerado por muchos como el equivalente en el folklore de lo que Piazzolla fue en el tango (lo que es, desde ya, una simplificación), su discografía es escasa y, hasta esta fundamental reedición encarada por Trova, inexistente en el formato de disco compacto. En su estilo confluyen varias líneas estéticas en las que el jazz (y sobre todo el cool jazz) de la década de 1960, la bossa-nova, la amistad con el propio Piazzolla y toda la movida que había comenzado unos quince años atrás con la revalorización y el trabajo alrededor de formas y materiales provenientes del folklore rural, encarado por Yupanqui y Falú, entre otros, resultó fundamental.
Lagos incorporó al imaginario de eso que el mercado llamó fol-klore armonías que hasta ese momento le eran ajenas y, a la manera del Jobim de “Samba de una sola nota”, lo puso en escena, por ejemplo, en una chacarera llamada “La oncena” donde, precisamente, la melodía se desarrolla con las oncenas de los acordes que la acompañan (una nota disonante para la armonía tradicional y usada, convencionalmente, con al fin de agregar tensión antes de una resolución). Sin embargo, la audacia tenía una firme raigambre en el propio folklore. La oncena (la nota número once a partir de aquella que se toma como referencia, por ejemplo, para un do, un fa de la octava siguiente) es en realidad una cuarta compuesta y la armonía por cuartas es típica de cierta música del noroeste, por ejemplo la que se toca con tarkas. Incidentalmente, “La oncena” –que enrula el rulo de otro tema llamado “La séptima”– fue cantado por Mercedes Sosa en sus comienzos como solista.
Así nos gusta fue grabado en 1969. Más allá de los compartimientos estancos en que las corporaciones (del tango, del folklore, del rock) gustan dividir la cultura, resulta interesante pensar a este registro como contemporáneo de la “operita” María Buenos Aires de Piazzolla, de los comienzos de Manal y de un tema como “Avellaneda Blues” y del primer disco de Almendra. En todos esos proyectos (que coincidían, a la vez, con la ruptura de Miles Davis con el jazz y con su inmersión en el jazz-rock, con Abbey Road de los Beatles y con la aparición de un nuevo cancionista, que cantaba en español en la tradición poética de los chansoniers franceses y se llamaba Joan Manuel Serrat) había un concepto similar en cuanto a la idea de tomar herencias culturales determinadas y desarrollarlas hacia otros lugares.
La polémica que rodeó a Piazzolla podría haber sido la misma con respecto a Almendra si en la Argentina, en ese momento, hubiera habido un rock ya consolidado que pudiera haberse sentido traicionado por temas como “Plegaria para un niño dormido”, “Tema de Pototo” o “A estos hombres tristes”. En el mismo sentido, Eduardo Lagos discutía, con hechos, a los que pretendían confundir tradicionalismo con tradición y tradición con cultura. En el propio folleto se ocupaba de ponerlo en claro. “Sabemos que no estamos haciendo folklore, pues el folklore ya está hecho”, señalaba allí. “A lo sumo podremos hurgar en su esencia y en sus raíces rítmicas para proyectarlo hacia hoy –aclaraba–, de una manera más o menosartística, según nos salgan las cosas. Por eso, insisto, esto no es folklore, es proyección folklórica.” Más allá de las precisiones, queda ese “aire de zamba” llamado “Por vivir”, que cierra el disco y donde Piazzolla hace un solo extraordinario de bandoneón (en donde, por supuesto, se filtra el tango), la musicalidad del contrabajo de Alfredo Remus y la guitarra de Cardozo Ocampo en “La séptima”, la bellísima versión de “La vieja”, de Julián y Benicio Díaz y la exquisita “Zamba del que se queda”. Al fin y al cabo, así les gustaba a ellos y así les gustará, con seguridad, a los que quieran compartir esta música cada vez más viva.