DISCOS › “MAQUINA DE SANGRE”, LO NUEVO DE LOS PIOJOS
Los caminos de la madurez
La banda liderada por Andrés Ciro ratifica el giro rockero de los últimos años, con algunos momentos de gran intensidad. Muestra, además, un mejor sonido general y un mayor cuidado por la estética.
Por Fernando D´addario
El rocanrol nacional vive una especie de presente perpetuo, bien protegido por una fidelidad popular que minimiza las discusiones artísticas en favor de las garantías afectivas. Así, bandas como Los Piojos, La Renga, La Bersuit, etc., le deben buena parte de su masividad al “sentimiento rockero”, cuya naturaleza no se dirime en un estudio de grabación sino en el espíritu de una época. Esta época, por razones que exceden estas líneas, le pertenece a ese rocanrol, y no parece que haya disco, bueno, malo o regular, capaz de incidir en esa direccionalidad histórica.
Frente a ese piso de incondicionalidad a priori, las bandas eligen recorridos divergentes. La Renga radicalizó su aspereza y entregó hace un mes un CD sucio y desprolijo, como si quisiera dejar constancia de una militancia amateur incorruptible. Los Piojos, en cambio, apostaron a la estilización, en la medida de lo posible. Desde el cuidadísimo arte de su Máquina de sangre hasta el corte final de los trece temas que componen el disco, manifiestan una búsqueda de mayor calidad técnica. Los Piojos, después de años de canciones interesantes y sonido precario, suenan realmente bien. Esa evolución formal e interpretativa no invalida cierto amesetamiento creativo: Los Piojos respetan, como sello de fábrica, los lineamientos compositivos que acompañaron estos últimos años de felicidad y éxito masivo, y no es fácil superarse sin animarse a transgredir esos esquemas.
La partida de Daniel Buira, previa al CD Verde paisaje del infierno, redefinió el abanico rítmico-musical de la banda: desde entonces, Los Piojos neutralizaron su creciente tendencia murguera y apuntaron a solidificar un rock de guitarras. El baterista Sebastián Cardero y el percusionista Facundo Farías Gómez, más que “compensar” el sonido Buira, reforzaron la apuesta de consolidación rockera, defendida desde el crecimiento armónico de los violeros Piti Fernández y Tavo Kupinski.
El líder, cantante y letrista de la banda, Andrés Ciro, vuelve a exponer en Máquina de sangre su perfil de muchacho sensible. Con el tiempo, su mirada dejó de enfocar viñetas costumbristas del suburbio bonaerense, para encontrar su eje en preocupaciones más coyunturales. El disco incluye por ejemplo “Dientes de cordero”, una canción que Los Piojos ya venían tocando en vivo y que fue escrita con el 19 y 20 de diciembre de 2001 como telón de fondo. Y la bonita “Langostas” fue dedicada a “los chicos de Irak”, una causa a la que resulta difícil no plegarse. El paso de los años está felizmente delatado en la obvia “Canción de cuna”, que da cuenta del aumento cuantitativo de la familia piojosa.
Los seguidores de Los Piojos encontrarán aquí las razones de su fanatismo: un rock enérgico y ganchero en “Fantasma” (lo fantasmagórico sobrevuela en el imaginario de Ciro desde los tiempos de “Cruel”, con aquellos “fantasmas peleándole al viento”), el movilizador “Como Alí”, un ska con reminiscencias bersuiteras que amenaza con seguir la ruta de “El farolito”; una muy sugerente balada, “Amor de perros”, que tiene a Mimí Maura como invitada. Los más minuciosos descubrirán los arreglos para cuerdas del Pollo Raffo, o el aporte en teclados de Chucky De Ipola, un músico que toca con la Mississippi y tiene un proyecto paralelo jazzero-electrónico. Alguien dirá que el disco es desparejo, que muchas de las canciones no alcanzan el nivel de intensidad de las ya nombradas. Pero Máquina de sangre asume un profesionalismo y un cuidado estético que revelan, tal vez, la certeza de haber asumido el éxito con madurez.