DISCOS › OBRAS DE ASTOR PIAZZOLLA POR PRIMERA VEZ EN CD
En busca del sonido perdido
En 1982, con su flamante quinteto que incluía a Suárez Paz en violín, Piazzolla escribió la magnífica banda de sonido de A intrusa.
Por Diego Fischerman
“Haceme algo tipo Piazzolla.” La frase podría haber sido dicha a sus músicos por varios directores de cine argentinos entre la década del sesenta y la del noventa del siglo pasado. Es que Piazzolla, el auténtico, era caro para los patrones nacionales y resultaba más fácil imitarlo –todo un deporte en el ámbito del tango porteño–. Había hecho la banda de sonido para algunos films nacionales pero eran escasas (y, en general, para películas de segundo orden y, a veces, ni siquiera estrenadas). En el extranjero, en realidad, tampoco trabajaba para los mejores. De films como La muralla china o Lumière, más bien, lo único que ha quedado en el recuerdo es, precisamente, la música de Piazzolla.
Tal vez la excepción haya sido la que, por otra parte, es una de sus composiciones más inspiradas, Oblivion, escrita para Enrico IV (1985), basada en el drama de Luigi Pirandello, dirigida por Marco Bellocchio y protagonizada por Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale. Pero en ese panorama hay una joya oculta, inédita hasta el momento: la música que Piazzolla escribió para A intrusa, un film basado en el cuento de Borges y dirigido por Carlos Hugo Christensen en Brasil, en 1982. Ahora, junto a la banda de sonido de El infierno tan temido, dirigida por Raúl de la Torre en 1980 sobre el texto de Juan Carlos Onetti, acaba de ser publicada localmente en CD por el sello Trova. La edición, por su valor documental pero, sobre todo, por la imaginación, inspiración melódica y calidad de ejecución de esa música olvidada, bien puede ser considerada uno de los acontecimientos culturales del año que acaba de terminar.
En A intrusa, como casi no podría ser de otra manera, está especialmente presente el trabajo alrededor de células rítmicas y melódicas de la milonga, uno de los rasgos estilísticos más característicos de Piazzolla. Ese tema principal, presentado de muy diversas formas, alterna con una suerte de malambo y con algunos pasajes menos tonales (más climáticos, hubiera dicho Piazzolla). De la milonga básica (A intrusa) deriva otra (Eduardo y Juliana) y entre sus distintas encarnaciones, la inicial, donde Pablo Ziegler toca piano eléctrico y aparece un hermosísimo tema a cargo de Suárez Paz en el registro grave del violín (A intrusa, parte 1) y Eduardo y Juliana parte 3, con una sobregrabación de violín, a manera de una invención a dos voces bachiana sobre melodía de milonga, son de una belleza sobrecogedora. También el bandoneón y su contrapunto con la guitarra de Oscar López Ruiz, seguido por el lirismo del violín y el final, un conmovedor dúo de guitarra eléctrica y contrabajo tocado con arco, en Milonga 3, convierten a este conjunto de variaciones sobre un tema básico en una suerte de summa piazzolliana, mucho más allá de la mera competencia profesional que el compositor y bandoneonista solía poner en práctica cuando le pedían músicas para la escena.
El infierno tan temido es, en un sentido, un poco más convencional. Es decir, se parece más a mucho de lo de Piazzolla. Lo que no quiere decir demasiado si se tiene en cuenta que ese quinteto, con piloto automático, producía más música que la que otros lograrían en toda una vida. Aparecen los ritmos aditivos, los contrastes entre secciones rápidas y lentas, los contrapuntos cargados de swing y esa manera de tocar de Piazzolla, siempre escrita y siempre al borde de la improvisación, que, afortunadamente, ninguno de sus imitadores logró imitar hasta ahora. El problema mayor de esta banda de sonido no es ése, en todo caso, sino la brevedad de los fragmentos utilizados. Salvo Tanguería 1, un tema de tres minutos, y El infierno tan temido parte 1 (de dos minutos y cincuenta y siete segundos pero terminado intempestivamente con un fade out), el resto de las pistas oscila entre los 22 segundos y el minuto y medio. Si en la banda de sonido de A intrusa se trasciende ampliamente la funcionalidad original de la música (de hecho se trata de algunas de las composiciones más bellas deesa época creativa de Piazzolla), en El infierno tan temido la fragmentariedad obliga a la contextualización. Resulta muy difícil escuchar esos pequeños destellos como música en sí misma. En este caso se vuelve realidad, justamente, el infierno más temido para las músicas de películas (por lo menos para las editadas en disco): no lograr una existencia autónoma. En cualquier caso, los treinta y cinco minutos de A intrusa valen por todo el disco y sólo queda esperar que el operativo de rescate que Trova está encarando con las grabaciones de Piazzolla licenciadas por Aldo Pagani, originalmente publicadas por Carosello de Italia, llegue pronto a la excepcional banda de sonido de Enrico IV.