DISCOS
Un grandes éxitos para cerrar el círculo de los 90 en Estados Unidos
“Rotten apples”, el compilado de Smashing Pumpkins, propone una recorrida por los mejores momentos de un grupo que ya no es.
Por Esteban Pintos
La edición del previsible grandes éxitos de Smashing Pumpkins, coincidiendo con su disolución como banda en 2001, cierra el círculo de los noventa para el rock estadounidense, ahora que el poder ya fue tomado por nuevos nombres como The Strokes, White Stripes y Ryan Adams. Nirvana ya está en los libros y Pearl Jam parece confinado a ser la novedad de un cíclico y efímero retorno. Entonces, Smashing Pumpkins –en verdad Billy Corgan, compositor omnipotente, cantante y guitarrista– marcó la década pasada con sus canciones sobre conflictos existenciales y demás sufrimientos, envueltos en furibundos riffs de guitarras distorsionadas en un principio, revestidos por mellotrones, sintetizadores y arreglos de cuerdas más tarde. Una combinación que resultaba del ADN propio de un músico cuya adolescencia transcurrió en el 70’s show de Led Zeppelin, AC/CD, Boston y la Electric Light Orchestra.
Este disco, subtitulado Rotten apples (manzanas podridas), ofrece el amplio abanico estilístico que fue capaz de transmitir la banda –con el agregado de dos canciones más bien accesorias, a tal punto que una se llama simplemente “Untitled”– a lo largo de doce años de vida, con todos los excesos propios de una fuerte personalidad al frente. Están “Drown”, “Ava adore”, “The everlasting gaze”, “Zero” y las fundamentales “1979” y “Tonight, tonight”. Por cierto, si Corgan merece un lugar en la historia del rock, es por estas dos últimas, que formaron parte del doble fundamental Mellon Collie and the Infinite sadness, el más vendido de la historia con diez millones de placas colocadas en el mercado universal.
Tal vez equivocadamente se incluyó a SM en la marea grunge que todo lo inundó luego de la irrupción de Nirvana, Pearl Jam y Alice in Chains, aunque buena parte de sus síntomas creativos tuvieran que ver con sus bandas congéneres. El vacío, la incertidumbre, el aburrimiento, la furia, los golpes eléctricos lanzados al vacío contra un enemigo ¿invisible?, definieron ese rock cavernícola que sacudió las estructuras del establishment musical de principios de los noventa. En ese contexto, Corgan cargó con dos sambenitos: 1) relacionado con el torbellino tóxico que era la hoy famosa actriz Courtney Love, quedó para siempre pegado al nombre de Kurt Cobain cuando ella lo dejó por el suicidado rocker de Aberdeen; 2) dueño absoluto del crédito compositivo, nunca se despegó del aura de “déspota ilustrado” incapaz de permitir cualquier lucimiento que no sea el propio.
Cuestiones de alcoba aparte, Corgan siempre pareció sufrir la frustración (para su ego) de haber llegado tarde al llamado de la fama. Cuando Nevermind explotó en todo el mundo, Smashing Pumpkins también tenía algo pesado entre manos: Siamese dream era su manifiesto del momento de hastío y rebelión interior, a caballo de furibundas canciones, gritos primales y melodías escondidas tras una coraza metálica. No tenía un “Smells like teen spirit” es cierto, pero provocaba el mismo escozor y decía más o menos lo mismo. Sobre la dictadura de uno (él), el mismo Corgan dio su parecer, bien gráfico al respecto. “Mi reputación de tirano jodido... Bueno, es verdad. La discrepancia aparece en el por qué. Tomé un baterista que no sabía qué era la música alternativa, y tomé otras dos personas que apenas tocaban sus instrumentos. No quiero decir que lo hice todo yo, pero sí que supe crear algo más allá de la suma de sus partes. Quizás presioné a la gente, quizás fui un boludo, quizás dije ‘dejame tocar esta parte’, pero así funcionó. Si no hubiera hecho eso, no hubiera habido un punto de contención, no hubiera habido Smashing Pumpkins.”
El legado que este disco recopilatorio 1989-2001, con sus dieciséis selecciones y dos novedades, hace explícito entonces, es el de un muy buen compositor de canciones, dotado de una imagen impactante –así se lo vio a Corgan en Buenos Aires, alto, pálido, pelado y de negro– y del suficiente ego como para transitar y sobrevivir a la cúpula del rock globalizado en la era MTV. Como tal, el más serio aspirante a una versión dark del tíoLucas de la familia Adams, no termina sus días artísticos con el fin de su banda. Ya encontrará otros músicos que no sepan de rock alternativo o de tocar sus instrumentos, y allí será el tiempo de escuchar qué es de su vida y obra.