Lunes, 27 de abril de 2009 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: MONEDA DE RESERVA Y MEDIO DE PAGO A ESCALA GLOBAL
La crisis internacional con epicentro en Estados Unidos motivó propuestas en torno de la necesidad de reemplazar a la divisa estadounidense como moneda mundial. Los especialistas evalúan la viabilidad de cambiar por euros, yuanes o DEG.
Producción: Tomás Lukin
Por Alejandro Fiorito *
Con la crisis económica actual se ha instalado el debate sobre la posibilidad de que el dólar pierda su posición de moneda mundial, en la “sencilla” idea de su reemplazo por otra moneda como el euro o el yuan en virtud de supuestas “debilidades económicas” de Estados Unidos. El dólar es desde hace más de tres décadas dinero mundial, no convertible sin respaldo en mercancía metálica alguna. Su vigencia como tal no reside principalmente en un intuitivo “éter económico” que mejor facilite las transacciones mundiales, sino en un conjunto de condiciones referidas al poder del Estado norteamericano ampliamente considerado. Referencias a desarrollo tecnológico, cultural, comercial y militar son datos imposibles de soslayar sin caer en un economicismo redundante en una limitada teoría cuantitativa del dinero. Pero aun considerando sólo aspectos meramente comerciales, Estados Unidos sigue siendo el principal importador del mundo, con un volumen de comercio de aproximadamente el 20 por ciento del total mundial.
Estados Unidos emite sus dólares y, como un “gran estómago” mundial, financia la producción del resto del mundo. China, no siendo una excepción, aprovechó esto como ningún otro país, creciendo a tasas del 10 por ciento y ampliando su mercado interno con políticas expansivas de su gasto público. Su crecimiento acelerado le permitió la acumulación de reservas en dólares vía exportaciones e inversiones externas directas de las multinacionales norteamericanas y administrando un tipo de cambio afín a ese objetivo. Dicha estrategia de crecimiento de China cambiaría mucho si hipotéticamente se viera en la responsabilidad de reconocer al yuan con un status similar al dólar. No parece ser lo que sucede. Aunque todo lo anterior no obsta para que existan “tires y aflojes” entre China y Estados Unidos, donde a la salida de esta crisis probablemente China verá incrementado su poder de negociación con la primera potencia.
Los swaps de monedas corresponden a la misma estrategia de defensa de su inserción comercial, donde China fortalece su posición exportadora, financiando con su moneda las importaciones de origen chino del otro país. El arreglo entre los bancos centrales de la Argentina y China, por 10.000 millones de dólares y otros acuerdos en la región como con Brasil, permitirá aliviar la restricción externa de nuestro país, dando así señal de que no se devaluará de manera abrupta en punto a defender la balanza comercial –que en dos meses cayó un 10 por ciento respecto de 2008– como piden los industriales. Cabe recordar que históricamente las devaluaciones vinieron de la mano de gobiernos conservadores y militares y no en gobiernos populares. Sin embargo, el anticipo de las elecciones abre interrogantes y diversas posibilidades no excluyentes sobre el curso futuro de la economía.
1) Si se sigue el actual camino de facto del Banco Central “goteando” el tipo de cambio, que no convence ni a “tirios ni a troyanos” puesto que no logra reconstituir un tipo de cambio competitivo, sino que acentúa la tendencia especulativa contra el peso y sin modificar el tipo de cambio real, si el dólar llega a 4 pesos a fin de año junto con una inflación del 15 por ciento, no habría cambio real. Por esta vía el Banco Central parece desandar parcialmente la vía de “ahorrar” dólares con swaps, no cuidando las divisas en medio de una depresión.
2) Si se acuerda con el Fondo Monetario Internacional, no está claro que los 2500 millones de dólares por los DEG que nos corresponden vengan sin condicionamientos neoclásicos recesivos e inviables, con ajustes que amplían saldos en dólares para pagar la deuda y que terminan “matando al paciente” que los recibe.
3) Si, en cambio, se devaluara, es muy probable que también se dé un resultado contractivo, puesto que las devaluaciones en la Argentina deprimen el consumo y con éste, las inversiones. Para evitarlo se debería compensar la pérdida de los sectores que tienen ingresos en pesos, lo que implica subas y no bajas de los derechos de exportación a la renta del agro, a contramano de lo que se hizo en los últimos meses.
El modelo iniciado en el 2003 fue “deslizándose” hacia otro distinto en el que, con tipo de cambio “retrasado” (¡y nadie sabe cuánto!) junto a la “obsesión del superávit fiscal”, la producción interna y el empleo sólo pueden mermar: en dos meses de 2009, cayeron un 38 por ciento las importaciones. La restricción externa fue y es un límite histórico específico a nuestro crecimiento, pero no quita que la restricción por falta de demanda “keynesiana” se vuelva igual o más importante en esta coyuntura.
Si se mira afuera, el comercio mundial cayó en nueve meses más que en la crisis del ‘29. Es necesaria entonces una política que oriente el gasto expansivamente hacia la sustitución de importaciones, subvención de exportaciones y control de capitales para minimizar los efectos de la depresión económica mundial. Por acá los escollos siguen siendo políticos y muchos “bailan en la cubierta”.
* Grupo Luján – UNLU - UBA.
Por Guillermo Wierzba *
La crisis global en curso reconoce dos planos en sus causalidades. Uno más coyuntural, en el nivel del síntoma, expresado en el default generalizado del mercado hipotecario norteamericano y su expansión a otras esferas de esa economía y al ámbito mundial. El otro, de carácter estructural, involucra el largo plazo e incluye los “desbalances globales” que caracterizaron todo el período precrisis. Estos consistían en los superávit comerciales permanentes de países periféricos que financiaban los constantes déficit externos de los Estados Unidos. Así, el exceso de ahorro de esas naciones “emergentes” sustentaba el creciente endeudamiento público y privado estadounidense. Aquéllos exportaban una parte sustantiva de su producción e invertían en dólares, o títulos de deuda de la superpotencia, las divisas que acumulaban.
Este modo estructural de la economía mundial se asociaba a un insuficiente despliegue de los mercados internos de los países en desarrollo para absorber la producción de sus economías, cuyos ritmos de crecimiento en esa etapa fueron muy robustos. La condición de realización de las mercancías producidas mundialmente reservaba a los norteamericanos el rol de consumidor de última instancia a nivel internacional. Así, un régimen de regresividad distributiva se construía entre las naciones en las que se producía con bajos costos salariales, y contaban con mercados internos estrechos por la misma razón, y el país que poseía el atributo para asumir el rol deficitario permanente y creciente.
Estados Unidos no tiene restricción externa de divisas, pues emite la moneda universalmente aceptada como medio de pago y reserva de valor. Este grado de libertad de su economía adquirió otra calidad una vez que ese país se de-sembarazara de la convertibilidad dólar-oro desencadenando la ruptura del sistema internacional de paridades cambiarias cuasifijas. Cuenta con la facultad –el poder– para imprimir la magnitud de dólares que sostenga condiciones de consumo en su economía inviables para cualquier otro país, y para regular el volumen y la tasa de interés de su propia deuda pública en moneda dura. Esta característica clave de la economía global, por la que una nación emite la moneda mundial, subyace como condición central de la desigualdad distributiva entre países ya expuesta.
El neoliberalismo ha sido la forma del capitalismo que permitió este nivel de despliegue inédito de una moneda mundial sólo referida al poder en general, poder en sí mismo, de la superpotencia hegemónica de la etapa. Poder económico, poder político, poder militar. El manejo del presupuesto sin restricciones de divisas ha sido una vital herramienta utilizada por los gobiernos norteamericanos para emprender las ofensivas militares imperiales, mientras que el mismo instrumento cebaba la demanda mitigando fluctuaciones de la economía.
Una lectura economicista de la coyuntura llevaría a presagiar un debilitamiento del dólar. Estados Unidos es hoy el epicentro de la crisis internacional, su producto bruto neto está cayendo, tiene déficit fiscal y externo estructurales. Sin embargo, su moneda no se ha debilitado ni ha perdido su reconocimiento de moneda mundial mientras intensos flujos de capital se dirigen desde la periferia a refugiarse en títulos del tesoro norteamericano.
Las claves de la reflexión de la postcrisis deben adentrarse en lo político. Enfoque con el cual Estados Unidos defiende y defenderá su atribución hegemónica de único emisor de la moneda mundial. Por eso los debates y propuestas sobre los DEG (derechos especiales de giro) tienen una importancia significativa. Los DEG, creados en 1969, son una divisa estructurada de acuerdo con una canasta de monedas. La ampliación de su stock relativo respecto de la circulación del dólar se abre camino. Existen propuestas más radicalizadas en torno de convertirlos en la divisa internacional. Pero la cuestión central sobre la moneda mundial estriba en quién tiene el poder de emisión. Hoy es el FMI el que posee la atribución de crear DEG. Un organismo que continúa con hegemonía decisoria de los países centrales e impulsando políticas de ajuste en la periferia, aun en la aguda recesión global en curso. Así, las disputas políticas para cambiar la moneda mundial deben acompañarse con el activismo para modificar la arquitectura financiera internacional, garantizando su democratización y apuntando a recuperar el rol de la comunidad internacional y su institucionalidad, las Naciones Unidas.
Los cambios requieren de una correlación de fuerzas que los haga posibles. El fortalecimiento de los regionalismos la favorece. La construcción en América latina de un fondo de estabilización regional que acumule divisas para afrontar desequilibrios financieros de corto plazo, el comercio compensado en monedas nacionales, los acuerdos que avancen hacia una moneda común y el fortalecimiento de la unidad política en Unasur abren una perspectiva de viabilidad en la dirección transformadora.
* Economista, director del Cefid-AR.
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