Lunes, 18 de enero de 2010 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: BALANZA COMERCIAL
La balanza comercial arrojó un saldo positivo de 16.000 millones de dólares el año pasado. Sin embargo, los especialistas advierten que la tasa de crecimiento de las importaciones sigue siendo mayor que la de las exportaciones y formulan recomendaciones para revertir la situación.
Producción: Tomás Lukin
Por Haroldo Montagu *
La coyuntura económica actual permite aseverar que la Argentina se encuentra con una holgada situación en sus cuentas externas. En efecto, el saldo comercial de 2009 arrojó un resultado positivo considerable (de alrededor de 16.000 millones de dólares) lo cual, a su vez, permitió concluir el año pasado con un fuerte superávit en cuenta corriente. Las perspectivas para 2010 en materia externa son, a priori, positivas. La recomposición de la demanda externa, producto de la recuperación y perspectivas de crecimiento de los socios comerciales del país, hace suponer que existirá un volumen considerable de productos y servicios exportados. Los precios de los mismos, se estima, permanecerán en los elevados niveles actuales, o inclusive, ascenderán. El resultado comercial positivo, podríamos decir, está asegurado para este año.
Más allá de esta relativa bonanza externa es preciso (tal vez imperioso) dada la estructura económica de nuestro país, pensar en el mediano y largo plazo. ¿A qué se debe esta advertencia? En los últimos años, y a pesar de los constantes saldos comerciales positivos, las tasas de crecimiento de los productos que importa el país se mantuvieron muy por encima de las tasas de crecimiento de las exportaciones. Si tomamos el período 2003-2008, el crecimiento promedio de las cantidades exportadas fue de 7 por ciento, mientras que el crecimiento promedio del quantum importado se ubicó en el 30 por ciento. Aquí yace uno de los problemas económicos estructurales más importantes de la Argentina. Aún tomando en consideración los términos de intercambio (los precios promedio de las exportaciones respecto del de las importaciones), el crecimiento de las importaciones supera ampliamente al de las exportaciones, si bien la relación mejora levemente.
Un simple ejercicio numérico nos permite observar cómo, de mantenerse las tasas de crecimiento promedio en los últimos años de los bienes exportados e importados, y sin alterar los términos de intercambio, el saldo comercial se desvanecería en 2 o 3 años. ¿Es posible torcer ese evitable destino y revertir la situación?
Creemos que sí. El gran desafío que se presenta es modificar la estructura exportadora y, a la vez, promover una sustitución eficiente de las importaciones. Ambos requerimientos plantean grandes dificultades pero son, en definitiva, indispensables si es que se pretende mantener balanzas comerciales superavitarias y dejar atrás la restricción externa que afectó tradicionalmente a la Argentina.
En relación con las exportaciones, se constituye como necesidad promover la elaboración de bienes manufacturados que no dependan ni de factores climáticos ni del nivel de precios internacionales. Tal vez la (re)industrialización, con un fuerte sesgo exportador, sea uno de los mayores retos a llevar a cabo. El apoyo técnico y financiero a sectores exportadores, o inclusive directamente a empresas, debe ser política de Estado. En el caso de que las empresas sean trasnacionales, es el mismo Estado el que debe controlar la remisión de utilidades y dividendos de las mismas al exterior. Un porcentaje de las ganancias del excedente exportador debe ser canalizado en reinversiones que permanezcan en el país. De ese modo no sólo se contribuye a mantener la capacidad instalada de las empresas, sino que se alivia la sangría de divisas en concepto de remesas a sus casas matrices.
Al mismo tiempo, se debe intensificar el fomento de exportaciones high-tech y de servicios profesionales, técnicos y de informática que, si bien actualmente representan una porción pequeña del total exportado, aportan valor agregado y calidad como estrategia diferencial.
Un resultado comercial negativo implica, dados los estructurales saldos deficitarios de rentas de la inversión y pagos de intereses, el camino hacia el endeudamiento externo. Desgraciadamente, la historia de nuestro país nos ha mostrado, en repetidas oportunidades quiénes, y de qué manera, pagan esa deuda.
Industrialización no necesariamente es sinónimo de desarrollo económico, pero existen pocos países que, contando con una fuerte estructura industrial, diversificada, dinámica y con un marcado perfil exportador, no hayan alcanzado niveles elevados de desarrollo. Esto implica, entre otros logros, no enfrentar en forma constante problemas en el sector externo de la economía. En todas las transformaciones y propuestas que aquí se plantean, el Estado debe jugar un rol central, articulador y orientador. Debe ser el encargado de asegurar que la industrialización pueda transformarse en desarrollo económico. En tal sentido, a pesar de las buenas perspectivas referidas al sector externo para el año que recién comienza, cabe parafrasear al filósofo romano Séneca, ya que no se podrá aprovechar el viento favorable si no se sabe hacia dónde se quiere ir.
* Investigador y docente. Facultad de Ciencias Económicas. UBA.
Por Carlos Bianco *
En los últimos años, desde la ortodoxia económica se ha culpado a los países periféricos de haber generado las condiciones que llevaron a la actual crisis mundial como consecuencia de la aplicación de políticas económicas neomercantilistas. En rigor, se referían a los desequilibrios internacionales provocados por la superabundancia global de ahorro derivada de los recurrentes superávit comerciales y la acumulación de reservas por parte de los países subdesarrollados. Más allá de la falsedad de estas acusaciones y de que ello no ha sido la causa de la crisis mundial ni mucho menos, resulta interesante discutir la potencialidad para el desarrollo nacional que brindan las políticas peyorativamente definidas como neomercantilistas.
Para ello se necesita primero revisar las antiguas prácticas mercantilistas que, por ejemplo, fueron las que permitieron que Inglaterra se convirtiera en la principal potencia comercial e industrial hacia finales del siglo XVIII. De manera estilizada, se puede hablar de dos tipos de mercantilismo: uno temprano (defensivo) y el otro tardío (ofensivo). El principal punto en común de ambos enfoques era la acumulación de metales preciosos como expresión de la riqueza acumulada por el Reino. Las diferencias entre ambos eran mucho más sustantivas: para el primero, la forma de acumular metales preciosos implicaba evitar la salida de oro y plata del Reino; para el segundo, la estrategia consistía en fomentar la salida de oro y plata destinados a la compra de: I) productos terminados a bajo costo en Oriente para su venta a precios altos en Occidente; y II) de materias primas destinadas a la elaboración en el mercado interno y a su posterior exportación. Estas últimas políticas implicaban que el Reino se involucrara decididamente en un proceso de industrialización, en donde el Estado jugaba un rol preponderante, protegiendo de las importaciones a las industrias infantes y fomentando la exportación de mercancías de mayor valor agregado. Dicho proceso, a su vez, implicaba la creación de empleo genuino, la incorporación y desarrollo de tecnologías modernas y, en última instancia, la generación de los excedentes comerciales que permitían acrecentar el tesoro del Reino.
Más allá del caso inglés, lo cierto es que todos los países que pudieron lograr un proceso genuino de desarrollo nacional lo hicieron sobre la base de estas recomendaciones, desde los Estados Unidos de Hamilton hasta la Corea del Sur de Park Jeong Hee, pasando por la Zollverein alemana proyectada por List o el Japón de la restauración Meiji. Los aspectos comunes entre mercantilismo y neomercantilismo tienen que ver con la acumulación de excedentes comerciales a partir del control de las importaciones y el fomento de las exportaciones. Las diferencias se refieren, fundamentalmente, a la composición de la canasta exportadora. Si para los mercantilistas era fundamental la transformación de la estructura exportadora, pasando de productos primarios a manufacturas, al parecer, ésta no es una gran preocupación de los neomercantilistas. Lo relevante, en el último caso, es el superávit comercial; en el primero, era la transformación estructural.
En los últimos años, la Argentina también ha sido definida como un país que ha puesto en práctica políticas neomercantilistas, en clara referencia a la acumulación de excedentes comerciales y al aumento de reservas. Ello ha permitido un manejo inteligente del tipo de cambio, manteniéndolo en niveles relativamente competitivos, generando cierta protección para las industrias sustitutivas en el mercado interno e incentivos a la exportación. Sin embargo, esos excedentes comerciales se han conseguido, fundamentalmente, sobre la base de la exportación de recursos naturales y sus derivados, tanto de origen agrícola como mineral, los cuales se han visto favorecidos por las buenas cotizaciones internacionales.
El camino del desarrollo nacional implica ir más allá de los resultados de las prácticas neomercantilistas. Si bien es cierto que la generación de un excedente de divisas a través de la exportación, con el consiguiente incremento de las reservas, han sido elementos sumamente útiles para el manejo de la política económica de los últimos años, la verdadera senda del desarrollo requiere de la superación de estas prácticas. En ese sentido, superar el neomercantilismo implica dos aspectos. En primer lugar, cambiar el patrón de exportaciones, dando mayor peso a productos manufactureros tanto de origen agropecuario como industrial, particularmente aquellos que se caracterizan por un mayor nivel de valor agregado y tecnología y por la generación de puestos de trabajo de alta calificación. En segundo lugar, no sólo realizar una especialización productiva y comercial enfocada a la consecución de equilibrios externos sino, fundamentalmente, orientada a la generación de equilibrios internos, sobre la base de fortalecer el mercado doméstico, generando más y mejor empleo y haciendo más justa la pauta distributiva.
* Investigador UNQ/Redes/Cenda.
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