Lunes, 27 de mayo de 2013 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LA RECUPERACIóN DEL ENTRAMADO MANUFACTURERO EN LA DéCADA KIRCHNERISTA
Por primera vez desde el abandono del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la industria creció por encima de la media de la economía, pero el desempeño no fue homogéneo ni en relación con su ritmo ni respecto de los sectores que lo lideraron.
Producción: Tomás Lukin
Por Juan E. Santarcángelo *
Tras la salida de la convertibilidad se dio inicio a un proceso de rápido crecimiento que en pocos años logró revertir algunos de los legados más negativos que evidenciaba la economía argentina luego de 25 años de políticas neoliberales. La devaluación de la moneda permitió una rápida recuperación de los márgenes de ganancia, que estuvo fuertemente sustentada en la abrupta caída de los salarios reales, y supuso un importante cambio en los precios relativos que, sumados al mantenimiento de un tipo de cambio competitivo, favorecieron la producción local de bienes transables y una mejora sensible en los términos de intercambio. Como resultado, la economía argentina alcanzó un ritmo de crecimiento durante la posconvertibilidad que no tiene paralelo con ningún otro de nuestra historia.
Una de las características más salientes de este proceso fue el desempeño del sector industrial, que por primera vez desde el abandono del modelo de industrialización por sustitución de importaciones logra tasas de crecimiento superiores a la media de la economía. Sin embargo, el desempeño del sector industrial no ha sido homogéneo a lo largo de esta década ni en relación con su ritmo de crecimiento ni respecto de los sectores que lo lideraron. En relación con el primer elemento, si bien la tasa de crecimiento del sector ha sido del 7,5 por ciento anual promedio para todo el período, la tasa registrada durante el período 2008-2012 ha sido alrededor del 60 por ciento de la tasa alcanzada durante el período 2002-2007, dando señales del paulatino agotamiento del patrón de crecimiento industrial registrado hasta entonces. Este menor ritmo de crecimiento no sólo ha reducido la influencia central que tuvo el sector a la hora de generar nuevos puestos de trabajo, que sin dudas es uno de los principales logros de los gobiernos de Kirchner y Fernández de Kirchner, sino que refleja la existencia de desempeños heterogéneos en el interior del sector manufacturero. Si bien durante la etapa 2002-2007 los sectores que registran un mayor crecimiento fueron las industrias metálicas básicas, automotriz y equipos de transporte y maquinaria y equipo, los años más recientes ven incrementar el peso relativo de las ramas vinculadas a la producción de alimentos, bebidas y tabaco, productos químicos y refinación de petróleo.
Una de las variables centrales a la hora de hacer un balance sobre el desempeño industrial en los últimos años es estudiando su comercio exterior. En relación con éste, el abandono de la paridad cambiaria se vio reflejado en una sensible modificación del saldo comercial del sector, que pasó de ser deficitario a superavitario, aunque el saldo mostró una tendencia decreciente durante los primeros años de la posconvertibilidad, volviendo a ser deficitario en el 2008 y a partir del 2010. Esta dinámica evidencia la incapacidad histórica que muestra el sector productivo local para proveer los insumos que demanda en períodos de crecimiento y da cuenta de la significativa dependencia externa del sector manufacturero. Asimismo, merece destacarse especialmente la relación del sector con Brasil, ya que dicho país no sólo es el centro de operaciones regionales de las principales empresas multinacionales que operan en la región, sino que el desempeño industrial argentino depende en buena medida del desarrollo manufacturero brasileño. En este sentido, resulta ilustrativo remarcar que Brasil es el principal proveedor de importaciones industriales (en el año 2011 representaban el 30 por ciento de las importaciones totales del sector), y el principal destino de las exportaciones argentinas (25 por ciento del total de las exportaciones del sector en el mismo año). Esta dependencia es mucho más apremiante en algunos sectores industriales, como por ejemplo en el sector automotor, donde los montos de exportaciones e importaciones con el país hermano rondan el 75 por ciento durante la posconvertibilidad.
Durante la última década, el sector industrial ha evidenciado signos de importantes transformaciones. Sin embargo, a pesar de los logros alcanzados, queda aún un importante conjunto de desafíos que deben ser abordados por políticas activas tendientes a consolidar las dinámicas virtuosas existentes. Entre los principales se destacan los retos que genera la internacionalización del proceso productivo y la capacidad de relocalización de las producciones por parte de las multinacionales; el significativo grado de extranjerización que presentan algunos de los complejos industriales y la remisión de utilidades a los países de origen; el proceso de concentración que ha sufrido el sector durante los últimos años; la falta en algunos sectores de políticas concretas tendientes a la profundización del proceso de sustitución de importaciones; la necesidad de mejorar las capacidades nacionales en materia de infraestructura, tecnología y acceso a los insumos esenciales y energéticos; la falta de escalas de producción apropiadas que presentan algunos sectores y que requieren de la profundización de las tareas de integración regional y cooperación internacional, así como el elevado nivel de desarticulación que muestran importantes entramados productivos.
Desandar veinticinco años de políticas neoliberales es un largo proceso. Lo que es indiscutible es que si se busca que el sector industrial vuelva a ocupar el lugar de motor del proceso de desarrollo se requiere la elaboración de un plan industrial que sea parte integrante de un plan de desarrollo general. La experiencia internacional nos muestra que los cambios estructurales no se producen espontáneamente, sino que son producto de sólidas estrategias centradas en miradas de largo plazo y con claros regímenes de premios y castigos. Si bien hemos hecho importantes avances en estos últimos años, aún queda un largo camino por recorrer.
* Investigadordocente de la UNGS.
Por Diego Coatz * y Fernando Grasso **
Tras el quiebre de la convertibilidad se dejó atrás una de las etapas más tristes de la historia argentina. Si bien aún hoy acarreamos muchos de sus efectos, haber quebrado la inercia de más de tres décadas de desarticulación productiva constituye un logro trascendental de esta nueva etapa. El período comprendido entre mediados de los ’70 y 2001 se caracterizó por una apertura comercial “indiscriminada”, atraso cambiario, especulación financiera, aumento del desempleo y la desigualdad, extranjerización de la economía y desarticulación de las políticas productivas y tecnológicas. Este combo explosivo (particularmente durante la gestión de Martínez de Hoz y la convertibilidad) destruyó capacidades sociales y productivas difíciles de recomponer en el contexto global actual. Como correlato, el PBI per cápita prácticamente no creció (0,2 por ciento anual promedio), el valor agregado industrial cayó más del 40 por ciento, el desempleo subió de 4,7 a 22 por ciento y la distribución del ingreso se deterioró sistemáticamente (el ratio entre el decil más rico y el más pobre se amplió de 8 a 33 veces).
En cambio, los pilares de esta nueva etapa fueron el elevado crecimiento y la inversión con mayor equidad distributiva. La política de ingresos fue esencial para traccionar la demanda interna, así como el sostenimiento de tipos de cambio diferenciados (vía retenciones a las exportaciones y subsidios). Por su parte, la definición de un nuevo posicionamiento en el plano internacional emitió señales claras para la integración regional, el fortalecimiento del mercado interno y una mayor soberanía en la política comercial externa y financiera. Existió una reactivación de actividades que estaban al borde de la extinción, como diversos segmentos metalmecánicos, textiles, la industria naval y nuclear. El impulso a rubros no tradicionales como las energías alternativas, el software y la biotecnología también son aspectos a resaltar.
Estos factores han contribuido a recuperar una cultura industrial, materializada en hechos concretos y simbólicos. El fortalecimiento de las instituciones que conforman el sistema científico y tecnológico nacional, la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y el renacer del Conicet representan hechos fundamentales en ese camino. Hoy tenemos el doble de industria de lo que teníamos 10 años atrás. Tuvimos un crecimiento cercano al 50 por ciento en la productividad y del 70 por ciento en los niveles de empleo. Una tríada inédita para nuestro país, al menos desde principios de la década de 1970.
Pero todavía queda mucho por delante. Debemos interpelarnos sobre la existencia de espacios de mejora, sobre las brechas existentes entre la Argentina actual y su potencial. Esto es indispensable para sentar las bases de las próximas décadas. La complejidad que ha asumido la dinámica reciente, fundamentalmente hacia fines de 2011, es producto de factores externos, pero también propios.
Frente a la tradicional restricción externa de divisas que condiciona a países como el nuestro, sea cual fuere su origen, es preciso aunar los esfuerzos para implementar una política industrial integral, que busque desarrollar los sectores con un criterio estratégico. Definir metas, explicitar herramientas y recursos a tal fin es parte esencial de una política de desarrollo. Diferenciar objetivos e instrumentos para una estructura económica caracterizada por la heterogeneidad requiere consolidar el rol del Estado y jerarquizar sus funciones, de manera articulada con los distintos actores involucrados.
En planos como la infraestructura energética y transporte se exhibe la necesidad de inversión, planificación y gestión estratégica. Aun cuando hubo esfuerzos en obras viales, se expandió la potencia instalada y hay iniciativas en energías renovables, se advierten diversos puntos críticos y límites considerables. Por su parte, la administración de la coyuntura reciente expresa la necesidad de calibrar los instrumentos macroeconómicos para recuperar un proceso de crecimiento robusto y sostenible. Las medidas implementadas como respuesta a temas relevantes como la inflación y la dolarización de cartera tuvieron impactos directos y colaterales, que finalmente podrían incluso agudizar los efectos que se intentaba evitar. Los sectores vinculados a la economía real perdieron dinamismo, mientras son parcialmente compensados por el sector financiero, el comercio y los servicios.
Debemos apostar a superar la antinomia entre Estado-Capital. En el capitalismo industrial el Estado juega un rol fundamental apuntalando el desarrollo, generando esquemas mixtos de negocios y promoviendo sectores estratégicos. Países como Corea del Sur y Taiwán (de desarrollo reciente) hasta Estados Unidos, Alemania o Francia (de gran tradición industrial) son muestras claras de ello. “Estado estructuralmente ineficiente” o “gen cultural empresarial reticente a invertir” son expresiones contrapuestas de un mismo marco conceptual que conduce a adoptar políticas pendulares en el tiempo, en desmedro del desarrollo nacional.
Los hechos aquí mencionados ponderan el rumbo elegido en la última década. Pero también nos invitan a pensar su expresión, su manifestación práctica. En estos años hemos vuelto a discutir cuestiones vinculadas con un proyecto de desarrollo. Pero debemos construir una agenda más amplia y ambiciosa, algo que necesariamente debe incluir (no excluir) cada vez más visiones, actores y sectores de la vida política y económica argentina. Sólo así estarán garantizados los próximos balances positivos que añoramos para las décadas que vienen.
* Secretario Sociedad Internacional para el Desarrollo Capítulo Buenos Aires (SIDbaires). Profesor Ubauces. @diegocoatz
** Vicepresidente 1 SIDbaires. www.sidbaires.org.ar
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