ECONOMíA › DILEMAS DEL EMPLEO EN NEGRO, LA OBRA PUBLICA Y EL CRECIMIENTO

Hay más trabajo, pero poco producto

Gracias a los bajos salarios y a la evasión de aportes, que reduce aún más el costo laboral, la reactivación generó más puestos que los esperables. Su baja productividad implica un pobre aporte al crecimiento de la economía.

 Por Julio Nudler

En el mismo momento en que el Gobierno lanza una campaña contra el negreo laboral, el INdEC comprueba que el único receptáculo de mano de obra que crece es el empleo en negro. Faltando en esta economía unos 3 millones de puestos de trabajo, la cuestión no puede tomarse a la ligera. ¿Qué logrará la embestida oficial: blanquear trabajadores o dejarlos en la calle? Viéndolo desde un ángulo diferente, el dilema plantea otra pregunta, referida a la evasión tributaria. Como explica Ernesto Kritz, especialista en economía laboral, para pagar salarios en negro lo primero para un empleador es generar ingresos de la misma clase. Luego el circuito funciona solo y se evade todo: IVA, Ganancias, aportes sociales y previsionales. De no haber evasión impositiva, no habría trabajadores no registrados. ¿Con qué plata se les pagaría? Además, ocultando ese gasto el empleador debería contribuir más por Ganancias. ¿Dónde estaría el negocio? Lo que convendría saber es cuántos emprendimientos podrían subsistir en regla, con su operatoria en blanco, y para cuántos la evasión es la única fuente de rentabilidad. El pasaje de una economía en la que sólo pagan algunos, o muchos pagan mucho menos de lo que deberían pagar, a otra en la que todos pagasen todo, probablemente con alícuotas más bajas, es un sendero nunca recorrido y que puede deparar aventuras inesperadas.
No habiendo mal que por bien no venga, la demanda de mano de obra reaccionó con alta sensibilidad ante la reactivación económica, gracias a lo cual la tasa de desempleo bajó en mayo al 15,6 por ciento, si es que se dan por buenos los Planes Jefas y Jefes, o al 21,4 por ciento si se los toma por lo que realmente son: un subsidio a la desocupación, aunque exijan alguna contraprestación física. Esto significa, en jerga económica, que la elasticidad Producto del empleo fue alta; en concreto, de 0,9 entre octubre de 2002 y mayo de 2003: por cada punto de aumento en el PIB, el empleo creció 0,9 por ciento.
Esto sólo puede explicarse por lo barata que está la mano de obra, y no sólo por el bajo nivel de los salarios. También hay que considerar que los sectores que más trabajo absorbieron no cumplen con las cargas laborales, manteniendo a sus trabajadores en el desamparo. De todas formas, no pueden proyectarse tendencias en base a lo sucedido porque difícilmente siga sucediendo de esta manera. Según Kritz, la elasticidad Producto normal del empleo es de sólo 0,4. Sin embargo, aceptando que el salario real no va a recuperarse significativamente, podría contarse con una elasticidad de 0,6 para los próximos años. Pero esto significa que para lograr que se genere empleo al mismo ritmo de octubre-mayo será necesario que la economía crezca 50 por ciento (medio punto) más. Esto complica las cosas, porque en la Argentina el trabajo es un factor escaso, pero el crecimiento también.
Razonando en estos términos, el economista Jorge Gaggero cree necesario que el país, en sus negociaciones con el Fondo Monetario, se empecine en incluir como un objetivo central en cualquier acuerdo de largo plazo la maximización del nivel de empleo, con lo que la variable ocupacional debería ser monitoreada periódicamente, tal como se hace con el gasto público o la expansión monetaria. A su vez, Gaggero también impulsa explicitar entre los objetivos que el Banco Central debe perseguir el de la defensa del nivel de empleo, lo que conferiría un nuevo matiz al inflation targeting (metas de inflación). Incorporar este criterio a la Carta Orgánica del BCRA, que está en proceso de reforma, sólo haría que se parezca algo más a la de la Reserva Federal estadounidense.
Involucrar al FMI en el asunto sería la manera de obtener su aval para una mayor creación de puestos de trabajo a través de la obra pública, reduciendo las metas de superávit primario. Gonzalo Bernat y Pablo Besmedrisnik, de la Fundación Crear, calculan que el Plan de Obras Públicas por 6125 millones de pesos que anunció el Gobierno (en realidad, un rejunte de partidas presupuestarias dispersas ya existentes) demandaría 323.596 empleos año/hombre (el 61 por ciento de ellos directos). Esto conseguiría absorber todo el incremento anual de la población económicamente activa (PEA), dejando incluso un margen para bajar en 0,6 punto la tasa de desocupación.
Si es cierto que la economía argentina padece una demanda insuficiente, el empleo sería el caballo y la actividad, el carro, porque los puestos de trabajo significan salarios, y éstos, consumo. Horacio Losoviz, mentor de Crear, lo formula en estos términos: para crecer hace falta multiplicar los puestos de trabajo, en lugar de creer que el crecimiento hará disminuir el desempleo. La fórmula aspira a generar un círculo virtuoso, cuyo puntapié inicial debe darlo el Estado a través de la inversión pública. Se trata, sin embargo, de una Hacienda acosada por la necesidad de ahorrar quizá más de 10 mil millones de pesos por año para pagar los servicios de la deuda. La contradicción difícilmente se resuelva sin asperezas y tensiones con el Fondo, los mercados financieros y el liberalismo nativo, por decir poco.
Como quiera que sea, la absorción de la masa de excluidos será lenta y azarosa, aunque en parte sólo consista en recuperar lo perdido desde el 2001. Si Néstor Kirchner viera cristalizado su propósito de crecer a un ritmo promedio del 4,5 por ciento anual, al concluir su mandato la tasa de desempleo sería similar a la actual, o habría bajado a lo sumo dos puntos. Esto a su vez implica que el salario real sólo se recuperará significativamente en los sectores más dinámicos, cuyos trabajadores recuperarán capacidad de negociación. Es en cierto modo, lo que se insinúa en las franjas formales de la economía, donde, en términos de competitividad, hay margen para cierto aumento salarial.
Según un reciente estudio de la consultora SEL sobre la posesión y uso de tarjetas de crédito en todo el Gran Buenos Aires, un 66 por ciento de la franja ABC1 se maneja con esos temibles plásticos. La proporción baja al 32 por ciento en la clase media media. Ya en la clase media baja sólo un 16 por ciento paga con tarjeta, y en la clase baja los que tarjetean no llegan al 1 por ciento. Esto seguramente les hace desaprovechar todas las ofertas ligadas a la posesión de este medio de pago, pero además revela una situación de marginalidad social: con un empleo en negro es improbable que algún banco les emita ningún credit card. La bancarización proclamada en los ‘90 ha terminado en esto.
Una novedad grata de la última encuesta de Estadística y Censos es que la relativa mejora laboral proviene de la creación de empleos de mercado y no de planes asistenciales. Sin embargo, y como se indicó arriba, fueron en general empleos muy precarios, ya que el trabajo en blanco creció muy poco. La precariedad laboral viene asociada, a su vez, a una baja productividad, lo que se traduce en una pobre capacidad de aportar a la expansión del Producto.
La relación se plantea en estos términos: el crecimiento del PIB gesta en proporción muchos puestos de trabajo, pero éstos contribuyen muy escasamente al incremento del PIB, con lo que falla la retroalimentación del proceso. Lo mismo puede verse desde el lado del Ingreso: como los nuevos puestos están muy mal remunerados, su impacto sobre la demanda de consumo es bajo. E incluso desde un punto de vista práctico es difícil que la lente del Estado (la AFIP, el ministerio de Trabajo) llegue hasta las napas donde se concentra el problema: el 60 por ciento del empleo en negro corresponde a empresas que suman menos de cinco personas.

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